martes, septiembre 25, 2007

De lo comercial

Hace algunos días, un buen amigo me confesó -no sin cierto resquemor- que le gustaba muchísimo la última canción de David Bisbal, "Premonición". Con un gran sentido de culpabilidad, me habló de cómo, cuando la escuchaba camino del trabajo, en la radio del coche, experimentaba algo parecido a lo que les ocurre a los del anuncio del SEAT Ibiza con Shakira: flipaba en colores. Lo más sorprendente de todo es que yo me sentía igual que él; también me encantaba la canción de Bisbal pero no tuve las agallas suficientes para reconocerlo en público.

La verdad es que, a menudo, intentamos esconder ciertos gustos que, socialmente hablando, no nos convendría tener. Procuramos correr un tupido velo en torno a aquellas cosas que muchos considerarían “raras”, “comerciales”, “carcas” o “inútiles”. Si compartimos ciertas aficiones y gustos con la gran mayoría, pasaremos a formar parte de esa masa estúpida y deforme que todos odiamos tanto y, en cambio, si coincidimos, en cuanto a preferencias, con un grupo reducido de personas, probablemente, nos llamarán freaks que, hoy en día, es uno de los peores insultos que te pueden echar a la cara.

Contando con que “ser freak” y tener “gustos de freak” (sin meter en el mismo saco, por supuesto, a los seres patéticos de la telebasura) puede ser la actitud más sana e inteligente que pueden adoptar nuestros jóvenes, hay que tener claro que, en esta vida, no hay que moverse absolutamente en lo blanco o en lo negro. Sí. Hay que ser coherente y consecuente –o al menos así lo aprendí yo- pero no hay que obcecarse en nada. No hay que considerarse o considerar a alguien estúpido por escuchar algo que escuchan todos o que no escucha nadie, ya que lo verdaderamente poco inteligente es escuchar, por credo, siempre, la misma música o defender cierto estilo o época músical como si se te fuera la vida en ello.


Me sigo preguntando: ¿Qué hay de malo, pernicioso, raro o estúpido en escuchar a alguien como Bisbal? Y lo menciono a él, pudiendo hablar sobre miles de “parias” comercialoides, musicalmente denostados, que se bañan en dinero líquido a pesar de las muchas críticas. ¿Es malo escucharlo porque le gusta a mucha gente; porque le falta originalidad; porque tiene mucho dinero; porque sus letras son ligeras o porque es un triunfito? Pensamos que no es un comportamiento inteligente y adulto, sin embargo no nos percatamos de que, lo verdaderamente interesante es escuchar de todo. Es por ejemplo, disfrutar bailando el “Toxic” de la Spears, a la vez que se te pone la piel de gallina al escuchar un aria de la Callas (¡Qué grande!)

Y es que, en esta vida, no todos son John Lennon o Bruce Springteen, no todos cantan como Mercury o como la Callas… Sin embargo, en el espectro musical muchos tienen cabida. La mayoría de las veces, incluso, nuestro cerebro lo necesita: Asian Dub Fundation para no dormirte en un viaje, un disco de Enya para empezar a soñar. No siempre nuestro coco ansía leer a Dostoievski o a Joyce, muchas veces preferimos algo más ligero pero menos profundo con lo que, simplemente, disfrutar: una novela de Agatha Christie o el último bestseller cuya portada tanto te llamó la atención. Ahí mismo reside el encanto de una buena mente humana: saber apreciar una novela como “Crimen y Castigo” y, a la vez, disfrutar, como un niño, con la última aventura de Harry Potter.

Porque, en definitiva, uno no debe cerrarse nunca, ni a épocas ni a estilos. Me gustaría llegar a abuelita con un gran arsenal de gustos habitando, para siempre, en mi cerebro. Me gustaría que, entonces, me siguieran gustando tanto como ahora, tanto como ayer, libros, canciones, películas que leí, escuché o ví y que produjeron algo positivo en mí. Me gustaría, también, que no estuviera cerrada a las cosas diferentes (y no por ello menos buenas de las que existen hoy o existieron ayer) y que fuera capaz de empaparme de las últimas tendencias de mi existencia. Que mis cosas envejecieran dulcemente conmigo, y que mi cerebro nunca lo hicera y se mantuviera joven, dialogante y respetuoso con los gustos de mis nietos. Pensar que nunca existieron épocas mejores y que los que no supieron envejecer no fueron nuestros gustos sino los cerebros cuadriculados de algunos.
El conocimiento nos hace libres, amigos.

