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viernes, junio 13, 2008

Estrellas

Recuerdo que de pequeña leía poco (o, por lo menos, no le daba la importancia a la lectura que actualmente le doy). Leer estaba guay -también estaba bien ver la televisión- pero tenía muy pocos libros. Con 7 años ya había leído todos los que había en mi casa y no había mucho que hacer al respecto.

Mis padres no leen. No es que no sepan o sean personas-anodinas-no-adecuadas-para este tipo de placer. Supongo que, a medida que creces y te endosas millones de responsabilidades, no se cuenta con mucho tiempo libre, y, el poco que tienes, muchas veces, no lo dedicas a leer; algo, por otra parte, totalmente loable.

Cuando era pequeña, teníamos una pequeña casa en el campo, donde íbamos a pasar los fines de semana y las vacaciones. Recuerdo que estaba llena de bichos (propios de la zona, no de la falta de higiene, cuidado) y que las sábanas siempre olían a humedad. Tampoco había allí ningún libro que leer. Muchas veces, cuando mi madre comenta con las amigas mi capacidad enfermiza devorando libros, cuenta que, en aquellos días en el campo, me dedicaba a leer la guía telefónica y, desgraciadamente, es cierto. Recuerdo que me pilló, un par de veces, leyéndola en el váter y eso nos marcó a ambas para siempre. Ella tuvo una anécdota chispeante, para vestir de inteligencia a su hija delante de sus amistades, y yo adquirí un espantoso trauma que hace que me gaste gran parte de mi sueldo en libros. Antes, estos preciosos contenedores de historias sólo llegaban a casa en cumpleaños, reyes o santos. Ahora, mi habitación está llena de ellos, cosa que, particularmente, me encanta.

Leyendo y releyendo, me he dado cuenta que todos los libros, o por lo menos los buenos, tienen un momento-click donde pasan a generar interés, donde comienzan a engancharnos. No ocurre muy a menudo. Por lo general, la mayor parte de los libros son más de lo mismo. Historias que comienzan, a la vez que empiezas a pasar sus páginas, y que siempre terminan más o menos bien. Pero cuando sientes el click del que os hablo, por nada del mundo quieres que acabe la historia y cuando lo hace, nada vuelve a ser lo mismo. Es como cuando te enamoras. Hace escasos segundos era una persona más en el mundo, ahora él (o ella) es el mundo.

Hace pocos días he comenzado a leer “El curioso incidente del perro a medianoche” de Mark Haddon. Uno de esos libros que pintan bien en un principio pero que, cuando los compras, no sabes si llegarán a algo o se quedarán nada. Ya ha sonado el click. Justamente cuando leí esto:

"Hay gente que cree que la Vía Láctea es una larga línea de estrellas, pero no lo es. Nuestra galaxia es un disco gigantesco de estrellas de millones de años luz de diámetro y el sistema solar está cerca del borde exterior del disco.

Cuando miramos en dirección A, a 90º hacia el disco, no vemos muchas estrellas. Pero al mirar en la dirección B, veremos muchas más estrellas porque miramos hacia la masa central de la galaxia. Y como la galaxia es un disco, lo que veremos es una franja de estrella.

Entonces pensé en que durante mucho tiempo a los científicos los había desconcertado que el cielo sea oscuro por las noches pese a haber billones de estrellas en el universo, pues hay estrellas en todas direcciones en que uno mire, así que el cielo debería estar lleno de luz estelar porque hay muy poca cosa que impida que la luz llegue a la Tierra.

Entonces descubrieron que el universo está en expansión, que las estrellas se alejan rápidamente unas de otras desde el Big Bang, y que cuanto más lejos están las estrellas de nosotros más rápido se mueven, algunas de ellas casi a la velocidad de la luz, y eso explica por qué su luz nunca nos llega.

Me gusta este dato. Es algo que podemos comprender al mirar el cielo por la noche pensando, sin tener que preguntárselo a nadie. Cuando el universo haya acabado de explotar, las estrellas disminuirán su velocidad, como una pelota lanzada al aire, hasta detenerse y volver a caer hacia el centro del universo. Entonces nada nos impedirá ver todas las estrellas del mundo porque todas vendrán hacia nosotros, cada vez más rápido, y sabremos que pronto llegará el fin del mundo porque al azar la mirada hacia el cielo por las noches no habrá oscuridad, sino la luz resplandeciente de billones de estrellas que se acercan.

Sólo que nadie verá eso porque ya no quedarán personas en la Tierra para verlo. Para entonces seguramente ya se habrán extinguido. Y en el caso de que queden algunas no lo verán, porque la luz será tan brillante y ardiente que todas morirán abrasadas, aunque vivan en túneles."


Ya veremos cómo termina...

lunes, octubre 22, 2007

Momentos


#1


Una noche junto a vosotros, en una amplia parcela llena de moscas y ladridos de perros. Contamos estrellas fugaces desde un sofá destartalado. Pronto cambiarán nuestras vidas, nos separaremos, nos iremos lejos, no seremos los mismos que ahora se abrazan. Tu estás en el centro; En tí, nos apoyamos ambas cuando nos vence el sueño en nuestra cuna planetaria. En mi subconsciente guardo el secreto de nuestra historia olvidada. Después calor. Está amaneciendo. Nos cubrimos con una triste cobija; el sol estival se cuela entre las fibras. Calor. Calor y moscas.

#2

Salgo del baño. He bebido. Él me espera fuera y me acorrala junto a la puerta. Huyo. Corro. Me voy a caer. Y, de repente, ahí estas tú, con tus anchas espaldas, con tus enormes manos y el abrazo perfecto. Después, un hielo en mi nuca; un beso en mi boca. Corremos. El amanecer nos sorprende despidiéndonos. Nos vemos en dos meses. "Sí, nos vemos".

#3

Un vestido azul. Fotos improvisadas en el salón de la casa. Llegáis y nos vamos. Una serpenteante carretera nos lleva a tientas a aquel pueblo cercano vestido de fiesta. Bailamos. Provocamos. No nos importa. La gente nos mira. Bailáis sin parar. Él te regala un pájaro azul. Canta muy de vez en cuando. Volvemos al amanecer. Nos hemos bebido la noche.

#4

Tu y yo, en aquel garito infesto del final del mundo. Nos reímos de las caras extrañas que nos rodean. Se mueven, bailan, gritan a nuestro alrededor, como mosquitos rabiosos. Tú tarareas esa canción. Muy bajito. Sólo tu y yo. Solos tu y yo. Sólo dos palabras se escapan de tu boca.

*****

(Lector: No intentes buscarle sentido, no lo tiene. Pocas personas pueden saber a que me refiero. Quizás no sientas nada al leerlo pero, créeme, tienen su significado)

lunes, octubre 15, 2007

Comandante

Donde estés
si es que estás
si estás llegando
aprovecha por fin
a respirar tranquilo

a llenarte de cielo los pulmones.
(Mario Beneditti, 1967)


Esta entrada será corta.

La semana pasada se cumplieron 40 años del asesinato de un gran hombre que vivió y murió luchando por sus ideas, defeniendo con uñas y dientes hondos principios de dignidad y libertad. Fue mi gran inspiración durante una lejana época en mi vida, fueron muchas horas las que dediqué a conocerlo. Por ello no quería dejar pasar la ocasión para recordarle, junto con estos magníficos versos que el poeta dedicó al gran Ernesto Guevara.

