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martes, enero 08, 2008

Espirales (otra vez)

No es nada fácil descubrir que la vida no es una aburrida línea recta o que no está compuesta por una interminable serie de círculos concéntricos. Nuestra existencia se configura sobre una enorme y complicada espiral donde, una y otra vez, todo tiene cabida. Vivimos en ciclos. Cada uno de ellos, es estructuralmente semejante al anterior: todos cuentan la misma historia con diferentes protagonistas. Algunas de estas fases duran años, otras meses o semanas. Todas empiezan igual, todos finalizan de la misma manera. Todo obedece a un orden interior tan arcano como el mismo reloj interno del mundo.

Sin remedio, la vida es una espiral de locos. Te enamoras, quieres, te adaptas, te acostumbras y, finalmente, todo muere para acabar resucitando -cual Ave Fenix- y volver a empezar la rutina. Siempre se resucita. Es, sin duda, el final de un ciclo, la peor parte del mismo. Se va con un gran dolor, una gran decepción o un tremendo cansancio. Y es que los esquemas de tu vida se desmoronan, tu existencia se prepara para un nuevo giro excitante o aterrador: es normal que duela. Miras el cielo y sólo hay lugar para inmensos nubarrones que anuncian tormenta. Calcular cuánto tiempo lloverá es totalmente absurdo. Muchas veces el mal tiempo dura días, otras semanas, otras años, pero, afortunadamente, un buen día todo se vuelve a ver de otra forma. Un buen día... Sin duda, el mejor día. El comienzo de un nuevo ciclo.

Quizás el problema de vivir en una espiral sea ese poso que te deja. Imperceptible para los de afuera, se te pega a la piel como una costra dura y malsana que te acompañará de por vida. Es ver aquella esquina, aquella foto, oler aquel perfume, escuchar aquella canción... Todos esos recuerdos se convierten en símbolos para la sinrazón y se unen a otros muchos conseguidos a lo largo de esta línea curva de la vida.

Y se quedan ahí. Algunos, con el tiempo, se suavizan; se vuelven cariño, nostalgia o amor. Otros, en cambio, se enquistan, se clavan como espinas en el corazón y lo empobrecen. Se convierten en inútiles lastres que te impiden volver a confiar, a reir o, simplemente, a decir lo primero que al corazón se le ocurre. Algunos lo llaman madurez... a mí, sólo me da un poco de pena...


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Hace miles de años, escribí algo que hoy puedo rescatar... diferentes personas, distintos lugares... un mismo sentimiento...

Pero, entonces, me entra el miedo y me planteo que igual es él, mi hombre. Y que si lo dejo marchar se perderá en el tiempo y será un recuerdo en mi memoria.. y, si lo vuelvo a ver, con los años, quizás no lo conozca, cuando ha sido parte de mí. Si este tipo de sentimientos ha sobrevivido a peleas, putadas,... ¿quién puede decirme que no sobrevivirá al tiempo? Nunca he sido buena para predecir cosas pero creo que, al principio dolerá muchísimo... pero espero superarlo con el firme convencimiento de que tengo muchos argumentos para demostrar que él no es mi hombre! Y sí lo es, el tiempo lo dirá.


lunes, octubre 22, 2007

Momentos


#1


Una noche junto a vosotros, en una amplia parcela llena de moscas y ladridos de perros. Contamos estrellas fugaces desde un sofá destartalado. Pronto cambiarán nuestras vidas, nos separaremos, nos iremos lejos, no seremos los mismos que ahora se abrazan. Tu estás en el centro; En tí, nos apoyamos ambas cuando nos vence el sueño en nuestra cuna planetaria. En mi subconsciente guardo el secreto de nuestra historia olvidada. Después calor. Está amaneciendo. Nos cubrimos con una triste cobija; el sol estival se cuela entre las fibras. Calor. Calor y moscas.

#2

Salgo del baño. He bebido. Él me espera fuera y me acorrala junto a la puerta. Huyo. Corro. Me voy a caer. Y, de repente, ahí estas tú, con tus anchas espaldas, con tus enormes manos y el abrazo perfecto. Después, un hielo en mi nuca; un beso en mi boca. Corremos. El amanecer nos sorprende despidiéndonos. Nos vemos en dos meses. "Sí, nos vemos".

#3

Un vestido azul. Fotos improvisadas en el salón de la casa. Llegáis y nos vamos. Una serpenteante carretera nos lleva a tientas a aquel pueblo cercano vestido de fiesta. Bailamos. Provocamos. No nos importa. La gente nos mira. Bailáis sin parar. Él te regala un pájaro azul. Canta muy de vez en cuando. Volvemos al amanecer. Nos hemos bebido la noche.

#4

Tu y yo, en aquel garito infesto del final del mundo. Nos reímos de las caras extrañas que nos rodean. Se mueven, bailan, gritan a nuestro alrededor, como mosquitos rabiosos. Tú tarareas esa canción. Muy bajito. Sólo tu y yo. Solos tu y yo. Sólo dos palabras se escapan de tu boca.

*****

(Lector: No intentes buscarle sentido, no lo tiene. Pocas personas pueden saber a que me refiero. Quizás no sientas nada al leerlo pero, créeme, tienen su significado)

lunes, octubre 15, 2007

Comandante

Donde estés
si es que estás
si estás llegando
aprovecha por fin
a respirar tranquilo

a llenarte de cielo los pulmones.
(Mario Beneditti, 1967)


Esta entrada será corta.

La semana pasada se cumplieron 40 años del asesinato de un gran hombre que vivió y murió luchando por sus ideas, defeniendo con uñas y dientes hondos principios de dignidad y libertad. Fue mi gran inspiración durante una lejana época en mi vida, fueron muchas horas las que dediqué a conocerlo. Por ello no quería dejar pasar la ocasión para recordarle, junto con estos magníficos versos que el poeta dedicó al gran Ernesto Guevara.

Aquí se queda la clara/ la entrañable transparencia / de tu querida presencia/ Comandante Che Guevara.

martes, septiembre 04, 2007

Dos minutos

Desgraciadamente, desde el lunes, despertador, mala cara, desayuno insustancial y mi inseparable Freehand, han vuelto a mi vida. No me quejo demasiado. Debo reconocer que, en mis últimos días de mis vacaciones, tenía ciertas ganas de volver a mi desoladora rutina. No todos son desgracias, por su puesto. Afortunadamente, también ha vuelto Anda ya, el genial programa matutino de los Cuarenta Principales que nos alegra la vida a algunos, entre los cuales me incluyo. Sin remedio, me hace reir a carcajadas y me despeja en esas mañanas donde mis ojos no se despegan ni con agua caliente.

Recuerdo que ayer hacían referencia a la extrema duración que últimamente poseen las canciones de Alejandro Magno (más conocido, de un tiempo a esta parte, como Alejandro Sanz). ¿Os habéis dado cuenta? Incluso uno de los colaborados se atrevió a decir que ni en un viaje Cádiz-Bilbao era posible llegar a terminar de escuchar su nuevo disco.