martes, septiembre 18, 2007

Que te parta un rayo

Creo recordar que fue en “La Ventana” de la cadena Ser donde, hace algunos días, se hablaba de las tormentas eléctricas y de los estragos que, durante la semana pasada, causaron en el país. Debo reconocer que me lo tragué de cabo a rabo. Ya no tanto porque los rayos, truenos y centellas sean algunos de los espectáculos que más me sobrecogen y emocionan, sino porque, sorprendentemente, hace tan sólo unos días, tuve constancia de que mi tatarabuelo murió a causa de una de estas asombrosas tormentas. Parece ser que al pobre hombre le sorprendió una buena tormenta en medio de un soto. Se intentó cobijar bajo un árbol y, desgraciadamente, pasó lo que tuvo que pasar. Mi tatarabuela, que presenció el terrible incidente, se volvió, literalmente, loca, lo que tuvo desastrosas consecuencias en mi familia. Fue, sin duda, una verdadera tragedia y, para mí, fue tremendamente inquietante el conocer que tan excepcional acontecimiento tuvo lugar a lo largo de mi árbol genealógico.

Y es que, hasta hace algunos días, el hecho de ser alcanzado por un rayo se me antojaba como algo fortuito y casi imposible. En Sevilla, si es raro que llueva, más raro es que acontezca una tormenta de estas características, por lo que, para mí, este tipo de sucesos se encontraba en el grupo de las cosas-que-te-cuentan-y-nunca-pasan. No obstante, parece ser que las muertes causadas por rayos son bastante frecuentes. De hecho, en Estados Unidos, más de 300 personas mueren anualmente de esta manera. Asimismo, algunos estudios atestiguan que desde 1941 a 1979, en España, 2.000 personas murieron por obra y gracia de un fortuita descarga eléctrica causada por uno de estos fenómenos. Y eso que no entramos ni en los heridos por encontrarse cerca del radio de acción del rayo ni en las consecuencias tecnológicas que muchas veces estas situaciones provocan.


Mi pobre tatarabuelo, hace ya casi 100 años, seguro que no sabía que una de las cosas que nunca se debe hacer, en caso de tormenta, es resguardarse debajo de un árbol. Es importante encontrar refugio en algún edificio o, en su defecto, agacharse lo máximo posible (nunca tumbarse) tocando el suelo sólo con la planta de los pies. Lo mejor sin duda, es observarlos, tranquilamente desde casa, a poder ser con una tacita de chocolate bien caliente entre las manos. Porque, desde luego, a pesar de las tremendas estadística, no debemos temer, sino admirar semejantes milagros de la naturaleza.

De hecho, no son tan letales. Parece ser que, si se dispone de la debida atención médica, el 80% de las personas fulminadas, sobrevive (aunque con notables secuelas físicas). De hecho, existe una morbosa estadística –que no sé si tiene algún tipo de validez- que fantasea sobre la posibilidad de que las personas que han sido alcanzadas por un rayo (y afortunadamente sobreviven a él) tienen más probabilidad de ser golpeadas por otro que cualquier individuo. A este respecto, es destacable la bizarra experiencia de Ray Sullivan: un guardaparques de Estados Unidos que, según parece, fue alcanzado 7 veces por diversos rayos entre 1942 y 1976 y que sigue vivito y coleando.


Y es que el campo, es uno de los lugares donde más se manifiestan este tipo de fenómenos. Es así que, debido a ellos, el golf ha pasado a ser un deporte de alto riesgo. De hecho, es la disciplina que más número de muertos aporta al panorama mundial. Los campos donde se practica dicho deporte se han convertido en auténticos para-rayos, por lo que, ante cualquier tipo de aviso de tormenta, los golfistas huyen, en auténtica estampida, dejando atrás palos, pelotas y diversión. Se tiene constancia que, desde 1959, más de 2500 golfistas han perdido la vida en Estados Unidos practicando su deporte favorito y que el número de heridos sobrepasa los 6.000, provocando este tipo de fenómeno atmosférico más muertes que las causadas por inundaciones, huracanes y tornados, en conjunto. Parece ser que los palos de los golfistas ejercen de improvisados para-rayos, siendo capaces de atraer rayos que se encuentran a más de 50 millas del lugar de impacto, dándose muertes totalmente sorprendes algunas, incluso, bajo un sol de justicia.