Aquí se queda la clara/ la entrañable transparencia / de tu querida presencia/ Comandante Che Guevara.

lunes, septiembre 10, 2007

Analizando al Reverendo Kane

"God is in his holy temple"

Si os dijera que, en el artículo de hoy, se analizará la figura del Reverendo Henry Kane, más de uno pensaría que se hablaría del carismático músico que amenizaba los fabulosos programas del antiguo (y añorado) Caiga quien caiga. Craso error puesto que si entre mis lectores se encontrara alguien lo suficientemente freak como para identificar tan agorero nombre, sin duda, se le habrían puesto los pelos como escarpias, ya que hoy profundizaremos en torno a la figura de uno de los personajes del cine de terror que más estragos ha hecho en las mentes de aquellos que nos criamos en la década de los ochenta. Si no habéis ido atando cabos os diré que Henry Kane es el nombre de aquel funesto reverendo que nos mortificó con sus apariciones en las dos últimas películas de Carol Anne, que es como se conoce en mi casa a la Trilogía de Poltergeist.


Parto de la hipótesis de que la mayor parte de vosotros habrá visto por lo menos la primera entrega de la saga, que es sin duda la mejor de las tres. Es la película en la que aparece el payaso acojonante (que no descojonante) y la montaña de sillas en la cocina. Concretamente, aquella en la que Carol Anne –la chica con cara de bollo y pelo rubio ceniza hasta la cadera- contactaba vía televisiva con una serie de entidades que tomaron posesión de su propia casa. Lo que en principio era una película ideada para que tu madre tuviera una excusa medianamente creíble para que no te acercaras demasiado a la tele, se convirtió en un éxito sin precedentes que propició dos secuelas más: Poltergeist II (la del indio) y Poltergeist III (la de los espejos).

Aunque, bien es cierto, que segundas partes nunca fueron buenas (ni que decir de las terceras), estas dos películas pasarán a la historia por haber llevado a la gran pantalla a uno de los personajes más siniestros y horripilantes del cine: El reverendo Henry Kane. Un encantador viejecillo, achacoso, vestido totalmente de negro, tocado con un sombrerillo tipo cordobés y una mala cara de mil demonios. Y es que parece ser que esa tez descompuesta y ese mal color que tanto nos acojonaba tenía una causa bien real y dramática ya que Julian Beck, el actor que encarnaba a Kane en la segunda película, padecía un cáncer de estómago en fase terminal que no le permitiría terminar el rodaje de la película. Un suceso realmente triste que se sumó a la larga lista de acontecimientos extraños y funestos que se sucedieron a lo largo (y años después) de los rodajes de estas películas.


Para quien no lo recuerde demasiado bien, como se explicaría en la segunda entrega, la casa de la familia de Carol Anne se construyó justo encima de una fosa común, que había pertenecido a los seguidores de una antigua secta que se enclaustraron bajo tierra a la espera de un final de los tiempos que se entreveía bastante cercano. El líder, inspiración y guía de la agonizante compañía, no era otro que Henry Kane, quien, años después de su muerte, con la esperanza de poder “ir a la luz”, vio en Carol Anne esa alma pura y limpia que le ayudaría a salir de su infierno.


A día de hoy, son muchos los que dicen que el Reverendo Kane existió realmente, siendo el líder de un Culto Utópico de California o el Norte de México que, efectivamente, se enclaustró bajo tierra, junto a su congregación, a la espera del Armagedón. A diferencia de la película, al ver que nada sucedía fuera del improvisado bunker, muchos de los integrantes del culto huyeron, entre los cuales se encontraba el propio Kane, que fue eternamente desacreditado como falso profeta.


En mi cerebro sólo se deslumbra una pregunta con respecto al Reverendo Kane: ¿Volverá a aterrorizarnos en una próxima secuela? ¿Hablaremos próximamente de Poltergeist IV? Repentinas y extrañas muertes de diversos personajes han convertido a Poltergeist en una película maldita. Pocos meses después del estreno del primer filme, la hermana mayor de Carol Anne (la actriz Dominique Dunne) fue asesinada por un novio celoso. La propia Carol Anne falleció poco después de acabar el rodaje de la tercera película, con tan solo 12 años, por estenosis intestinal, una enfermedad extraña y cuanto menos repentina. Will Sampson, el imponente indio que interpretó al chamán de la segunda película, a pesar de su aparente salubridad física murió de cáncer poco después de terminar la película, al igual que el ya mencionado Julian Beck. Fuera del elenco, muchos componentes del equipo técnico fallecieron extrañamente al final de los rodajes.

¿Simples coincidencias?

Más de uno se lo pensará antes de participar en un nuevo rodaje ¿No creéis?



Trivia:
  • Como habréis observado, no se han incluido en este artículo fotografías del susodicho espectro, ya que la autora de este blog se sobresalta en exceso (aún) al ver a su terror infantil en la portada de su blog. En cambio, podéis ver la portada de uno de los discos del grupo Anthrax para cuyos integrantes la figura de Kane era una de las que más miedo les ocasionaban.
  • Este tipo de personaje pertenece a una categoría establecida dentro del cine de terror. Si alguien sabe el nombre de dicha categoría, que se manifieste.
  • "God in his hole temple" es el comienzo del himno que el Reverendo Kane siempre canturreaba.
  • Este artículo se ha redactado integramente durante las horas de luz: la autora no era capaz de pensar en el tema después de la caída del sol.

martes, septiembre 04, 2007

Dos minutos

Desgraciadamente, desde el lunes, despertador, mala cara, desayuno insustancial y mi inseparable Freehand, han vuelto a mi vida. No me quejo demasiado. Debo reconocer que, en mis últimos días de mis vacaciones, tenía ciertas ganas de volver a mi desoladora rutina. No todos son desgracias, por su puesto. Afortunadamente, también ha vuelto Anda ya, el genial programa matutino de los Cuarenta Principales que nos alegra la vida a algunos, entre los cuales me incluyo. Sin remedio, me hace reir a carcajadas y me despeja en esas mañanas donde mis ojos no se despegan ni con agua caliente.

Recuerdo que ayer hacían referencia a la extrema duración que últimamente poseen las canciones de Alejandro Magno (más conocido, de un tiempo a esta parte, como Alejandro Sanz). ¿Os habéis dado cuenta? Incluso uno de los colaborados se atrevió a decir que ni en un viaje Cádiz-Bilbao era posible llegar a terminar de escuchar su nuevo disco.

Lo cierto es que, desde hace algunos años, parece que a Alejandro le cuesta más de lo normal poner fin a sus canciones. A lo mejor es que le gusta regodearse en los interminables mensajes (a veces incomprensibles) que aparecen en sus creaciones, sin embargo, parece como si le diera miedo a acabar la canción y escuchar los aplausos (o abucheos) que seguirán a cualquiera de sus interpretaciones. Son realmente aburridas.

Desde mi punto de vista, Alejandro Sanz en un cantante/compositor totalmente sobrestimado. Y que conste que lo está diciendo una persona que lo siguió durante unos años. A partir del bombazo total que supuso el escuchado-hasta-el-paroxismo Corazón Partío, parece que Sanz se encumbró a sí mismo (o lo encumbraron) al estrellato de la composición, como si de un joven Sabina se tratase. Y ahí sigue, en sus eternas nubes, haciendo álbumes interminables y con la voz más cascada que la Bruja Lola. Alejandro Sanz ya no canta, chilla. Es una pena.

Evidentemente alguien le debería decir a Alejandro que la calidad de las canciones no se mide por el tiempo que duran, sino por el que perduran en el corazón y en el alma humana. Es posible que tenga más mérito crear una canción corta. Existen verdaderas joyas que rondan los exiguos dos minutos de las que la única queja posible sólo puede sustentarse en el regusto de satisfacción que dejan las cosas bien hechas que duran poco. Son, sin duda, preciosos crisoles donde se comprimen mágia y talento, que dan lugar a canciones especiales, irrepetibles, inolvidables y puras.