Lo cierto es que, desde hace algunos años, parece que a Alejandro le cuesta más de lo normal poner fin a sus canciones. A lo mejor es que le gusta regodearse en los interminables mensajes (a veces incomprensibles) que aparecen en sus creaciones, sin embargo, parece como si le diera miedo a acabar la canción y escuchar los aplausos (o abucheos) que seguirán a cualquiera de sus interpretaciones. Son realmente aburridas.

Desde mi punto de vista, Alejandro Sanz en un cantante/compositor totalmente sobrestimado. Y que conste que lo está diciendo una persona que lo siguió durante unos años. A partir del bombazo total que supuso el escuchado-hasta-el-paroxismo Corazón Partío, parece que Sanz se encumbró a sí mismo (o lo encumbraron) al estrellato de la composición, como si de un joven Sabina se tratase. Y ahí sigue, en sus eternas nubes, haciendo álbumes interminables y con la voz más cascada que la Bruja Lola. Alejandro Sanz ya no canta, chilla. Es una pena.

Evidentemente alguien le debería decir a Alejandro que la calidad de las canciones no se mide por el tiempo que duran, sino por el que perduran en el corazón y en el alma humana. Es posible que tenga más mérito crear una canción corta. Existen verdaderas joyas que rondan los exiguos dos minutos de las que la única queja posible sólo puede sustentarse en el regusto de satisfacción que dejan las cosas bien hechas que duran poco. Son, sin duda, preciosos crisoles donde se comprimen mágia y talento, que dan lugar a canciones especiales, irrepetibles, inolvidables y puras.

Hoy os traigo tres de estas joyas musicales: (a mi modo de ver, claro está!)
  • Song 2 de Blur. Se encuentra dentro del quinto disco de estudio de la banda de Damon Albarn (1997). Las concidencias en torno al número dos son realmente inquietantes: era la segunda pista del disco, fue el segundo single que vio la luz del album, alcanzó el número 2 en los UK Singles Chart y, como no, dura, aproximadamente 2 minutos y 2 segundos.



  • MI vida de Manu Chao. Aunque esta canción se hizo conocida tras aparecer en la película Princesas, ya se encontraba entre mis favoritas desde hace mucho tiempo. Forma parte del genial album del ex-mano-negra "Próxima estación... esperanza" y dura, aproximadamente, 2 minutos y 30 segundos.



  • Don't Panic de Coldplay. Se encuentra dentro del primer y maravilloso primer album de la banda de Chris Martin, siendo una de las canciones más redondas que he escuchado en toda mi vida. Dura apenas 2 minutos y 17 segundos: una verdadera joya.


jueves, agosto 30, 2007

Pensando en Campanilla

Pensando en Marta
Con todo mi cariño

Probablemente ocurrieron infinidad de situaciones divertidísimas mucho antes, pero el primer recuerdo que conservo de Marta tuvo lugar hace 5 años, en aquel destartalado salón de actos de nuestra antigua facultad, al comienzo o al final de una clase de marketing. Con esa maravillosa sonrisa que siempre la caracterizó y de la que tanto presumía, vistiendo un jersey de cuello vuelto a tres rayas que, probablemente, hubiera adquirido en la tienda de su hermana, se sentó a mi lado. Recuerdo que, mientras me comentaba alguna de sus ocurrencias sobre mi constancia en temas de bolígrafos, sólo podría pensar en la tremenda mujer en que Marta se convertiría dentro de algunos años. No me equivocaba.

Me costó algún tiempo cogerle el tranquillo, a pesar de que ella siempre ha sido una persona abierta y asequible. Era (y es) tan diferente a mí, que me acojonaba. Tenía una visión de la vida tan positiva, era tan sociable y divertida, que los complejos, en ella, simplemente, no exitían. La recuerdo caminando, siempre muy derecha, pisando fuerte, en un constante "aquí estoy yo": no había ninguno que no la mirara. Su estrellita de la suerte siempre caminaba a su lado. Tenía una habilidad especial para salir de todos los entuertos o situaciones conflictivas y, sobre todo, una capacidad innata para salir bien parada del examen que peor estudiado. Una persona realmente afortunada, siempre rodeada de personas que, sin duda, hubiéramos dado un brazo por ella si hubiera hecho falta.

Fruto de aquellos años, Marta siempre tiene un lugar especial dentro de mi corazón y de mi vida. Con bastante frecuencia evoco aquellos momentos que compartimos, junto a nuestros demás amigos, en aquella época tan dorada de nuestra juventud. Posiblemente, la mejor época de nuestras vidas. Es imposible olvidar aquellas carcajadas al escuchar hablar de David T.P.; su amistad en los peores momentos; su capacidad de hacerme escapar de los problemas con sus increibles ocurrencias; la ensalada con queso fresco y brotes de soja; el miembro indispensable en una Noche de Lobas; mi mayor apoyo en Cucos Comunicación; un flan de huevo codiciado en un parque; una ayuda impagable en una noche de debilidad alcohólica; una hamburguesa compartida en un botellón; una casa donde las puertas siempre estaban abiertas; su sonrisa perenne y auténtica... en definitiva, es imposible olvidar a esa persona increible y única que ella es.

Por eso, porque la conozco, porque la ví reir tantas veces, porque me animó muchas más, me resulta tan dificil verla últimamente tan increiblemente triste y desolada. Sin ningún tipo de confianza en el futuro ni en la humidad, sin duda, cree que su estrellita la abandonó dejándola a oscuras, dando palos de ciego, sin saber qué hacer o a dónde ir. Ojala tuviera su capacidad, para hacerla reir, para ayudarla a pasar el mal trance como ella lo hizo conmigo hace mucho tiempo. Ojalá pudiera hacerle ver lo maravillosa que es tanto por dentro como por fuera; hacerle, en definitiva, comprender que si alguien le hizo daño, la humilló, no la trató correctamente y no la tuvo en el pedestal en que ella merecía estar, es sólo la actitud de una persona con una circunstancias determinada. Porque todos sabemos que existe, debajo de las ojeras de las noches sin dormir, aquella Marta espléndida y radiante: nuestra Marta, a la que queremos tantísimo. Por lo tanto, no nos cabe duda que tu estrella volverá a brillar por tí, preciosa. Todo pasa ¡Mucho Ánimo!


domingo, agosto 19, 2007

Regreso

Creo que fue Don Joaquín Sabina quien expresó sabiamente, en una de sus canciones, que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Sin embargo, haciendo caso omiso a las recomendaciones del maestro, la semana pasada, regresé a mi preciosa Asturias; volví a mirarme en las aguas de sus imponentes acantilados y a encerrarme en la placentera soledad de sus silentes cumbres. Al igual que entonces, Asturias se convirtió en mi punto de fuga, en un remanso de paz para mis doloridos sentidos. Era (y es) como inspirar una profunda bocanada de aire marino, abriendo bien los brazos, sin oponer resistencia, para culminar subiendo a la cresta del acantilado y mirar, ya sin tristeza, al viejo Cantábrico y pensar sólo en no pensar.