Así que, a partir de ahora, habrá que tener cuidado con desear que a algún golfista le parta un rayo… estadísticamente, le estarás poniendo dos velas negras, como bien dice ese gurú de la sapiencia que es la Bruja Lola.

lunes, septiembre 10, 2007

Analizando al Reverendo Kane

"God is in his holy temple"

Si os dijera que, en el artículo de hoy, se analizará la figura del Reverendo Henry Kane, más de uno pensaría que se hablaría del carismático músico que amenizaba los fabulosos programas del antiguo (y añorado) Caiga quien caiga. Craso error puesto que si entre mis lectores se encontrara alguien lo suficientemente freak como para identificar tan agorero nombre, sin duda, se le habrían puesto los pelos como escarpias, ya que hoy profundizaremos en torno a la figura de uno de los personajes del cine de terror que más estragos ha hecho en las mentes de aquellos que nos criamos en la década de los ochenta. Si no habéis ido atando cabos os diré que Henry Kane es el nombre de aquel funesto reverendo que nos mortificó con sus apariciones en las dos últimas películas de Carol Anne, que es como se conoce en mi casa a la Trilogía de Poltergeist.


Parto de la hipótesis de que la mayor parte de vosotros habrá visto por lo menos la primera entrega de la saga, que es sin duda la mejor de las tres. Es la película en la que aparece el payaso acojonante (que no descojonante) y la montaña de sillas en la cocina. Concretamente, aquella en la que Carol Anne –la chica con cara de bollo y pelo rubio ceniza hasta la cadera- contactaba vía televisiva con una serie de entidades que tomaron posesión de su propia casa. Lo que en principio era una película ideada para que tu madre tuviera una excusa medianamente creíble para que no te acercaras demasiado a la tele, se convirtió en un éxito sin precedentes que propició dos secuelas más: Poltergeist II (la del indio) y Poltergeist III (la de los espejos).

Aunque, bien es cierto, que segundas partes nunca fueron buenas (ni que decir de las terceras), estas dos películas pasarán a la historia por haber llevado a la gran pantalla a uno de los personajes más siniestros y horripilantes del cine: El reverendo Henry Kane. Un encantador viejecillo, achacoso, vestido totalmente de negro, tocado con un sombrerillo tipo cordobés y una mala cara de mil demonios. Y es que parece ser que esa tez descompuesta y ese mal color que tanto nos acojonaba tenía una causa bien real y dramática ya que Julian Beck, el actor que encarnaba a Kane en la segunda película, padecía un cáncer de estómago en fase terminal que no le permitiría terminar el rodaje de la película. Un suceso realmente triste que se sumó a la larga lista de acontecimientos extraños y funestos que se sucedieron a lo largo (y años después) de los rodajes de estas películas.


Para quien no lo recuerde demasiado bien, como se explicaría en la segunda entrega, la casa de la familia de Carol Anne se construyó justo encima de una fosa común, que había pertenecido a los seguidores de una antigua secta que se enclaustraron bajo tierra a la espera de un final de los tiempos que se entreveía bastante cercano. El líder, inspiración y guía de la agonizante compañía, no era otro que Henry Kane, quien, años después de su muerte, con la esperanza de poder “ir a la luz”, vio en Carol Anne esa alma pura y limpia que le ayudaría a salir de su infierno.


A día de hoy, son muchos los que dicen que el Reverendo Kane existió realmente, siendo el líder de un Culto Utópico de California o el Norte de México que, efectivamente, se enclaustró bajo tierra, junto a su congregación, a la espera del Armagedón. A diferencia de la película, al ver que nada sucedía fuera del improvisado bunker, muchos de los integrantes del culto huyeron, entre los cuales se encontraba el propio Kane, que fue eternamente desacreditado como falso profeta.


En mi cerebro sólo se deslumbra una pregunta con respecto al Reverendo Kane: ¿Volverá a aterrorizarnos en una próxima secuela? ¿Hablaremos próximamente de Poltergeist IV? Repentinas y extrañas muertes de diversos personajes han convertido a Poltergeist en una película maldita. Pocos meses después del estreno del primer filme, la hermana mayor de Carol Anne (la actriz Dominique Dunne) fue asesinada por un novio celoso. La propia Carol Anne falleció poco después de acabar el rodaje de la tercera película, con tan solo 12 años, por estenosis intestinal, una enfermedad extraña y cuanto menos repentina. Will Sampson, el imponente indio que interpretó al chamán de la segunda película, a pesar de su aparente salubridad física murió de cáncer poco después de terminar la película, al igual que el ya mencionado Julian Beck. Fuera del elenco, muchos componentes del equipo técnico fallecieron extrañamente al final de los rodajes.

¿Simples coincidencias?

