domingo, abril 29, 2007

Quiero ser prinZesa

Españoles:

Si habéis tenido la oportunidad de enteraros que la PrinZesa LetiZia estaba en cinta, os interesará saber que, tal como se esperaba, la susodicha ha dado a luz a su segunda hija. Alegraos porque tenemos, por tanto, a una nueva gorroncilla, carne de cañón de la prensa rosa, que vivirá a expensas de nuestro dinero sudorosamente trabajado. No sé en qué programa de televisión se sorprendían de lo económico que nos resultaba a los españoles mantener con vida a una Casa Real que proporcione glamour, polvo y caspa a nuestro país. Unos 21 céntimos al año le cuesta a cada español mantener el yate del rey, pagar los modelitos de la reina, proporcionarle unos buenos patucos a la Infanta Leonor y suministrar a LetiZia la poca comida que parece que engulle.

Esa cantidad mínima, casi irrisoria, bastante por debajo de lo que le cuesta a Zapatero un café, multiplicada por las cerca de 40 millones almas que pululan por este trozo de la piel de toro, se transforma -casi por arte de magia- en unos atractivos 8,4 millones de euros, que regalamos, por la cara, a esta singular familia. Este modesto sueldo, deja en pañales a los 9.000 euros mensuales que se lleva calentito, cada mes, el señor Rajoy, deja muy en segundo plano lo que se gasta el presidente en cafés y eclipsa, por completo, a aquellos 21 céntimos que cada español pone de su bolsillo.

Me pregunto cuántos millones de vidas se podrían salvar con esos 8,4 millones de euros; cuántas escuelas se podrían inaugurar, cuántos pozos de agua potable se podrían construir con tanto dinero. Sinceramente, me planteo cuántos niños sobreviven gracias a las recepciones del rey en la Zarzuela, cuántos hospitales inaugura la reina cuando se marcha de viaje solidario a África o cuántas enfermedades se curan gracias al precioso vestido, de aquel diseñador tan prestigioso y selecto, que lucía LetiZia el mes pasado.

Existe un apartado en los impresos de la declaración de la renta donde te dan elegir destinar un porcentaje de tus impuestos a la Iglesia Católica y su obra o a otras entidades benéficas. Como ciudadana española poco afín a la monarquía, exijo el derecho -mi derecho- a otorgar o no mis 21 céntimos a este arcaico legado. Me niego a mantener y alimentar a esta pandilla de aprovechados, a sus mujeres con complejo de conejas y a sus hombres con aspiraciones regatistas. Yo elijo dar mis 21 céntimos a una organización benéfica aún exponiéndome a que mi dinero se desvíe, aunque sea calderilla. Mis 21 céntimos sumados a los tuyos, que opinas como yo, se pueden convertir en una cantidad generosa y magnífica que ayude a la gente.

Sin embargo, nada cambiará. Algunos, incomprensiblemente, siguen valorando como positiva la existencia de la figura de un rey. Existe, todavía, un tácito vasallaje, un estúpido agradecimiento por el voto que el monarca dio a la democracia cuando murió el-que-no-debe-ser-nombrado. Muchos critican la buena vida que se gastan los borbones, aunque, por otro lado, compren a granel revistas en papel cuché donde sus yates aparecen retratados y estén en primera fila, banderita en ristre, cuando al príncipe le da por visitar su pueblo. Tenemos monarquía para rato en este país y, tristemente, poco trabajo para seguir manteníendolos.

Nunca quise ser reina, pero, sin duda, lo dejaría todo por ser princesa.

viernes, abril 27, 2007

Desnudas

A día de hoy, creo que el 99% de los españoles saben qué es "Cambio Radical". No obstante, si algunos andáis despistados, os avivará la memoria saber que se trata del programa en el que transforman a personas poco agraciadas en personas-poco-agraciadas-operadas. Desde que leí en el blog de Joerace su opinión sobre este nuevo invento televisivo, tuve muchísimas ganas de comentarlo en el mío. Al fin y al cabo, ya venía siguiendo la posible llegada de este formato a nuestras televisiones desde hace algún tiempo. No obstante, entre una cosa y otra, no fue hasta el viernes de la semana pasada cuando encontré una excusa realmente buena para abordar el tema en cuestión.

Antes que nada, debo confesar que, cuando se estrenó el programa, formé parte de esa enorme aundiencia confusa, curiosa, escandalizada y molesta. De aquel primer (y único) visionado, saqué dos conclusiones esenciales. Que una vez que has visto el programa, no es necesario saber más para conocer lo que te espera en las próximas entregas y que Teresa Viejo es, con diferencia, la persona más horrible que pulula por nuestras televisiones. Déspota donde las haya, desagradable, cruel y muy mala profesional, desde su púlpito, rodeada de personas infelices por su aspecto físico, predica con el ejemplo; está tan estirada que pronto la sonrisa le tapará las orejas.