Igual que aquella primera vez, cuando sus montañas y yo nos conocimos, no me llevo objeto material para su recuerdo. Los conservo todos muy íntimamente en mi corazón. No existe ningún elemento que indique el final de mi viaje, ni el final de la etapa que una vez me unió a las tierras que pisé. Y es que yo sé que volveré a pasmarme mirando sus eternas montañas y su embravecido mar, que yo regresaré a Asturias. Tal como me ocurrió con Granada, me une al universo asturiano algo más que dos visitas desiguales: existe una especie de conexión tácita que siempre me viculará estrechamente a él; una premonición, probablemente.

El viaje de regreso siempre es triste. Las grandes planicies castellanas, me hacen comprender el inmenso shock que mi paisano, Antonio Machado, pudo experimentar al ver tremendo paisaje. El horizonte, en Castilla, siempre es infinito. Tras las interminables horas delante del volante, Sevilla se me antoja como un oasis familiar, siempre ardiendo en su valle expuesto violentamente al sol. Ante su antiguo alminar, está mi hogar, mi refugio... Entre aquellas montañas lejanas, mi corazón.



martes, julio 31, 2007

¿Cómo estás?

¿Cómo estás?

Tan fácil y tan complicado como eso. Últimamente parece que esa pequeña e insignificante frase se ha borrado de los labios y las gargantas de mis conocidos. Se suceden las conversaciones estúpidas, tópicas y repetitivas de siempre, cuando, mi mente, se obceca en volver a escuchar la pregunta mencionada. La considero como un pistoletazo de salida, una ventana por la que saltar sin pensar si voy a estrellarme contra el asfalto. Los días pasan y me doy cuenta de que todavía no me he desahogado, de que, por mi mente, desfilan, como fuegos fatuos, miles de sentimientos de odio, amor, cambio y desdén que se comprimen en mi mente, como si de una olla exprés se tratara, y que no encuentran ninguna vía de escape.


Callo
y, sin embargo, dentro de mí, grito como las locas por expresar todo lo que siento, todo lo que pienso, las ganas de golpear a algunas personas que albergo y las de besar a otras que tengo. Muchas veces me duele la cabeza y escribo como una estúpida interminables ríos de tinta privados que no me llevan a ningún sitio, que no me reconfortan y que me sumergen aún más en una vorágine de pánico y soledad que me consume. Nada funciona.


Nadie me pregunta como estoy y, en mi neurosis, invento todo tipo de excusas para comprender por qué el milagro no se produce. Pienso que todos saben lo que se cuece en mi cabeza, el gran galimatías que reside en mí y del que ni yo misma tengo explicación; que no pueden ayudarme, o que no tienen ganas de aburrirse con mis estúpidas ideas del mundo y de todo lo que hago mal. Quizás no se acuerden. Siempre he pasado tan desapercibida, siempre he sido tan transparente, siempre tan reservada y discreta, que quizás no sepan que deben preguntarlo y que igual creen que no pasa nada: ¿qué podría pasar?


Otras veces, agradezco que no lleguen a preguntar... para no volver a darle ocasión a mi mente de que siga pensando, para no darle alas a mi pensamiento, a mi corazón. Me autopsicoanalizo constantemente. En un papel mi corazón, en otro mi cerebro habla. Hace meses que no llego al trabajo con los ojos hinchados de llorar. Eso es bueno. Sin embargo, la reciente cura de esa conjuntivitis alérgica que algunas mañanas causaba tremendos estragos en mis ojos, no ha llamado la atención a nadie. ¿Me he vuelto invisible de nuevo?


((Por cierto! Hoy empiezan mis vacaciones!!))

domingo, julio 01, 2007

El cuarto de siglo

Hoy cumplo un cuarto de siglo con la sensación de no haberlos vivido como realmente debería. En realidad, tengo queja de la persona que estos 25 años han ido modelando. No soy perfecta, tengo muchísimos fallos, algunos me acompañaran, incluso, de por vida. Sin embargo, me satisface conocer mis debilidades y haber aprendido a sumirlas y a valorarlas.

Quizás, de lo que más me alegro es de haber descubierto, poco a poco, aquellas cosas buenas que residen en mí y que me hacen especial. He aprendido que ser diferente no sólo no tiene que ser negativo, sino que puede ser todo lo contrario. Que lo que parece un complejo, puede ser, para otra persona, un grandísimo don y que pensar diferente, puede ser la clave del cambio de tu mundo.


Pienso todo ello cuando me encuentro delante de la enorme tarta de siempre. La clásica San Marcos de Hipercor que, año tras año, encarga mi madre y que contiene, en cada ocasión, un mensaje distinto. Este año, no está muy concurrida la mesa, pero otros sí que acudieron a la cita miles de rostros que hoy se despliegan fácilmente ante mis ojos. Decenas de personas que, a lo largo de este cuarto de siglo, estuvieron en esta mesa, compartiendo comigo mi felicidad por ser un poquito más mayor, y que hoy han desaparecido de mi vida.

Aquellos días de cumpleaños siempre estaban enmarcados en una vida extremadamente feliz o extremadamente triste. Yo soy así. Como buena cáncer los cambios de humor constituyen una constante en mi vida y en aquellos unos-de-julios pasados nunca existía el término medio. Si un año pasé mi cumpleaños llorando sin consuelo porque me dolía horrores un ansiado piercing que me había hecho en el labio, otro de ellos lo pasé feliz por haber recuperado el amor de uno de mis novios.

Sin embargo, entre todos los cumpleaños de mi vida, siempre me viene a la memoria el día en que cumplí 13 años. Aunque no ocurriera nada especial, lo recuerdo con claridad meriadiana por el simple hecho de que tuvo lugar en una de las épocas de mi vida en la que más feliz he sido. El primer amor no se olvida y yo, con 13 años, tuve la oportunidad, el privilegio, el honor, de recibir el enorme premio, regalo divino, de ver consumadas mis esperanzas y poder salir con el chico de mis sueños. Tras tres penosos años sufriendo porque me quisiera, tras conseguir estar con él, tuvieron que pasar otros tres años para poder olvidarlo. En ese increible 1 de julio del año 1995, me sentía la persona más feliz del universo y aún me emociona pensar en lo que supuso para mí y para el mundo de mis sueños aquel gran logro.