Hoy os traigo tres de estas joyas musicales: (a mi modo de ver, claro está!)
  • Song 2 de Blur. Se encuentra dentro del quinto disco de estudio de la banda de Damon Albarn (1997). Las concidencias en torno al número dos son realmente inquietantes: era la segunda pista del disco, fue el segundo single que vio la luz del album, alcanzó el número 2 en los UK Singles Chart y, como no, dura, aproximadamente 2 minutos y 2 segundos.



  • MI vida de Manu Chao. Aunque esta canción se hizo conocida tras aparecer en la película Princesas, ya se encontraba entre mis favoritas desde hace mucho tiempo. Forma parte del genial album del ex-mano-negra "Próxima estación... esperanza" y dura, aproximadamente, 2 minutos y 30 segundos.



  • Don't Panic de Coldplay. Se encuentra dentro del primer y maravilloso primer album de la banda de Chris Martin, siendo una de las canciones más redondas que he escuchado en toda mi vida. Dura apenas 2 minutos y 17 segundos: una verdadera joya.


jueves, agosto 30, 2007

Pensando en Campanilla

Pensando en Marta
Con todo mi cariño

Probablemente ocurrieron infinidad de situaciones divertidísimas mucho antes, pero el primer recuerdo que conservo de Marta tuvo lugar hace 5 años, en aquel destartalado salón de actos de nuestra antigua facultad, al comienzo o al final de una clase de marketing. Con esa maravillosa sonrisa que siempre la caracterizó y de la que tanto presumía, vistiendo un jersey de cuello vuelto a tres rayas que, probablemente, hubiera adquirido en la tienda de su hermana, se sentó a mi lado. Recuerdo que, mientras me comentaba alguna de sus ocurrencias sobre mi constancia en temas de bolígrafos, sólo podría pensar en la tremenda mujer en que Marta se convertiría dentro de algunos años. No me equivocaba.

Me costó algún tiempo cogerle el tranquillo, a pesar de que ella siempre ha sido una persona abierta y asequible. Era (y es) tan diferente a mí, que me acojonaba. Tenía una visión de la vida tan positiva, era tan sociable y divertida, que los complejos, en ella, simplemente, no exitían. La recuerdo caminando, siempre muy derecha, pisando fuerte, en un constante "aquí estoy yo": no había ninguno que no la mirara. Su estrellita de la suerte siempre caminaba a su lado. Tenía una habilidad especial para salir de todos los entuertos o situaciones conflictivas y, sobre todo, una capacidad innata para salir bien parada del examen que peor estudiado. Una persona realmente afortunada, siempre rodeada de personas que, sin duda, hubiéramos dado un brazo por ella si hubiera hecho falta.

Fruto de aquellos años, Marta siempre tiene un lugar especial dentro de mi corazón y de mi vida. Con bastante frecuencia evoco aquellos momentos que compartimos, junto a nuestros demás amigos, en aquella época tan dorada de nuestra juventud. Posiblemente, la mejor época de nuestras vidas. Es imposible olvidar aquellas carcajadas al escuchar hablar de David T.P.; su amistad en los peores momentos; su capacidad de hacerme escapar de los problemas con sus increibles ocurrencias; la ensalada con queso fresco y brotes de soja; el miembro indispensable en una Noche de Lobas; mi mayor apoyo en Cucos Comunicación; un flan de huevo codiciado en un parque; una ayuda impagable en una noche de debilidad alcohólica; una hamburguesa compartida en un botellón; una casa donde las puertas siempre estaban abiertas; su sonrisa perenne y auténtica... en definitiva, es imposible olvidar a esa persona increible y única que ella es.

Por eso, porque la conozco, porque la ví reir tantas veces, porque me animó muchas más, me resulta tan dificil verla últimamente tan increiblemente triste y desolada. Sin ningún tipo de confianza en el futuro ni en la humidad, sin duda, cree que su estrellita la abandonó dejándola a oscuras, dando palos de ciego, sin saber qué hacer o a dónde ir. Ojala tuviera su capacidad, para hacerla reir, para ayudarla a pasar el mal trance como ella lo hizo conmigo hace mucho tiempo. Ojalá pudiera hacerle ver lo maravillosa que es tanto por dentro como por fuera; hacerle, en definitiva, comprender que si alguien le hizo daño, la humilló, no la trató correctamente y no la tuvo en el pedestal en que ella merecía estar, es sólo la actitud de una persona con una circunstancias determinada. Porque todos sabemos que existe, debajo de las ojeras de las noches sin dormir, aquella Marta espléndida y radiante: nuestra Marta, a la que queremos tantísimo. Por lo tanto, no nos cabe duda que tu estrella volverá a brillar por tí, preciosa. Todo pasa ¡Mucho Ánimo!


domingo, julio 01, 2007

El cuarto de siglo

Hoy cumplo un cuarto de siglo con la sensación de no haberlos vivido como realmente debería. En realidad, tengo queja de la persona que estos 25 años han ido modelando. No soy perfecta, tengo muchísimos fallos, algunos me acompañaran, incluso, de por vida. Sin embargo, me satisface conocer mis debilidades y haber aprendido a sumirlas y a valorarlas.

Quizás, de lo que más me alegro es de haber descubierto, poco a poco, aquellas cosas buenas que residen en mí y que me hacen especial. He aprendido que ser diferente no sólo no tiene que ser negativo, sino que puede ser todo lo contrario. Que lo que parece un complejo, puede ser, para otra persona, un grandísimo don y que pensar diferente, puede ser la clave del cambio de tu mundo.


Pienso todo ello cuando me encuentro delante de la enorme tarta de siempre. La clásica San Marcos de Hipercor que, año tras año, encarga mi madre y que contiene, en cada ocasión, un mensaje distinto. Este año, no está muy concurrida la mesa, pero otros sí que acudieron a la cita miles de rostros que hoy se despliegan fácilmente ante mis ojos. Decenas de personas que, a lo largo de este cuarto de siglo, estuvieron en esta mesa, compartiendo comigo mi felicidad por ser un poquito más mayor, y que hoy han desaparecido de mi vida.

Aquellos días de cumpleaños siempre estaban enmarcados en una vida extremadamente feliz o extremadamente triste. Yo soy así. Como buena cáncer los cambios de humor constituyen una constante en mi vida y en aquellos unos-de-julios pasados nunca existía el término medio. Si un año pasé mi cumpleaños llorando sin consuelo porque me dolía horrores un ansiado piercing que me había hecho en el labio, otro de ellos lo pasé feliz por haber recuperado el amor de uno de mis novios.

Sin embargo, entre todos los cumpleaños de mi vida, siempre me viene a la memoria el día en que cumplí 13 años. Aunque no ocurriera nada especial, lo recuerdo con claridad meriadiana por el simple hecho de que tuvo lugar en una de las épocas de mi vida en la que más feliz he sido. El primer amor no se olvida y yo, con 13 años, tuve la oportunidad, el privilegio, el honor, de recibir el enorme premio, regalo divino, de ver consumadas mis esperanzas y poder salir con el chico de mis sueños. Tras tres penosos años sufriendo porque me quisiera, tras conseguir estar con él, tuvieron que pasar otros tres años para poder olvidarlo. En ese increible 1 de julio del año 1995, me sentía la persona más feliz del universo y aún me emociona pensar en lo que supuso para mí y para el mundo de mis sueños aquel gran logro.

