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Los griegos no eran tan machotes como aparentemente se nos muestran en películas como Troya o 300 (¡qué hombres!). Es por todos sabido que, para los hombres de la Grecia Clásica, era tan normal compartir lecho con una mujer que con un hombre. Lo que muchos no saben es que, en lo que todos han visto vicio, reside una buena razón: en aquellos tiempos tan remotos, tristemente, la mujer tenía más en común con una mula de carga que con sus flamantes y aguerridos esposos. No quiero decir, por supuesto, que las mujeres no fueran ni inteligentes ni bellas, sino que, culturalmente, estaban tan relegadas que sus inquietudes intelectuales eran mínimas.
Igual que algunas noches de juerga y borrachera, podemos terminar durmiendo en el lecho de un individuo al que acabamos de conocer y con el que hemos mantenido una fugaz y limitada relación, los griegos actuaban de tal manera con sus mujeres. Sin embargo, cuando queremos mantener una relación más seria con alguien, buscamos afinidades, conversación, sentido del humor, inteligencia y personalidad, aspectos que pocas mujeres, en la Antigua Grecia, poseían. De ahí que ese tipo de relación estable y profunda sólo pudiera tenerla un hombre con otra persona de su mismo sexo. Y no sólo Alejandro Magno pensaba así, sino que dicen que, incluso, el sabio Platón no diferenciaba entre la carne y el pescado.
Hace algunos días, en el trabajo, una de mis compañeras comentaba con estupor la rapidez con la que se multiplicaba el número de lesbianas, achacando esta proliferación a lo mal que está el panorama actual para la mujer heterosexual. Sinceramente, no tengo ni idea si la lesbiana nace o se nace y si, en su inclinación sexual, tiene algo que ver el nivel actual del macho ibérico, sin embargo, estoy muy de acuerdo en eso de que las mujeres lo tenemos, últimamente, muy chungo.
Según habéis podido constatar en mis últimos artículos, actualmente, mi relación con el género masculino no pasa precisamente por sus mejores momentos, aunque, también sea dicho, no recuerdo un momento donde ésta fuera excesivamente buena. Entendedme, no me gustan las mujeres, adoro los culitos prietos masculinos, aunque eso implique que gran parte de la masa muscular destinada a ello limite la cerebral. Es una ley física, o pechuga o muslo, no hay un pack donde culo y cerebro se vendan juntos, qué le vamos a hacer. Hablando en serio, no me llevo bien con los hombres. Sencillamente, no los entiendo, no capto sus razonamientos y odio que ellos tampoco capten los míos.
Por ello, aunque me parezca (y os parezca) raro y, por momentos, imposible, he llegado a pensar si lo que nos está pasando ahora a las mujeres es parecido a lo que, antaño, les ocurrió a los hombres de la Antigua Grecia. Es decir, somos cada vez más independientes (económica y personalmente), tenemos igual o más formación que ellos y sabemos mejor que ellos lo que queremos en la vida. Nos pasamos media vida criticándolos con las amigas y, la otra media, enseñándoles cómo deben tratarnos ¿Es posible que, cada vez, mujeres y hombres tengamos menos en común?
Lo admito, muchas veces me he preguntado si sería posible que llegara a enamorarme de una mujer. Reconozco que me da mucho miedo tener a veces la mente tan abierta y perder un poco el norte con este tipo de locuras. También pienso en mi madre y en el ataque al corazón que le daría viéndome aparecer con una chica de la mano. Aunque tendría gracia la situación. No lo sé. Así como los griegos se enamoraban de las personas con las que tenían mas afinidad, ¿sería posible que nos olvidáramos de ese componente estético que es nuestro cuerpo y nos fijemos en el alma de las personas, sean del sexo que fueren? Es un pensamiento totalmente bisexual, muy criticado por los heterosexuales. Enamorarse de las personas. ¡Un pensamiento bien bonito!
Enamorarnos de las personas; olvidarnos de nuestra faceta animal e instintiva, que tan malas pasadas nos juega, y mirar en el interior de las personas para encontrar a nuestra media naranja, nuestra alma gemela... a nuestro amor platónico. ¿Quién me dice que la persona que más me amará será un hombre? ¿Quién te dice que la persona que más te amará será una mujer? Quizás ese es el motivo de tanta desilusión, tantas rupturas, tantos divorcios. Quizás nos equivoquemos de perspectiva. Puede ser nuestro abanico mucho más amplio de lo que nuestro cerebro, a priori, nos indica. Enamorándonos de las personas seríamos más libres, mejores y más humanos.
No obstante, hay un problema: el sexo. Pero ya sabeis lo que dicen. Hasta que no se prueba...
¡Hoy todos somos gays!
¡Feliz día del orgullo gay!
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