Recuerdo que, para ese cumpleaños, me compré un vestido increible (para aquella época, claro está) con unas mangas sin hombros blancas que me daban un aspecto muy chic, aún estando en esa edad tan mala en cuanto a pavo y acné se refiere. En el antiguo tocadiscos de mi casa, sonaba "Trece velas" de la Onda Vaselina y mi corazón latía exultante de aquella felicidad acumulada. Sin pensarlo, volvería a aquellos días, aún sabiendo lo que tendría que volver a revivir, lo que tendría que volver a llorar y el tiempo que pasaría hasta que volviera a brillar de nuevo. Es posible que, en este 25 cumpleaños, el recuerdo de aquella felicidad infinita, de aquella fe ciega en la esperanza, venga a mí con mayor fuerza. Y es que no pasamos por el mejor momento. Quizás, sea porque, este año, en mi cumpleaños, tocaba estar triste. Quizás. Es cuestión de guión, poco se puede hacer al respecto.

Hasta a aquel primer noviete, que me dio mi primer beso de verdad, debo agradecerle los estragos que, su paso por mi vida, causó en mi carácter. Gracias a él, me convertí en una persona humilde, delicada, empática. Sin embargo, también me volví insegura, acomplejada y triste. Gracias a los dos novios que les siguieron, me convertí en una mejor persona: uno me hizo brillar de nuevo; otro me hizo saber que, pase lo que pase, nunca debo apagarme. A mis padres, por supuesto, por aguantarme. A mi abuela, por criarme. Y a mi hermano, por ser mi más fiel compañero, por alegrarme la vida, por hacerme sentir mucho más joven de lo que soy y por quererme.

(Gracias a vosotros, también, por leerme)



Intentaré, a partir de ahora, pensar así

martes, junio 05, 2007

Otra vuelta de tuerca

Hace ya algunos años, mi vida dio una vuelta de tuerca. Se encontraba en uno de esos puntos de inflexión, que como en una campana de gaus, hace que una curva aparentemente cóncava, pase a ser convexa o viceversa. Dejé atrás, por lo tanto, mi existencia de persona normal. Digamos que me aparté de la vida que yo había llevado hasta entonces y a la que estaba acostumbrada. Durante aquel tiempo, conocí a personas muy diferentes a mí, que eran totalmente distintas a los amigos con los que siempre me había relacionado. Me moví, olí y ví cosas que hasta entonces sólo existían en mi imaginación y en el mundo de las leyendas tristes. Salía, hacía como que me divertía y, sobre todo, echaba muchísimo de menos mi vida anterior y -de alguna manera- la convertí en paradigma de la existencia que me gustaría vivir y que, desgraciadamente, no vivía.

Descuidé mucho mi aspecto. Me moría por arreglarme, por flirtear, por calzarme unos buenos tacones, por beber dentro de una discoteca llena de gente guapa, que posiblemente sólo tendrían en la cabeza una neurona que hacía eco al son de la última canción de Bisbal. Me miraba en el espejo y me veía preciosa, sin ningún tipo de maquillaje en el rostro y con la elegancia del desenfado. Sin embargo, en mi coco, se entretejían vagas excusas que me martilleaban el cerebro y me hablaban sobre una "juventud desaprovechada" y de "una belleza que pasaba desapercibida". Y me consumí. Se me murió la alegría y sacrifiqué el desenfado en pos de todas las cosas absurdas que mi mente no paraba de recitar. Me sumí en una auténtica espiral de tormentos, de la que nunca pensé que podría salir. Quería escapar, nada más que para escuchar mis pensamientos libres y comprobar si todavía me esperaba la existencia que había abandonado y si ésta estaba hecha para mí.

Pasó el tiempo y se produjeron cambios, otra vuelta de tuerca. Me encontré en los mismos lugares, con las personas que había abandonado, en los ambientes a los que había anhelado durante tanto tiempo regresar. Y cuando me quede parada frente a todas aquellas personas que, si antaño tuvieron algo que ver conmigo, ahora eran auténticos desconocidos, me di cuenta que no pertenecía a aquel mundo. Descubrí en mis propias carnes el significado de la expresión "pasada de rosca". No sabía cómo comportarme, no sabía ni a dónde mirar. Si me sentía observada, quería esconderme del ojo que miraba y, si era yo la que tenía que mirar, me avergonzaba y dirigía la vista a otro punto. Ellos y yo. Éramos, sin duda, mundos opuestos, sin remedio.

Entre aquella amalgama de gente que olía a tabaco rubio y a colonia-imitación de Calvin Klein, no pude evitar echar la vista atrás y recordar mi vida anterior. Eché de menos, por qué no decirlo, todo por lo que anteriormente me quejaba: mis noches aburridas de botellón, aquellas gambas asquerosas los viernes por la noche en aquel bar de Triana, incluso, las misteriosas idas de algunos a un coche en plena fiesta y la música rayante de aquella odiosa discoteca con restos de coca en los lavabos. Sé que en esta vida, el secreto reside en adaptarse a toda cosa. Es el mantra de los ganadores. El problema es que nos vamos haciendo mayores y cada curva en esta espiral sin sentido, es más ardua y más trabajosa de afrontar. Ganaré, estoy segura. Nunca pensé que, finalmente, echaría de menos aquello que tanto detesto...

jueves, mayo 31, 2007

El día que nací yo


El día que nací yo
¿qué planeta reinaría?
Por dónde quiera que voy
¡qué mala estrella me guía!

Estrella de plata
la que más reluce
¿por qué me llevas por este calvario
llenito de cruces?

Tu vas a caballo
por el firmamento
yo cieguecita sobre las tinieblas
a pasito lento.

El barco de vela
de tu poderío

me trajo a este puerto donde se me ahogan
los cinco sentidos.

El día que nací yo
¿qué planeta reinaría?
Por dónde quiera que voy
¡qué mala estrella me guía!

(Hoy es un día malo... sobreviviré! ¿sobreviviré?... qué mala estrella me guía... siempre)


martes, abril 10, 2007

El retrato de una dama

Para hoy, un post ligerito. Poniéndome al día con el VideoDub, he conseguido colgar en Youtube el inicio de la película "Retrato de una dama", protagonizada por Nicole Kidman y John Malkovich. Aunque, particularmente, el filme no me llamó la atención demasiado, he de reconocer que su comienzo siempre me sobrecogió. No sé si será la magnífica banda sonora de Wojciech Kilar, las sugerentes voces en off o el mensaje que transmite. En fin, es un misterio. Me quedo con esto: " Creo en el destino. De modo que creo que esa persona me encontrará. De algún modo, nos encontraremos. Es como encontrar un espejo, el más cristalino de todos y, también, el más leal. De modo que, cuando ame a esa persona, sé que me devolverá su resplandor".

domingo, abril 01, 2007

Domingo de Ramos

Siempre he pensado que las tradiciones son totalmente irracionales. Por eso, a la hora de intentar comprenderlas, no hay que analizarlas desde un punto de vista racional y objetivo, sino desde la emoción y el hondo sentir que despiertan en el pueblo. Del mismo modo, los que llevamos en el corazón las tradiciones de nuestra tierra debemos ser conscientes de la incomprensión que estas prácticas pueden despertar en un público "lego" y, si somos respetados, respetar. Es fundamental explicar, intentar conseguir que las tradiciones sean accesibles a todos, independientemente de la edad, la religión o el estatus del que mira.