Recuerdo que, para ese cumpleaños, me compré un vestido increible (para aquella época, claro está) con unas mangas sin hombros blancas que me daban un aspecto muy chic, aún estando en esa edad tan mala en cuanto a pavo y acné se refiere. En el antiguo tocadiscos de mi casa, sonaba "Trece velas" de la Onda Vaselina y mi corazón latía exultante de aquella felicidad acumulada. Sin pensarlo, volvería a aquellos días, aún sabiendo lo que tendría que volver a revivir, lo que tendría que volver a llorar y el tiempo que pasaría hasta que volviera a brillar de nuevo. Es posible que, en este 25 cumpleaños, el recuerdo de aquella felicidad infinita, de aquella fe ciega en la esperanza, venga a mí con mayor fuerza. Y es que no pasamos por el mejor momento. Quizás, sea porque, este año, en mi cumpleaños, tocaba estar triste. Quizás. Es cuestión de guión, poco se puede hacer al respecto.

Hasta a aquel primer noviete, que me dio mi primer beso de verdad, debo agradecerle los estragos que, su paso por mi vida, causó en mi carácter. Gracias a él, me convertí en una persona humilde, delicada, empática. Sin embargo, también me volví insegura, acomplejada y triste. Gracias a los dos novios que les siguieron, me convertí en una mejor persona: uno me hizo brillar de nuevo; otro me hizo saber que, pase lo que pase, nunca debo apagarme. A mis padres, por supuesto, por aguantarme. A mi abuela, por criarme. Y a mi hermano, por ser mi más fiel compañero, por alegrarme la vida, por hacerme sentir mucho más joven de lo que soy y por quererme.

(Gracias a vosotros, también, por leerme)



Intentaré, a partir de ahora, pensar así

martes, junio 05, 2007

Otra vuelta de tuerca

Hace ya algunos años, mi vida dio una vuelta de tuerca. Se encontraba en uno de esos puntos de inflexión, que como en una campana de gaus, hace que una curva aparentemente cóncava, pase a ser convexa o viceversa. Dejé atrás, por lo tanto, mi existencia de persona normal. Digamos que me aparté de la vida que yo había llevado hasta entonces y a la que estaba acostumbrada. Durante aquel tiempo, conocí a personas muy diferentes a mí, que eran totalmente distintas a los amigos con los que siempre me había relacionado. Me moví, olí y ví cosas que hasta entonces sólo existían en mi imaginación y en el mundo de las leyendas tristes. Salía, hacía como que me divertía y, sobre todo, echaba muchísimo de menos mi vida anterior y -de alguna manera- la convertí en paradigma de la existencia que me gustaría vivir y que, desgraciadamente, no vivía.

Descuidé mucho mi aspecto. Me moría por arreglarme, por flirtear, por calzarme unos buenos tacones, por beber dentro de una discoteca llena de gente guapa, que posiblemente sólo tendrían en la cabeza una neurona que hacía eco al son de la última canción de Bisbal. Me miraba en el espejo y me veía preciosa, sin ningún tipo de maquillaje en el rostro y con la elegancia del desenfado. Sin embargo, en mi coco, se entretejían vagas excusas que me martilleaban el cerebro y me hablaban sobre una "juventud desaprovechada" y de "una belleza que pasaba desapercibida". Y me consumí. Se me murió la alegría y sacrifiqué el desenfado en pos de todas las cosas absurdas que mi mente no paraba de recitar. Me sumí en una auténtica espiral de tormentos, de la que nunca pensé que podría salir. Quería escapar, nada más que para escuchar mis pensamientos libres y comprobar si todavía me esperaba la existencia que había abandonado y si ésta estaba hecha para mí.

Pasó el tiempo y se produjeron cambios, otra vuelta de tuerca. Me encontré en los mismos lugares, con las personas que había abandonado, en los ambientes a los que había anhelado durante tanto tiempo regresar. Y cuando me quede parada frente a todas aquellas personas que, si antaño tuvieron algo que ver conmigo, ahora eran auténticos desconocidos, me di cuenta que no pertenecía a aquel mundo. Descubrí en mis propias carnes el significado de la expresión "pasada de rosca". No sabía cómo comportarme, no sabía ni a dónde mirar. Si me sentía observada, quería esconderme del ojo que miraba y, si era yo la que tenía que mirar, me avergonzaba y dirigía la vista a otro punto. Ellos y yo. Éramos, sin duda, mundos opuestos, sin remedio.

Entre aquella amalgama de gente que olía a tabaco rubio y a colonia-imitación de Calvin Klein, no pude evitar echar la vista atrás y recordar mi vida anterior. Eché de menos, por qué no decirlo, todo por lo que anteriormente me quejaba: mis noches aburridas de botellón, aquellas gambas asquerosas los viernes por la noche en aquel bar de Triana, incluso, las misteriosas idas de algunos a un coche en plena fiesta y la música rayante de aquella odiosa discoteca con restos de coca en los lavabos. Sé que en esta vida, el secreto reside en adaptarse a toda cosa. Es el mantra de los ganadores. El problema es que nos vamos haciendo mayores y cada curva en esta espiral sin sentido, es más ardua y más trabajosa de afrontar. Ganaré, estoy segura. Nunca pensé que, finalmente, echaría de menos aquello que tanto detesto...

lunes, mayo 28, 2007

Ommm!

Recuerdo que, hace muchísimos-muchos años, tuve la real urgencia de hacerme budista. Por aquel entonces todo el mundo lo era: Madonna se hacía fotos con el Dalai Lama, mi admirado Mark Owen tenía su propio gurú y por mi mente no hacían más que pasar las imágenes en blanco y negro del retiro espiritual de los Beatles en la India. Indiferentemente de los conceptos más arraigados de la religión, con 16 años, estaba más que claro que el budismo molaba, por lo que pensé que, caer en las nudosas y ecológicas ramas de dicha creencia, no podía traer nada de malo a mi vida. Por eso, deseaba, con toda la fuerza del universo, contar con la paz interior que destilaba el Dalai Lama que, críticas a parte, siempre me cayó bastante bien.

Me obsesioné tanto con el lamaismo, el budismo, la meditación... que leí, de un tirón, la colección de libros de Lobsang Rampa. Si alguien no los ha leído, se trata de la historia de un supuesto lama tibetano que destapa todos los secretos de su ancestral creencia. En mi casa no es que se lea mucho, pero, desde que tengo uso de razón, siempre he visto, en la estantería del salón, aquellos libritos destartalados de tapas rojas con títulos tan evocadores como "La túnica de Azafrán" o "El ermitaño". Siempre que le preguntaba a mi madre sobre el contenido de aquella reliquia bibliófila de mi hogar, ella me contaba, ensimismada, las maravillosas historias del pequeño Lobsang, de su aprendizaje en una lamasería y de su postrera vida de eremita en una montaña perdida del Tibet.

Cuando el budismo entró en mi vida, no tuve una excusa mejor para acudir a aquellos libros. Fue, sin duda, una lectura iniciática harto recomendable. Sin embargo, como aprendiz en potencia de la cultura tibetana, no encontré ningún valor didáctico importante en ella. En vano me esforzaba, todas las tardes, después del instituto, en intentar meditaciones trascendentales y viajes astrales que tan explícita y llanamente narraba, en sus libros, el bueno de Lobsang. No sé cómo no me quedé bizca intentando buscar mi tercer ojo, en algún lugar olvidado entre mi cerebro y mi mente. Otras veces, jugaba a imaginar todo mi cuerpo cubierto de hormigas que yo tenía retirar, mentalmente, para lograr una relajación completa. Incluso me aprendí algunos mantras de significado ignoto pero que a mí me hacían sentir realmente bien. Más tarde, me enteré de que el tercer ojo era más una realidad física que una concepción psíquica. Cuando interioricé que no me sentaría mejor taladrándome literalmente la frente para activar ese nuevo órgano de la visión extrasensorial, renuncié, por completo, a lograr el nirvana, a los viajes astrales y a las varitas de incienso perennes.