Más de uno se lo pensará antes de participar en un nuevo rodaje ¿No creéis?



Trivia:
  • Como habréis observado, no se han incluido en este artículo fotografías del susodicho espectro, ya que la autora de este blog se sobresalta en exceso (aún) al ver a su terror infantil en la portada de su blog. En cambio, podéis ver la portada de uno de los discos del grupo Anthrax para cuyos integrantes la figura de Kane era una de las que más miedo les ocasionaban.
  • Este tipo de personaje pertenece a una categoría establecida dentro del cine de terror. Si alguien sabe el nombre de dicha categoría, que se manifieste.
  • "God in his hole temple" es el comienzo del himno que el Reverendo Kane siempre canturreaba.
  • Este artículo se ha redactado integramente durante las horas de luz: la autora no era capaz de pensar en el tema después de la caída del sol.

martes, septiembre 04, 2007

Dos minutos

Desgraciadamente, desde el lunes, despertador, mala cara, desayuno insustancial y mi inseparable Freehand, han vuelto a mi vida. No me quejo demasiado. Debo reconocer que, en mis últimos días de mis vacaciones, tenía ciertas ganas de volver a mi desoladora rutina. No todos son desgracias, por su puesto. Afortunadamente, también ha vuelto Anda ya, el genial programa matutino de los Cuarenta Principales que nos alegra la vida a algunos, entre los cuales me incluyo. Sin remedio, me hace reir a carcajadas y me despeja en esas mañanas donde mis ojos no se despegan ni con agua caliente.

Recuerdo que ayer hacían referencia a la extrema duración que últimamente poseen las canciones de Alejandro Magno (más conocido, de un tiempo a esta parte, como Alejandro Sanz). ¿Os habéis dado cuenta? Incluso uno de los colaborados se atrevió a decir que ni en un viaje Cádiz-Bilbao era posible llegar a terminar de escuchar su nuevo disco.

Lo cierto es que, desde hace algunos años, parece que a Alejandro le cuesta más de lo normal poner fin a sus canciones. A lo mejor es que le gusta regodearse en los interminables mensajes (a veces incomprensibles) que aparecen en sus creaciones, sin embargo, parece como si le diera miedo a acabar la canción y escuchar los aplausos (o abucheos) que seguirán a cualquiera de sus interpretaciones. Son realmente aburridas.

Desde mi punto de vista, Alejandro Sanz en un cantante/compositor totalmente sobrestimado. Y que conste que lo está diciendo una persona que lo siguió durante unos años. A partir del bombazo total que supuso el escuchado-hasta-el-paroxismo Corazón Partío, parece que Sanz se encumbró a sí mismo (o lo encumbraron) al estrellato de la composición, como si de un joven Sabina se tratase. Y ahí sigue, en sus eternas nubes, haciendo álbumes interminables y con la voz más cascada que la Bruja Lola. Alejandro Sanz ya no canta, chilla. Es una pena.

Evidentemente alguien le debería decir a Alejandro que la calidad de las canciones no se mide por el tiempo que duran, sino por el que perduran en el corazón y en el alma humana. Es posible que tenga más mérito crear una canción corta. Existen verdaderas joyas que rondan los exiguos dos minutos de las que la única queja posible sólo puede sustentarse en el regusto de satisfacción que dejan las cosas bien hechas que duran poco. Son, sin duda, preciosos crisoles donde se comprimen mágia y talento, que dan lugar a canciones especiales, irrepetibles, inolvidables y puras.

Hoy os traigo tres de estas joyas musicales: (a mi modo de ver, claro está!)
  • Song 2 de Blur. Se encuentra dentro del quinto disco de estudio de la banda de Damon Albarn (1997). Las concidencias en torno al número dos son realmente inquietantes: era la segunda pista del disco, fue el segundo single que vio la luz del album, alcanzó el número 2 en los UK Singles Chart y, como no, dura, aproximadamente 2 minutos y 2 segundos.



  • MI vida de Manu Chao. Aunque esta canción se hizo conocida tras aparecer en la película Princesas, ya se encontraba entre mis favoritas desde hace mucho tiempo. Forma parte del genial album del ex-mano-negra "Próxima estación... esperanza" y dura, aproximadamente, 2 minutos y 30 segundos.



  • Don't Panic de Coldplay. Se encuentra dentro del primer y maravilloso primer album de la banda de Chris Martin, siendo una de las canciones más redondas que he escuchado en toda mi vida. Dura apenas 2 minutos y 17 segundos: una verdadera joya.