Hoy es Domingo de Ramos. Un día grande para mi ciudad. Desde muy pequeñita, este día despierta en mí sentimientos encontrados. Aunque soy una agnóstica convencida, sinceramente, siempre me han despertado cierta envidia (sana) las personas que creen en algo y ven, en la religión, el sentido a su existencia. Los respeto profundamente, aunque no pueda comprender lo que ellos comprenden, aunque no pueda ver lo que ellos siguen sin ver... Muchos sevillanos son capaces de ver algo en las procesiones que inundan las calles del centro de la ciudad, durante estos días. Son los que, fieles a su tradición, se santifican delante de determinadas imágenes o andan descalzos su promesa en la fila interminable de capirotes que antecede a un paso. Otros muchos acuden a la llamada, sin santiguarse, sin observar, en aquellas tallas de madera, otra cosa que la maestría de un imaginero o el arte de la seguidilla.

Ya pertenezcan a un bando u otro, son muchísimos los ciudadanos que se congregan en las calles, se hacinan, alrededor de sus santos, contemplándolos con estricto respeto, en la lejanía. Siempre he pensando que en todas esas miradas, en todo ese sentir, en todo ese calor que se desprende de esas personas que allí se citan con su fe, con su admiración o con su añoranza, debe existir algo. Un sentimiento común, de hermandad, de respeto, de unión que nunca debería extinguirse.


Siempre me he preguntado qué hubiera ocurrido si mis padres no me hubieran inculcado, desde muy pequeña, esta ancestral tradición; si mis tíos no me hubieran enseñado la diferencia entre el paso de "costero a costero" o el significado de la palabra "bambalina". Quizás, en días como hoy, cuando contemplara, de pasada, cualquier procesión (de la que probablemente desconocería su nombre) no me emocionaría y no me rodaría una lagrimilla desde el ojo a la mejilla. Y es que son muchos años esperando la llegada de una hermandad, son muchos años deseando que no lloviera, muchos años contemplando cierta procesión en un lugar determinado, de la mano de alguien tan especial que su recuerdo te durará de por vida. Sé que muchos me calificarán de carca, poco moderna.... En mi ciudad está mal visto declararte demasiado seguidor de la Semana Santa. Conocer detalles más específicos, tener datos más amplios que los que tiene el ciudadano medio, es sinónimo de freakismo. En Sevilla, es mejor y más lícito elogiar a su Feria que a su otra semana grande.

¿Y por qué? Me lo he preguntado siempre. Durante mis años de experiencia y de reflexión acerca del tema, he llegado a la conclusión de que la Semana Santa, desde hace mucho tiempo, se ha convertido en algo más; que ha trascendido. Aunque para muchos conserva su significado religioso, otros -quizás un grupo más extenso de ciudadanos- la llevan en su corazones como vestigio de una entrañable infancia, como identidad de su querida ciudad o como exponente del patrimonio histórico y cultural sevillano. Muchos, entre los que me incluyo, disfrutamos acudiendo a la cita de todos los años, emocionándonos con el sentir, con la música, con el olor del incienso y de la cera quemada, y aplaudiendo, sin duda, a todo el arte que se encuentra en esas cuadrillas de costaleros. Sin duda, la Semana Santa aporta mucha intranquilidad y confusión en muchos corazones.

A continuación, os dejo un vídeo -por si tenéis curiosidad- de uno de los pasos que mejor anda en Sevilla. Se trata de la Hermandad de San Gonzalo, trianera de pura cepa y estandarte de lo que se conoce como el paso trianero que es muy diferente al de las cofradías de Sevilla. Si os fijáis, es un paso de misterio (es decir, representa una instante específico del Nuevo Testamento) que nos muestra la comparecencia de Jesús ante Anás. Es totalmente perceptible en el vídeo cómo se adapta el paso de los costaleros a la música. Seguro que pensaréis que es poco consecuente con la ocasión que un paso "baile" al son de la música pero, viéndolo desde el punto de vista profano, ¿os haceis una idea de lo dificil que es llevar a cabo ese nivel de compaginación, las horas de ensayo, lo que tiene que pesar? Mucho arte hay en Sevilla. En este caso, en Triana.



Y, ahora, ¡den rienda suelta a sus críticas!

jueves, marzo 29, 2007

¿Dónde están mis sentimientos?

Parece mentira que, tan sólo hace unos años, rellenara varios cuadernos con poesías. Los veo y no puedo entender dónde se encuentra esa capacidad mía para expresar mis sentimientos. Leyendo aquellos poemas, tan íntimos míos, tan propios de una vida no mejor que esta, puedo trasladarme en el tiempo y ponerme en la piel de aquella chica tímida que, aparentemente, nadie quería. No sé en qué punto de mi vida perdí el increíble don de sólo decir lo que sentía, sin reparo o verguenza. No sé en qué momento despareció esa "inocencia" que me hacía confiar ciegamente en cualquier persona que me hablara o me besara.

Con aquellos poemas, aprendí a bucear en mi interior, a conocerme y a descubrir que, aunque odiara con toda la fuerza de mi universo a aquella capa exterior que me recubría, me sentía agusto siendo yo. Con mis rarezas, con mis depresiones, con mi negatividad y mi mente fugaz y extraña que tan malas pasadas me jugó siempre. En aquellos momentos yo era gris. Totalmente transparente para el género masculino, sin duda. Una chica estúpida dispuesta a perder cualquier reducto de su personalidad por gustar, caer bien, o por llamar, si hubiera podido, un poco la atención.

No mejoró mucho que me fijara, por aquel entonces, en la persona menos conveniente. Todavía me recuerdo, en los jardines de la antigua universidad, mirando el cielo azul del junio más hermoso de toda mi vida. No recuerdo momento más feliz que aquel, ni instantes más maravillosos que aquellos suaves días estivales. Parecía un sueño. Fue sólo un sueño. A partir de entonces, empecé a caer, a mirar, de nuevo, los tristes suelos, a mis pesados pies y a aceptar que, quizás yo no estaba destinada a contemplar aquellos cielos.

Me dormía todas las noches llorando y me calmaba escribiendo desgarradores poemas obcecada en un destino que nunca estuvo para mí. Las personas de mi entorno giraban a mi alrededor -frenéticos- como en esos anuncios de la tele, mientras que yo avanzaba por la vida a cámara lenta mirando al suelo y recordando momentos que no se volverían a repetir. Entonces, apareció la única persona que, hasta entonces, tuvo la capacidad de ver algo a través de ese halo gris que me envolvía. Y fue, en ese momento, cuando comenzó mi historia.

domingo, marzo 18, 2007

Cisne de primavera

Recuerdo que, hace muchísimos años, cuando todavía andaba traduciendo las Catilinarias de Cicerón y era una muchacha gris y retraída, me enamoré de un chico que conocí por internet. Con 16 años, lo poco que sabía yo de hombres, se traducía en bombitas de peste y en faltas de respeto, por lo que Ismael, que así se llamaba el chico, se alzaba, ante ellos, como un príncipe recién salido de un fantástico cuento de hadas. Todavía conservo los emails que nos escribíamos cada tarde, donde él me narraba sus andanzas en su instituto de curas y yo le redactaba, fielmente, las horas que había pasado sumergida en inteligibles poemas de Machado; probablemente, pensando en él.