No obstante, siempre se aprende algo. De aquella época conservo, todavía, las múltiples técnicas de relajación que llevé a cabo durante dichos meses de locura budista. Muchas veces, sigo recostándome en la cama, en la penumbra de mi habitación, con el Ipod a toda pasta, mientras escucho una canción que me haga volar, que me incite a salir por la ventana y vivir otro sueño, otra historia. En mi época budista, el Urban Hymns de The Verbe era siempre el CD elegido. "Weeping Willow", mi canción para volar. En aquellas sesiones de relajación, descubrí mi enorme capacidad de unir la imagen a la música, despertando en mí la extraña vocación -nunca consumada- de llegar a ser realizadora de videoclips. Ya llegará.

Y hablando de videoclips... os dejo mi favorito. Es un poquitín fuerte, así que, si tenéis menos de 18, no lo veáis... (aunque yo lo vi con menos de 18, jeje). Me encantó. La canción, un temazo.


lunes, mayo 07, 2007

Gitana, ¿tú me quieres?

"- Gitana tuh meh quiereh?
- Mah que a mí!"

¿Se ha enterado alguien de que han arrestado a Doña Isabel Pantoja Martín? ¿Alguien sabe que ha declarado ante el juez Torres y que ha salido en libertad, tras pagar una fianza de 90.000 euritos? ¿Es posible que alguien conteste con un rotundo "no" a estas preguntas? Amigos, estamos, con toda probabilidad, ante la noticia la semana, del mes y, diría yo, del año. La verdad es que, desde hace bastante tiempo, la autora de este blog se encontraba entre los españoles que aun se preguntaban qué hacía esa señora paseándose por la calle (normalmente sin sujetador) sin ni siquiera haber pisado un juzgado para declarar. Es de todos sabido que, los que duermen sobre un mismo colchón se vuelven de la misma condición y, parece ser, que, debajo del de Muñoz y Pantoja, se escondían nueve mil y pico de euros destinados, supuestamente, a los gastos diarios del chalé.

Asistiendo todos los días a lo que asistimos, a esa profusión de mandíbulas apretadas, a esa cola negra tirantona y esas miradas se basilisco, es difícil echar la mirada atrás y recordar cómo era antes esta mujer. Posiblemente, ya al principio de su carrera, fue una soberbiona de pro, bastante interesada y marisabidilla, sin embargo, muchos nos preguntamos cómo es posible, no sólo que a medio país le caiga fatal Isabel Pantoja, sino que haya llegado a formar parte de la mayor red de corrupción de la historia de España.

Debo admitir que yo me crié con la música de la Pantoja. En mi casa, siempre ha sido una institución. Tiene un soberbio disco, donde se hace acompañar por Luis Cobos y que está dedicado a la copla más ancestral y bella llamado La Canción Española. Es bastante probable que me sepa de memoria la letra de todas las canciones que aparecen en ese antiguo vinilo. Son versiones de clásicos de la Piquer, Marifé o Juanita Reina; clásicos que todos conocemos y que hemos escuchado, a lo largo de nuestra vida, en miles de voces. No obstante, nadie canta copla como la Pantoja y, actualmente, nadie mueve la bata de cola como ella.

Aquí donde me veis, tan neurótica, rarita y anónima, yo iba para artista. Me descubrió una monja, en una excursión que hicimos, con el colegio, a una fábrica de "La Casera". Si Marisol estuviera muerta, hubiera podido ser perfectamente su reencarnación. Los recuerdos se confunden, sin embargo, me acuerdo de un micrófono y de una señora que pedía voluntarias para entretener a la audiencia (mis compañeras, que comían con avidez bocadillos acompañados con gaseosa de lima-limón). Y me ofrecí yo, ataviada con el odiado uniforme príncipe de gales, a cantar por ya-sabéis-quién: La Pantoja.

Después de mi primera actuación, citaron a mi madre para tratar el tema. La monja que me descubrió le hablaba emocionada sobre mí y se desahogó abiertamente con ella sobre su juventud perdida y sobre una vocación imposible encima de un escenario. Allí, pactaron mi carrera que consistiría en cantar en las fiestas de fin de curso del colegio, vestida de flamenca, cantando temas que no tuvieran demasiado contenido sexual entre estrofa y estrofa.

Cuando me mudé de casa y me cambié de colegio, poco a poco fui perdiendo cariño a la copla y a la religión. Dejé de ternerle eternos celos a Paquirrín por poder subir con su madre a los escenarios, dejé de escuchar el famoso disco y de observar hipnotizada la bata de cola de Isabel. Sin embargo, todavía me acuerdo de ella y de aquellos tiempos, a pesar de que me cueste mucho ver más allá de su odio y su soberbia actual. Aunque cada vez su voz sea más ronca y le cueste llenar escenarios, aunque termine yendo a la carcel víctima de su propia codicia, sigue siendo una artistaza.

Repasando su vida, tampoco es tan difícil vislumbrar por qué se ha convertido en la Margaret Tatcher española: La muerte de un marido, una condición sexual -posiblemente- no admitida, relaciones poco estables, compañías de dudosa reputación, una madre que está hasta en la sopa y un niño putero y drogadicto. Con menos, yo me habría suicidado hace tiempo. Para colmo, lo de la operación Malaya. Próximamente, en el chalé "Mi gitana", habrá que poner un cartel de advertencia: cuidado con el doberman.

Nostalgias aparte, manda narices el tinglado que tenían montado en Marbella. Supongo que no sólo en allí la gente se enriquece. No obstante, parece que sólo allí existen usurpadores de lo ajeno. La ciudad malagueña escenario fiel de lo que diferencia a un ladrón de un chorizo. El ladrón roba y se enriquece, al igual que el chorizo. Sin embargo, la diferencia se encuentra en los fines que se les da al dinero robado. Mientras que los ladrones se comportan de manera bastante "discreta" bien porque son personas con más de dos dedos de frente o porque eran, antes de robar, suficientemente ricos como para que no se note demasiado su apropiación, los chorizos, en cambio, son de otra catadura. Normalmente suelen ser "nuevos ricos" (término que por cierto odio usar) que bien, por falta de luces o por exceso de "horterismo" en sangre, se gastan el dinero en todo tipo excentricidades: Bañeras de 6.000 euros, animales disecados a granel, colección de relojes propia del Rey Fa... Es normal que les pillaran, era cuestión de tiempo y, claro, de cojones. No me quiero ni imaginar cuánto dinero le habrá puesto la mafia rusa a la cabeza del juez Torres...

  • La Escapista es consciente que la palabra horterismo no existe y hace constar que, en la foto que corona su artículo, Isabel Pantoja no lleva sujetador (again!)

martes, mayo 01, 2007

La fuerza del destino

Siempre he pensado que cuando Nacho Cano compuso "La fuerza del destino" se inspiró en su relación con Penélope Cruz. No puedo precisar en qué se basa tal razonamiento solo sé que, cuando escucho los primeros acordes de tan mítico tema, irracionalmente, pienso en ellos dos y en la pareja que un día formaron. Inevitablemente, me la imagino a ella, con su look recién salido de "La quinta marcha", en los aparcamientos de un bar atestado de luces de neón, contestándole a un colgadete Nacho Cano, que tenía diecinueve. Supongo que ya por entonces la chica apuntaba maneras.