Por aquel entonces, Internet no era el universo multimedia que hoy se nos antoja. Nunca llegué a ver su foto; sólo hablé con él un par de veces por teléfono. Sin embargo, nos pasábamos horas enteras chateando desde nuestros arcaicos ordenadores, cuando el tiempo de conexión se traducía en una amplia factura de teléfono. Jamás accedí a verle. Era una chica llena de complejos estúpidos y de carencias físicas que pensé que él nunca entendería. No sé si alguna vez le llegué a confesar que pensaba en él durante todas las horas del día. Hace tanto tiempo, que todo se confunde en mi mente. Tampoco recuerdo en qué momento dejó de buscarme, sin duda, cansado de mis negativas a conocerlo. Sólo sé que, finalmente, se echó una novieta bailarina, que seguramente era más afín a sus gustos que yo.

El destino quiso que, uno de los días más nefastos de mi existencia, lo viera entrar por la puerta de mi facultad. Fue una aparición fugaz. Llegó a mí igual que la mariposilla que se posa en la flor justo antes de que comience la feroz tormenta. No lo saludé, todo fue muy rápido. Aunque nunca lo había visto en persona, algo en mi interior me dijo que era él. La persona a la que había dedicado tantas horas de mi vida, por la que rellené de letras miles de pantallas de chats y que nunca me digné a conocer. Aquel día, de alguna forma, por fin nos encontramos y, tan rápido como apareció en mi vida, se esfumó, dejándome sola a merced de la tempestad que se aproximaba.

Gracias a Ismael, descubrí a Bukowski. Supe, en el mismo instante en que me transcribió uno de sus poemas, que aquellos versos siempre irían atados a su recuerdo. Hoy que me he acordado de él. Ahí van tus versos:

Cisne de Primavera

También en primavera mueren los cisnes
y ahí flotaba
muerto un domingo
girando de lado
en la corriente
y fui hasta la rotonda
y distinguí
dioses en carros,
perros, mujeres
que giraban,
y la muerte
se me precipitó garganta abajo
como un ratón,
y oí llegar a la gente
con sus canastos de camping
y sus risas
y me sentí culpable
por el cisne
como si la muerte
fuese algo vergonzoso
y me alejé
como un idiota
y les dejé
mi hermoso cisne.

(Ch. Bukowski)

sábado, marzo 17, 2007

Viviendo en una novela

La fase de la vida en la que actualmente me encuentro, no hace otra cosa que incitarme a pensar demasiado. Eso no es bueno. Por lo menos, es lo que dice la gente cuando les confieso que últimamente no salgo mucho de casa. Según ellos, en mi situación, no hay que reflexionar ¡Como si no me conocieran! Supongo que no tienen más remedio que interpretar ese papel. En definitiva, no les queda otra que dar las estúpidas soluciones que muchas veces he transmitido yo a la persona que entonces se encontraba en mi actual situación. Recuerdo que siempre que me tocaba decir las famosas frases, me sentía bastante estúpida. Supongo que todos somos conscientes de lo que tenemos que hacer para salir de nuestro "obligado pozo" y, si no podemos salir al exterior de él, no es por desconocimiento, sino por incapacidad. Sólo se necesita tiempo. Siempre he sido muy excéntrica y bastante melodramática. Si a esto le sumamos que me suelo ahogar en un vaso de agua y que, casi siempre, mis pensamientos son del color que predomina en este blog, os podréis imaginar como me siento. De todas formas, no quiero alarmar a nadie: que no avisen al pentágono, sólo es que hace mucho tiempo que no estaba sola. Nada más. Ya me voy acostumbrando.

Últimamente, sólo leo y escribo. Mi blog me da muy buenas satisfacciones. Cada vez, parece que más gente lee mis cosas y, por mi parte, estoy haciendo algo que me encanta y que tenía demasiado olvidado: escribir. Como dije, también leo mucho. Sin ir más lejos, y aprovechándome de la paga extraordinaria de marzo (!!!), he hecho un pedido de 119 euros a la web de "La Casa del Libro". Un pedido extenso donde hay de todo:
  • El pedestal de las estatuas (A. Gala). Es el libro comodín. Si lo compras, te regalan los gastos de envío del pedido. 6 euros de nada pero, que si te los ahorras, pueden contribuir a la adquisición de un nuevo libro. Por otro lado, siempre he querido leer algo de Gala pero, por una u otra causa, nunca lo he hecho. Por lo tanto, ya veremos como resuelto este nuevo libro, que, por otro lado, ayer utilizaban en la casa de Omaita para hacer de tope a una puerta.
  • Corazón helado (A. Grandes). Hagámosle caso a Jorge Javier Vázquez. Lo recomienda tanto en su programa, que he osado a comprarlo.
  • La sonrisa etrusca (J.L. Sampedro). Recomendación de mi jefa... a ver que tal.
  • La suite francesa (I. Nemirovsky). Me lo ha recomendado mucha gente.
  • La pasión india (J. Moro). Recomendación de Rebeca.
(Y ahora, la sección temática. Literatura contemporánea estadounidense)
  • El palacio de la luna (P. Auster). Empecé a leermelo en pdf y me gustó bastante.
  • Trópico de cáncer (H. Miller). El autor de la mejor "blog-novela" que he tenido la oportunidad de leer, idolatra a Henry Miller y a sus dos "trópicos" por lo que le daremos una oportunidad. (no voy a hacer propaganda del blog, si alguien quiere saber quién es, que me mande un mail!)
En fin, ¿no dicen que no hay mejor compañía que un buen libro?

miércoles, marzo 07, 2007

1440 minutos


Supongamos que cada mañana te encuetras 1440 euros.

Puedes regalarlos, divertirte con ellos o quemarlos.
Pero los que no uses, al final del día, desaparecerán.
Así funciona la vida.
La diferencia es que, lo que te encuentras por las mañanas, no son 1440 euros, son 1440 minutos.
Piensa bien qué vas a hacer con ellos.
(fragmento del anuncio del Mercedes Benz SportCoupé)


360 euros los regalo prácticamente, el resto del dinero... lo quemo sin remedio :/
"... like Peter Pan or Supermen, you're welcome to save me ..."


En fin, hoy estoy un poquito depre... ¿qué le vamos a hacer?

sábado, febrero 17, 2007

Parece que lloverá

Una luciérnaga de plata
brilla en tus ojos niños,
cuando te fascinas, recordando,
otros que tu viste y que temes más no ver.
Yo me embeleso mirando tu mirada
recordando que una vez,
yo también te miré como tu ahora me miras,
enquistándome el recuerdo
y provocando vagas excusas
de por qué aquella mariposita gris
desde hace tiempo ya no se me ve.
17/12/00


Cuando escribí este poema, es probable que mi amiga Inés estuviera entusiasmada con un nuevo amor que residía en el extremo más alejado de la península. Catalán, gallego o vasco, poco importaba la procedencia del susodicho: las fronteras en el corazón de Inés nunca existían. Cuando se enamoraba, era tal su fervor y la fuerza de sus sentimientos, que no hacía otra cosa que hablar de aquel galán con nombre raro, que aquella vez le había robado su frenético corazón. Desde su exigua inocencia, con sus ojillos avispados y su eterna cara de brujilla, no he conocido a chica más lunática que mi amiga en sus ensoñaciones. Si alguna vez pudo ser estrecha de miras, cuando se trataba de amor, Inés abría los menudos pasadizos de su mente y los convertía en avenidas llenas de luz: los avenidas de la ciudad donde su amor residía. En aquellos momentos, dejaba de ser sevillana - si es que alguna vez lo fue -; abandonaba su ciudad, mentalmente, y residía en un vasto prado cerca de Compostela o en una pequeña y ruidosa calleja de algún barrio de Madrid.

A excepción de mi familia, no recuerdo momento en mi vida en el que no la haya tenido a mi lado. Más cercana o más distante, ya sea en la misma banca del instituto, ya sea charlando mientras caminábamos, a la salida del colegio, a comprar el pan, contando los pasos que nos separaban de nuestros ansiados almuerzos. Una fotografía en blanco y negro. Su sonrisa a mi lado mientras contemplábamos una solitaria montaña navarra. Parece que lloverá. Una minúsculas gotas empiezan a invadir nuestro estrecho universo. "Chirimiri" me dices, "es muy corriente aquí". A lo lejos, se escuchan aislados cencerros provenientes de las altas cumbres. "Sí, parece que lloverá".

jueves, febrero 15, 2007

También lloro

Hace mucho tiempo, una persona muy importante para mí, por motivos que yo por entonces no entendía, decidió abandonarme. Lo pasé muy mal. Recuerdo que lloraba muchísimo. Durante todo el día, mis ojos permanecían con una eterna lágrima que nunca se desprendía, porque todas las cosas, todo mi mundo, me recordaba a él. Al cabo del tiempo, cuando parecía que todo había terminado, volvió a mí. La verdad es que no sé si fue entonces o un poco más tarde (cuando todo terminó de veras) cuando llegué a saber qué fue de él durante aquel tiempo que estuvimos separados. Él también lloraba. Cuando nos encontrábamos por los pasillos de aquella triste facultad, sin mirarnos siquiera, él sufría... sufría por mí. La verdad es que, a partir de entonces, nada fue igual entre nosotros. Aunque lo intentamos varias veces, no fue, hasta el último momento, cuando supimos que nuestro lazo se había roto.

Algunos años después, tal día como hoy, siento inmensos deseos de decirle: "¡Cuánto te entiendo!". Quizás tú, por aquel entonces, cuando también llorabas, te diste cuenta de la poca solución que existía para nosotros. Aunque te costara creer que aquellos que un día se quisieron tanto y que nunca se concibieron separados se debían distanciar irremediablemente. Hoy me siento igual que tú. Yo también lloro cuando lo veo; cuando no puedo hacer nada más; cuando me encuentro entre la espada y la pared, cuando quiero huir y no puedo escapar.

Quizás todavía te preguntes qué pudo pasar, que hubiera pasado si no hubieras querido conocer tanto mundo, dejando atrás el universo que ya tenías; en el que yo estaba. Me pregunto si algún día terminaré pensando lo mismo. Si me arrepentiré alguna vez de lo que ahora hago; si realmente soy una paranoica por no contentarme con lo que tengo; si el futuro que me espera será un reducto de amarga soledad o peor que mi presente; si soy una caprichosa o si realmente soy una estúpida intransigente con muchos prejuicios. En definitiva, si cuando lloro, como tu llorabas, lo hago por amor, por miedo... o por tristeza.

En estas ocasiones, un poema siempre se me viene a la memoria:

¿Por qué querer deshacer
un nudo que Dios ha hecho?
Sí, yo sé que los dos hilos
andaban flotantes, sueltos:
pero un día sopló un viento
que venía de lo alto,
que los empujó uno a otro.
Y al tocarse se enlazaron,
se estrecharon, sin remedio.
¡Qué nudo ya entre dos vidas!
¡Qué punto en que dos destinos
al apretarse, cruzados
con el calor de dos cuerpos,
crean un destino nuevo:
las almas indisolubles!
Y un día
nos encontramos los dos
llorando ante el nudo estrecho.
¿Cortarlo? Tú lo quisiste.
Tentaciones de cuchillo
te brillaron por momentos.
Pero si el nudo cortabas
te cortarías tu hilo,
y el mío, a mí, porque en él
estamos los dos unidos.
Cortar un nudo es cortarse
los dos hilos que lo hicieron.
¿Desenredarlo? Las manos
lloraron de pena larga,
porque el alma no quería
y lo intentaban los dedos.
¡No lo toques! ¡Déjalo!
Resístete, si tú quieres,
a que el viento antiguo siga
acercándonos, haciendo
nuestro nudo más estrecho.
Vuelve a ser el hilo tuyo,
libre, suelto. Nuestros hilos
volverán a separarse
como si fueran distintos.
Pero allá atrás quedará
—¡no la mates!— la memoria
viva de haber sido más
que dos pobres vidas sueltas.
Y el recuerdo de ese nudo
en que los dos fuimos uno,
porque queríamos serlo,
ha de durar, sin atarnos,
no ya como nudo, no,
sino como lazo eterno:
voluntad de no soltarse
de algo que nunca se suelta,
amor, lazo, en nuestros pechos.

Pedro Salinas

viernes, febrero 02, 2007

Va de abuelos

Hace algunos días, en el trabajo, una compañera nos contaba la vida de su abuelo que, al parecer, tuvo una de esas juventudes aventureras y aguerridas, que se convierten en leyenda dentro de una familia. Durante la Segunda Guerra Mundial, el hombre estaba -nada más ni menos- que en Rusia, luchando, como ella misma dice, contra los comunistas. Y no es que el antepasado fuera ruso; ni siquiera era alemán y tampoco se consideró nazi: fue uno de los muchos españolitos que dejó su país para ir a luchar a una guerra ajena, motivado por los febriles ideales inculcados en un internado de curas.