Por lo que a mí respecta, "La fuerza del destino" es la típica canción que te recuerda a todo y a nada en concreto. Si tuviera que precisar, la conectaría directamente con mi infancia, al antiguo Ford Escort de mi padre y al tocadiscos de casa... La asociaría eternamente a aquellos cientos de loros tropicales y aquel disco inolvidable llamado "Descanso Dominical". "La fuerza del destino" me hace trasladarme a aquel alegre colegio de monjas, donde pasé mis primeros años de vida, que linda con el sevillano Palacio de Dueñas (lugar de nacimiento del gran Antonio Machado y residencia de la actual Duquesa de Alba). Me veo a mí, muy pequeñita, cubierta con el acartonado uniforme, repeinada en exceso y con algún diente menos en la boca. Eran los años en los que las preocupaciones se limitaban a no querer engullir un plato de lentejas o en adquirir a toda costa el último accesorio del muñeco de moda. En los maravillosos recreos coronados por ese sol brillante y hermoso que parece que ya no existe, nos disponíamos en parejas y nos lanzábamos a bailar los temas que más nos llenaban el disipado intelecto. "La Fuerza del Destino" era uno de ellos y nos recogijábamos interpretando, con meridiana exactitud, sus característicos "ah-ah".

Escuchando esta mítica canción, es fácil para mí recordar a las cientos de personas que pasaron por mi vida, que fueron, en cierto sentido, importantes en ella y que forman hoy parte de la masa enorme y amorfa que conforman los desconocidos. Me acuerdo de todas esas niñas, totalmente asexuadas, que conocí siendo "personitas" y que ahora serán mujeres, espero que hechas y derechas. Pero sobre todo me acuerdo de ella, de mi inseparable amiga, de los buenos momentos, en nuestra relación casi fraternal y única. Hace algunos días, introduje su nombre entrecomillado en el Google; aparecía en un comunicado del ayuntamiento, poco más. Como bonito homenaje, introduzco tu nombre en mi blog, por todo lo que vivimos juntas, por todos mis recuerdos.

Ahora, cuando te busque alguien encontrará más referencias sobre tí que una triste lista municipal. Aunque problablemente no tengamos nada en común ya... Inmaculada Rodríguez Villa, con domicilio en Sevilla, en Cardenal Cervantes, cerca de la Pila 'el Pato y con cumpleaños en abril:

¡Todavía te recuerda la autora de este blogMuchos besos!



jueves, abril 19, 2007

Hospitales

Un día soñé que me moriría con 22 años. No sé realmente qué edad tenía cuando tuve tan agorero sueño, pero lo cierto es que, a los tres meses de haber cumplido la edad anunciada, me operaron de urgencia. Perdí mucha sangre durante la intervención y, desde entonces, he pensado que, cuando la muerte te sobreviene, te debes sentir tal como me sentía yo en aquellas horas de extrema anemia que siguieron a la cirugía.

Lo que más me sorprendió es el nivel de dependencia al que puedes llegar en este tipo de situaciones. Te das cuenta de que los centenares de profesionales que trabajan en un hospital son personas anónimas a las que dejas vía libre para que te laven, te saquen sangre, te alimenten, te practiquen curas y te mediquen. Estás, totalmente, a merced de ellas. La medicina es un terreno tan especializado que, si alguna vez creímos que la entendíamos por saber curar un mal resfriado, cuando la cosa se complica, nos damos cuenta de lo ignorantes que siempre hemos sido. Que la medicina, el funcionamiento del cuerpo humano y de los millones de microorganismo que nos afectan, están muy por encima de nuestras posibilidades. La sensación es parecida a cuando miras, en una noche despejada, el impresionante firmamento sobre tu cabeza. Sin lugar a dudas, sabes que ahí encima se cuece algo fascinante que posiblemente no llegues nunca a comprender en el transcurso de tu vida.

Por ello, en aquellos días, recuerdo que dedicaba la mejor sonrisa que tenía a todas aquellas personas que pasaban por mi habitación y se portaban bien conmigo o con mi cuerpo. Muchas veces no conocía ni el porqué ni el objeto de aquellas visitas, sin embargo, en mi cara, siempre estaba esa sonrisa de agradecimiento, cargada de emoción y de cariño, intercalándose, irremediablemente, con la palabra "gracias". Por aquel entonces, no se me ocurría otra expresión más inteligente y sincera.

Del mismo modo, una estancia prolongada en un hospital te muestra un aspecto desconocido del dolor. Todo lo que te rodea se concreta en dolor físico y psíquico. Los encuentros con cada uno de los médicos, enfermeros y auxiliares producían en mí un sufrimiento corporal auténtico. Hasta entonces, el máximo dolor que había experimentado en mi vida provenía de un buen tirón depilatorio, sin embargo, el martirio de aquellos días de ingreso era superior a todo lo ocurrido, anteriormente, en mi ella.

El dolor físico se agudizaba debido al sufrimiento psíquico. Irónicamente, me habían destinado a una habitación en la planta de maternidad. Era relativamente fácil oír, desde mi cubil, los llantos de cientos de recién nacidos acompañados por las expresiones de alegría de las familias. Quizás, el saber que había gente que sufría por las inclemencias propias de un parto pero que, a la vez, se veían recompensadas con el regalo de tener a un bebé en sus regazos, me sumía, irremediablemente, en la tristeza. Lo mío, a diferencia, era un sufrimiento sin recompensa; un dolor injustificado.

Las experiencias que vives en los hospitales te acompañan de por vida. ¿Es posible que existiera un antes y un después tras dicha situación? Es probable. De aquellos días conservo importantes nociones que cambiaron mi carácter y que me hicieron comenzar una nueva etapa. Fue como una prueba de madurez. Cuando salí de aquel hospital, ya no era la misma. En algunos momentos, la luz al final del tunel era tan estrecha como la pupila de una serpiente. A veces, ni siquiera era visible. De todo se sale. Lo importante, supongo, es no soñar, de nuevo, con este tipo de cosas.

jueves, marzo 29, 2007

¿Dónde están mis sentimientos?

Parece mentira que, tan sólo hace unos años, rellenara varios cuadernos con poesías. Los veo y no puedo entender dónde se encuentra esa capacidad mía para expresar mis sentimientos. Leyendo aquellos poemas, tan íntimos míos, tan propios de una vida no mejor que esta, puedo trasladarme en el tiempo y ponerme en la piel de aquella chica tímida que, aparentemente, nadie quería. No sé en qué punto de mi vida perdí el increíble don de sólo decir lo que sentía, sin reparo o verguenza. No sé en qué momento despareció esa "inocencia" que me hacía confiar ciegamente en cualquier persona que me hablara o me besara.

Con aquellos poemas, aprendí a bucear en mi interior, a conocerme y a descubrir que, aunque odiara con toda la fuerza de mi universo a aquella capa exterior que me recubría, me sentía agusto siendo yo. Con mis rarezas, con mis depresiones, con mi negatividad y mi mente fugaz y extraña que tan malas pasadas me jugó siempre. En aquellos momentos yo era gris. Totalmente transparente para el género masculino, sin duda. Una chica estúpida dispuesta a perder cualquier reducto de su personalidad por gustar, caer bien, o por llamar, si hubiera podido, un poco la atención.

No mejoró mucho que me fijara, por aquel entonces, en la persona menos conveniente. Todavía me recuerdo, en los jardines de la antigua universidad, mirando el cielo azul del junio más hermoso de toda mi vida. No recuerdo momento más feliz que aquel, ni instantes más maravillosos que aquellos suaves días estivales. Parecía un sueño. Fue sólo un sueño. A partir de entonces, empecé a caer, a mirar, de nuevo, los tristes suelos, a mis pesados pies y a aceptar que, quizás yo no estaba destinada a contemplar aquellos cielos.