Muchos años después de aquello, el abuelo contaba a su prole que, en esos tiempos, desconocía la existencia de guetos y campos de concentración. Los judíos, para él, simplemente llevaban un brazalete con la estrella de David impresa y se dedicaban a retirar la nieve de las aceras. Un día, incluso, se encontró en la casa de un alemán mirando anonadado un impoluto uniforme de las SS. Mi compañera dice que, en ese momento, su abuelo se planteó muchas cosas y se sintió una hormiguita dentro de un asunto que le venía bastante grande. Cuando la afortunada secuencia de una ametralladora le salvó la vida y sesgó, en cambio, la del individuo que se encontraba a su lado en la trinchera, el hombre abandonó Rusia con un hombro dañado y una mano que por siempre llevaría en una cierta pose... amanerada.

Es normal eso de que los abuelos les cuenten sus batallitas a las generaciones venideras. Las abuelas, en cambio, se dedican a criarte, quererte y abrazarte. A pesar de todo, siempre he pensado que tener un abuelo es como poseer un buen libro de aventuras, que siempre estará allí, esperando pacientemente, para contarte sus magníficas hazañas en tiempos o lugares remotos.

Todo el mundo tiene cuatro abuelos. Yo nací con tres. Al padre de mi madre no lo conocí. Todos dicen que fue un hombre bueno y cabal. Murió muchos años antes de que yo naciera. Los hombres buenos suelen tener mala suerte. Cuando pienso en él, me acuerdo de su enorme retrato en el salón de la casa de mi abuela: era un hombre de piel morena, con cara de trabajar demasiado y una significativa peca en la frente que le marcaría de por vida. Mi abuelo era carbonero y, según su viuda, era un niño bien. Luego, llegó la crisis del carbón y su fortuna se vino abajo. Sin embargo, todo el mundo le recordaría en esa pequeña casetilla cerca de la Iglesia de los Terceros, tiznado completamente por el mineral y siempre sonriente. Su mayor hazaña es haber formado parte de una cuadrilla de costaleros, de esas valientes, que sacan, en Semana Santa, uno de esos pasos que desafían las leyes de la gravedad. Su mayor error, una borrachera de anís, que le hizo reusar beber, de por vida, otra bebida alcohólica que no fuera una buena cerveza Cruzcampo. Poco le duraría la promesa, ya que mi abuelo murió con 47 años, dejando a una viuda muerta en vida que no lo traicionaría nunca.

Ella es la única, de mis abuelos, que aún vive. Los otros dos, los abuelos por parte de mi padre, murieron cuando yo era muy pequeña. Por entonces, era tan malcriada que, muchas veces, me castigo a mi misma por no haber disfrutado más de su existencia cuando realmente estaban aquí, conmigo. Me disgustaba mucho ir a su casa, a verlos. Era pequeña y me aburría mucho. Recuerdo, que en aquella visitas que me resultaban eternas, me dedicaba a meter el dedito en el pote del azúcar y comer, a escondidas, barquillos de nata.

Mi abuelo arreglaba aviones en la base militar de Tablada. Siempre he pensado que tuvo que ser una profesión bonita y muy gratificante. Aún, mi padre conserva una caja de metal que contiene miles de herramientas que no funcionarían para arreglar un enchufe, pero que servían para tener a un avión de combate a punto. Mi abuelo, tristemente, también es famoso por propinarle más de una paliza a mi padre. Éste, las recuerda incluso con cierto cariño. Por mi parte, siempre me acordaré de él sentado en aquella mesa de camilla, en la que siempre había un vaso de agua. A mi abuelo le dio un ataque al corazón. Estuvo varios días en el hospital pero, finalmente, le dieron el alta. Dicen que fue al baño a vestirse, para salir del hospital, y allí se quedó. Curiosamente, fue en un cuarto de baño donde me enteré que mi abuelo había muerto; mis padres aprovecharon mi oportuna ausencia para comentar la triste noticia.

No sé si mi padre lloró entonces. Sí lo hizo por su madre, que murió al año siguiente. Yo también la hubiera llorado si la hubiera conocido sólo un poco. Según dicen, me parezco mucho a ella, no tanto en el carácter como en el físico. A ella también le encantaba comer, posiblemente pasara hambre durante su infancia. Mi abuela era como una planta de interior; siempre vivió a la sombra de su marido. Cuando éste murió, se llevó con él la sombra donde mi abuela se cobijaba. Y se fue marchitando, en el transcurso de un año, como se marchita una sencilla florecita. Un día, le detectaron un cáncer de estómago. Sí, a ella, que nunca bebió ni comió como a ella le hubiera gustado, ya que, el que lo hacía, de pleno derecho, era su consorte.

Pasó varios meses muy malita, en la última planta de un hospital para enfermos terminales. Fue entonces cuando descubrí el significado de la palabra morfina. Me recuerdo jugando en un bonito jardín lleno de flores. En el centro hay una enorme estatua de un santo. "Es San Juan de Dios", me dice mi madre, "quédate un rato aquí mientras visitamos a la abuela". No recuerdo cuando fue la última vez que la vi, no sé lo que fue la último que me dijo y no puedo recordar si yo le contesté algo gracioso que, quizás la hiciera sonreir.

Un día, mi madre tuvo una especie de premonición. Le tocaba a ella ir a cuidarla aquella funesta noche de marzo. Le pidió a mi padre, que, por favor, fuera el aquella noche al hospital. Y, efectivamente, a las tres de la mañana, sonó el teléfono, anunciándonos la noticia que todos esperábamos. No lo he podido olvidar, al igual que no puedo evitar el escalofrío en mi piel cuando paso por aquel maldito hospital tan hermoso y vivo por fuera, y tan tristemente muerto por dentro.

Estas son mis raíces. Algo de ellos llevo en mi sangre, en mis gestos, en mi comportamiento. De aquella generación, sólo me queda mi abuela. Sin duda, la más importante de todos ellos. No puedo quedarme dormida, hasta que no escucho su respiración tranquila en la habitación de al lado.

martes, enero 30, 2007

Allí, en Asturias

Muchas veces, cuando me siento triste, estúpida o a punto de estallar, pienso en Asturias y en ese enorme acantilado de aquel pueblecito cerca de Luarca. Allí, donde, si mirabas hacia el horizonte, solo veías mar y más mar; donde tenía la certeza de que, más allá de mi mirada, sólo encontraría eso, ingentes cantidades de agua salada. Me gustó esa sensación de seguridad. La brisa del mar en el rostro, tu sonrisa a mi lado. Sentados en el banco aquel, que podríamos haber hallado perfectamente en cualquier museo. Allí, donde el único lienzo posible era el mar plomizo y melancólico de aquella hermosa costa.

Entonces escucho que me llaman. Sin duda es Blanca, mi jefa, recordándome que debo telefonear a alguien con el que, posiblemente, detesto conversar. Le digo que sí con la cabeza y, de nuevo, me transporto a aquella tarde de domingo, a aquel tranquilo anochecer frente al mar asturiano a tu lado. Regocijándome, en esa reparadora quietud que antecede a la feroz tormenta. Ojalá nos encontráramos hoy allí.

(foto: Puerto de la Vega (Asturias). Agosto 2006)