Me dormía todas las noches llorando y me calmaba escribiendo desgarradores poemas obcecada en un destino que nunca estuvo para mí. Las personas de mi entorno giraban a mi alrededor -frenéticos- como en esos anuncios de la tele, mientras que yo avanzaba por la vida a cámara lenta mirando al suelo y recordando momentos que no se volverían a repetir. Entonces, apareció la única persona que, hasta entonces, tuvo la capacidad de ver algo a través de ese halo gris que me envolvía. Y fue, en ese momento, cuando comenzó mi historia.

viernes, marzo 23, 2007

Peleas como una vaca

En estos días, todo el mundo anda frenético por la reciente salida al mercado de la Play Station 3. Aunque será capaz de hacer de todo -quién sabe si también freirá huevos con forma de corazón- lo que más me ha llamado la atención es su desorbitado precio.
Lo creáis o no, para este fenómeno existe una explicación publicitaria. El precio segmenta, de alguna forma, al público al que se dirige inicialmente el producto. A este conjunto de usuarios se le denomina pioneros y se caracterizan porque están totalmente predispuestos a adoptar nuevas innovaciones y no les resulta un inconveniente gastar elevadas cantidades de dinero para ello. Gracias a las compras de los pioneros, al sobreprecio y a la consiguiente difusión de la innovación, la demanda crecerá, bajará el precio, se reducirán costes de producción, por lo que, probablemente, si retrasamos la compra un tiempo, podremos adquirir la famosa consola, mejorada y libre de los posibles errores de las primeras versiones, por un precio más económico.
Recuerdo que, cuando era una enana, le regalaron a mis primos una maravillosa NES (Nintendo Entertaiment System) con el mejor título de la historia: Super Mario Bros 3. Confieso que me moría -literalmente- por tener mi propia consola y jugar las horas que quisiera con el simpático fontanero vestido
de mapachito. Al final, conseguí una videoconsola... una Atari horrible, repleta de juegos inservibles. Muchos de mis traumas actuales tienen su origen en aquel funesto día de Reyes en el que, al destrozar el envoltorio del paquete más ansiado, me encontré con aquella cosa cuadrada y negruzca. Por ahí sigue; criando polvo.

¿Soy la única que piensa que ya no existen videojuegos como los de antes?
Supongo que todas las generaciones miran a su pasado con cierto orgullo, añoranza y cariño, pero... ¿realmente eran mejores los arcaicos "supermarios", el legendario Golden Axe, Príncipe de Persia y compañía, que lo que circula, actualmente, por el mercado? No lo sé. Quizás, lo que antaño se resolvía con ciertas dosis de magistral ingenio, se arregla hoy con impresionantes efectos especiales, grandes gráficos y un holgado presupuesto. Tengo un hermano a las puertas de la adolescencia. Es difícil para mí no hacer comparaciones. Mientras que él, a su edad, disfruta ejerciendo de ruin mafioso o sicario sin excrúpulos, yo, con sus mismas primaveras, flipaba en colores con ese entrañable primer juego, de esa inolvidable saga, que inspira el artículo de hoy. Hablamos de Monkey Island.

"Qué apropiado, tú peleas como una vaca", ¡¿quién, con una infancia medianamente ilustrada, no ha escuchado (o leído) esta inconfundible sentencia!? La primera parte de la saga ocupaba, escasamente, cuatro diskettes de 3,5. En sus gráficos EGA (16 colores) predominaban, básicamente, el azul y el negro. En fin, se veía algo así:


(Típico duelo de insultos caribeño)


El tipejo que no parece un pirata (sí, el de la izquierda) es Guybrush Threepwood el flamante protagonista de la famosa saga bucanera. De pasado ignoto, su única habilidad consiste en aguantar 10 minutos sin respirar (que no es moco de pavo). Su sueño es convertirse en un terrible pirata temido en todo el Caribe. Con una acusada torpeza que lo caracteriza, es, no obstante, ingenioso y locuaz. En el mundo de Guybrush, los piratas no se baten en duelo simplemente cruzando sus espadas, los insultos, como dardos afilados, que se escapan de sus pestilentes alientos, despeñan un papel muy importante en una buena trifulca.

Después del primer juego de la saga ("El Secreto de Monkey Island"), vinieron tres secuelas repletas de desternillantes situaciones y aventuras a granel. Inolvidable el concurso de escupitajos de "La Venganza de Lechuck", los fascinantes gráficos de "La Maldición de Monkey Island" y las extravagancias de "La Fuga de Monkey Island", la última producción (que no le agradó demasiado a la humilde autora de este blog).

(Evolución del presonaje a lo largo de las cuatro entregas)

Actualmente, millones de fans sueñan con una quinta entrega donde se desvele, finalmente, cuál es el dichoso secreto de Monkey Island. Desde Lucas Arts (los padres de la criatura) ni afirman ni desmienten; aunque el género de la aventura gráfica está más que olvidado (algo que aún no termino de comprender), entienden que Monkey Island sigue siendo una franquicia harto popular que no debe subestimarse. En fín, seguiremos a la espera.


(Auténtico ritmo criollo)

domingo, marzo 18, 2007

Cisne de primavera

Recuerdo que, hace muchísimos años, cuando todavía andaba traduciendo las Catilinarias de Cicerón y era una muchacha gris y retraída, me enamoré de un chico que conocí por internet. Con 16 años, lo poco que sabía yo de hombres, se traducía en bombitas de peste y en faltas de respeto, por lo que Ismael, que así se llamaba el chico, se alzaba, ante ellos, como un príncipe recién salido de un fantástico cuento de hadas. Todavía conservo los emails que nos escribíamos cada tarde, donde él me narraba sus andanzas en su instituto de curas y yo le redactaba, fielmente, las horas que había pasado sumergida en inteligibles poemas de Machado; probablemente, pensando en él.

Por aquel entonces, Internet no era el universo multimedia que hoy se nos antoja. Nunca llegué a ver su foto; sólo hablé con él un par de veces por teléfono. Sin embargo, nos pasábamos horas enteras chateando desde nuestros arcaicos ordenadores, cuando el tiempo de conexión se traducía en una amplia factura de teléfono. Jamás accedí a verle. Era una chica llena de complejos estúpidos y de carencias físicas que pensé que él nunca entendería. No sé si alguna vez le llegué a confesar que pensaba en él durante todas las horas del día. Hace tanto tiempo, que todo se confunde en mi mente. Tampoco recuerdo en qué momento dejó de buscarme, sin duda, cansado de mis negativas a conocerlo. Sólo sé que, finalmente, se echó una novieta bailarina, que seguramente era más afín a sus gustos que yo.

El destino quiso que, uno de los días más nefastos de mi existencia, lo viera entrar por la puerta de mi facultad. Fue una aparición fugaz. Llegó a mí igual que la mariposilla que se posa en la flor justo antes de que comience la feroz tormenta. No lo saludé, todo fue muy rápido. Aunque nunca lo había visto en persona, algo en mi interior me dijo que era él. La persona a la que había dedicado tantas horas de mi vida, por la que rellené de letras miles de pantallas de chats y que nunca me digné a conocer. Aquel día, de alguna forma, por fin nos encontramos y, tan rápido como apareció en mi vida, se esfumó, dejándome sola a merced de la tempestad que se aproximaba.

Gracias a Ismael, descubrí a Bukowski. Supe, en el mismo instante en que me transcribió uno de sus poemas, que aquellos versos siempre irían atados a su recuerdo. Hoy que me he acordado de él. Ahí van tus versos:

Cisne de Primavera

También en primavera mueren los cisnes
y ahí flotaba
muerto un domingo
girando de lado
en la corriente
y fui hasta la rotonda
y distinguí
dioses en carros,
perros, mujeres
que giraban,
y la muerte
se me precipitó garganta abajo
como un ratón,
y oí llegar a la gente
con sus canastos de camping
y sus risas
y me sentí culpable
por el cisne
como si la muerte
fuese algo vergonzoso
y me alejé
como un idiota
y les dejé
mi hermoso cisne.

(Ch. Bukowski)

miércoles, marzo 14, 2007

La desaparición del enano

Hace miles de años (o eso me parece a mí) mi madre trajo de la oficina el juego de "La desparición del Enano". Por aquel entonces, no había en los centros de trabajo internet ni correo electrónico. Las famosas cadenas que hoy saturan nuestros cibernéticos buzones existían, pero se difundían vía fax. El juego que hoy os presento es un gran enigma en mi vida. No me considero una inútil y soy bastante cabezona cuando no encuentro la solución de algo. Con "La desaparición de Enano" no hubo manera. Ni los compañeros de oficina de mis padres, ni mis colegas de clase fueron capaces de dar con el "intringulis" de este bizarro comecocos. Explico las bases:

Se trata de una imagen con 15 enanos. La imagen está dividida en 3 partes.


Si cambiamos de lugar las partes superiores, sólo aparecen 14 enanos.


Pregunta del millón de dólares: ¡¿Donde está el quinceavo?!

Siempre me ha costado muchísimo desprenderme de las cosas. Por eso, no me resultó extraño que, después de tantos años, apareciera el dichoso juego entre miles de papelotes olvidados de uno de mis cajones. Ahora os toca a vosotros. ¿Alguien sabe dónde se ha ido el enano?

lunes, febrero 26, 2007

Tráfico de órganos

Hace algunos días, una amiga me mandó un email de esos cuyo final te insta a propagar el mensaje, bajo pena de grandes desgracias futuras. Particularmente, paso bastante del tema. Por fortuna, a la mayoría de mis contactos se les ha pasado la fiebre de enviar este tipo de correos, que yo tiraba a la basura tan pronto llegaban a mi bandeja de entrada. Sin embargo, ahora que felizmente escasean, me atrevo, de vez en cuando, a abrir alguno que otro. El que leí aquel día trataba sobre una leyenda urbana que a mi, personalmente, me puso los pelos como escarpias. Aquí os lo transcribo:

"El pasado 17 de septiembre de 2006, una joven alicantina decidió salir por la noche a un bar de la capital con sus amigos. Al parecer, se estaban divirtiendo bastante. Ya estaba un poco bebida cuando un joven bastante atractivo se acercó a ella. Congeniaron al instante y el chico la invitó a su casa, para continuar la fiesta. En el apartamento, que estaba situado en el barrio de Babel, siguieron bebiendo. Es, a partir de este punto, cuando los recuerdos de la chica se enturbian. Se despertó desnuda en una bañera, totalmente cubierta de hielo. Se sintió extraña; también recuerda que le dolía mucho la espalda. En la pared del baño, trazadas con pintura de labios, leyó las siguientes palabras: "llama a una ambulancia porque te quedan menos de dos horas de vida, gracias"
Junto a la bañera había un teléfono. Llamó a los servicios de emergencias e, inmediatamente, explicó a la persona encargada la situación en la que se encontraba; que no sabía dónde estaba; que no sabía que había tomado, que le dolía mucho la espalda... La operadora le aconsejó que saliera de la bañera, con cuidado, y se observara en algún espejo todo el cuerpo para detectar alguna marca o algo anormal. Después de examinarse, no halló nada raro, sin embargo, cuando la operadora le dijo que se revisara la espalda, descubrió dos ranuras ensangrentadas de alrededor de 15 centímetros, en la parte baja de la espalda.
Cuando se lo comunicó a la persona de urgencias, esta le pidió que por favor volviera a la bañera, que iban a localizar la llamada para mandar a un equipo de emergencia. Cuando examinaron a la chica, descubrieron lo que realmente había pasado. Le habían robado los riñones. Cada uno de ellos, en el mercado negro, tiene un valor de 10.000 dólares. Actualmente, la chica se encuentra postrada en una cama de hospital a la espera de encontrar a un donante. También está embarazada."


Posiblemente esto no sucediera nunca. Es más, ¿Existe en Alicante un barrio llamado Babel? Sin embargo, lo realmente escalofriante reside en el hecho de que serían totalmente plausibles. Todavía recuerdo, cuando se corrió el rumor por Sevilla de la existencia de un grupo de desalmados que practicaban en chicas jóvenes lo que se conocía como la "sonrisa del payaso". Por entonces, yo no tendría ni 17 años y había empezado, prácticamente, a ir de discotecas con mis amigas. Tuvo una gran repercusión, por lo que pude saber. Es lo que tienen las leyendas urbanas: son despiadadas, totalmente irracionales, pero muy posibles. En el caso de que acontezcan realmente, la diferencia entre la chica del relato y tú, reside en tu buena suerte. El mérito de que no seas inspiración para un nuevo cuento, reside en no encontrarte en el lugar equivocado, en el momento equivocado y con la persona equivocada. Todo es cuestión de suerte. Somos tan vulnerables que nuestras vidas se asemejan a la del caracol que se pasea por la superficie de la navaja. El equilibrio es tan frágil que duele.

sábado, febrero 17, 2007

Parece que lloverá

Una luciérnaga de plata
brilla en tus ojos niños,
cuando te fascinas, recordando,
otros que tu viste y que temes más no ver.
Yo me embeleso mirando tu mirada
recordando que una vez,
yo también te miré como tu ahora me miras,
enquistándome el recuerdo
y provocando vagas excusas
de por qué aquella mariposita gris
desde hace tiempo ya no se me ve.
17/12/00


Cuando escribí este poema, es probable que mi amiga Inés estuviera entusiasmada con un nuevo amor que residía en el extremo más alejado de la península. Catalán, gallego o vasco, poco importaba la procedencia del susodicho: las fronteras en el corazón de Inés nunca existían. Cuando se enamoraba, era tal su fervor y la fuerza de sus sentimientos, que no hacía otra cosa que hablar de aquel galán con nombre raro, que aquella vez le había robado su frenético corazón. Desde su exigua inocencia, con sus ojillos avispados y su eterna cara de brujilla, no he conocido a chica más lunática que mi amiga en sus ensoñaciones. Si alguna vez pudo ser estrecha de miras, cuando se trataba de amor, Inés abría los menudos pasadizos de su mente y los convertía en avenidas llenas de luz: los avenidas de la ciudad donde su amor residía. En aquellos momentos, dejaba de ser sevillana - si es que alguna vez lo fue -; abandonaba su ciudad, mentalmente, y residía en un vasto prado cerca de Compostela o en una pequeña y ruidosa calleja de algún barrio de Madrid.

A excepción de mi familia, no recuerdo momento en mi vida en el que no la haya tenido a mi lado. Más cercana o más distante, ya sea en la misma banca del instituto, ya sea charlando mientras caminábamos, a la salida del colegio, a comprar el pan, contando los pasos que nos separaban de nuestros ansiados almuerzos. Una fotografía en blanco y negro. Su sonrisa a mi lado mientras contemplábamos una solitaria montaña navarra. Parece que lloverá. Una minúsculas gotas empiezan a invadir nuestro estrecho universo. "Chirimiri" me dices, "es muy corriente aquí". A lo lejos, se escuchan aislados cencerros provenientes de las altas cumbres. "Sí, parece que lloverá".