Según mi punto de vista, la mayor parte de la gente, independientemente de su edad, sexo o madurez mental, tiene algún tipo de complejo. Supongo que todos nosotros tenemos ese detallito corporal que nos chincha a más no poder y que disimulamos en la medida de lo posible. No obstante, no deja de ser curioso el tema de los complejos. Mayoritariamente, la gente odia el tamaño de su trasero y cambiaría, sin dudarlo, su contorno pectoral o el tamaño de sus genitales. Sin embargo, ¿conocéis a alguien que se muera por tener más inquietudes intelectuales que leer la etiqueta del champú o que se desviva por poseer una postura frente a la vida un poquitín más abierta y tolerante? Soy de la opinión de que si te perturba algo hasta el paroxismo y si no tienes reparos a pasar por un quirófano para solventarlo, lo mejor es operarse y quedarse tranquilo. Al fin y al cabo, las operaciones estéticas están al orden del día. Si todavía no te pueden trasplantar un cerebro libre de complejos y tonterías, es mejor meter mano a otras zonas más específicas y salir del paso.

Sin embargo, esto no quiere decir que vea con buenos ojos "Cambio Radical". Primero, porque el formato promueve que la única solución para triunfar reside en operarse hasta el blanco de los ojos. En segundo lugar, porque cuando alguien accede a concursar en él, no sólo se le remedia el complejo más estridente de su fisionomía, sino que se le retoca todo el cuerpo, dando resultados bastante macabros. En tercer lugar, porque el programa no proporciona ningún tipo de ayuda psicológica pre y postoperatoria. Y, por último, pero no menos importante, porque frivoliza con el sufrimiento de los concursantes y de los espectadores que se encuentran en situaciones afines.

Realmente, ¿ayudan este tipo de programas a los concursantes? ¿benefician a los telespectadores o simplemente colman la necesidad morbosa del españolito medio? No soy una ilusa. No siempre el bienestar del concursante propicia la mirada curiosa del telespectador y, ni mucho menos, los programas se mueven en el altruismo. La dichosa audiencia siempre manda, los contratos publicitarios dependen de ella y, por lo tanto, el dinero. No obstante, supongo que existen formas moralmente más adecuadas para conseguir beneficios económicos, proporcionando, incluso, algún tipo de ayuda a la audiencia.

Es el caso de "Desnudas", el nuevo programa que Cuatro emite los viernes por la noche, después de "Callejeros". Frente a la moda de la silicona y el botox, este nuevo espacio promueve la búsqueda de la belleza desde la comprensión, el diálogo y el conocimiento del propio cuerpo. A diferencia de "Cambio Radical", en "Desnudas" sólo se resaltan las cualidades positivas de las personas, contribuyendo a elevar la autoestima. Se defiende el concepto de que la belleza es sólo un estado de ánimo y que para estar guapo sólo se requiere una actitud positiva. Todos nacemos con un cuerpo que, para bien o para mal, es nuestro. Lo importante del asunto reside en saber vivir con lo que tenemos, aceptarnos a nosotros mismos y gustarnos.

Del mismo modo, se proclama que la belleza también es un problema de percepción. Cada cuerpo y curva de nuestra fisionomía, es diferente a los del resto de los seres humanos. Lo que le pega a la bajita, no le pega a la alta (y viceversa). El éxito reside en controlar una serie de truquillos, disimulando las zonas menos agraciadas y haciendo brillar los aspectos más positivos. Conocer qué es lo que mejor te sienta es más importante que una buena liposucción. ¿Quién necesita ahora un cambio radical?

domingo, abril 22, 2007

Callejeros

No puedo precisar qué capricho del destino propicia que cada noche de viernes termine, con el rostro congestionado y los ojos como platos, viendo "Callejeros". Por si alguien no ha tenido oportunidad de verlo, os diré que "Callejeros" es un programa de Cuatro que se basa en la elaboración y emisión de reportajes de lugares bastante alejados de nuestra idea de existencia. Si un día sus aguerridos reporteros se encuentran conociendo de primera mano la situación de un poblado gitano, en otras ocasiones, podemos encontrarlos conviviendo con los vecinos de la Cañada Real o pateándose, sin tregua, uno de los barrios más críticos de Bilbao. Independientemente de lo que nos muestren, mi reacción cada semana es parecida a la de la mañana que sigue a una noche fiesta. Siempre digo que nunca lo volveré a ver; que mi estado anímico no es el idóneo para angustiarme más. No obstante, aunque intento llevarlo a cabo, no sé si por la escasa calidad de la programación de los viernes, siempre termino tragándomelo de cabo a rabo y con el corazón destrozado.

Puede ser que, últimamente, esté más sensible de la cuenta y que todo me afecte demasiado. No obstante, creo que a nadie le puede dejar indiferente el testimonio de una chica de 28 años, que ya lleva en su haber cuatro vástagos de diversos padres que, estando embarazada del quinto, vive en la calle, ejerce la prostitución y fuma en plata. Supongo que hay personas que están hechas de una pasta más dura y que yo, para qué negarlo, no tengo mucho mundo pero, lo realmente cierto es que, cuando termino de ver "Callejeros" y me voy a la cama, me siento TAN mal por lo que hay ahí fuera tan dejado de la mano de dios, que me duele pensarme "afortunada" por no formar parte de esos submundos que nos muestran sus reportajes.

Hay quien opina que las series televisivas que se desarrollan en el mundo de la sanidad (Urgencias, Hospital Central, ...) tienen un fin motivador. No hay que ser excesivamente hipocondríaco para preguntarse qué diantres puede haber de divertido en contemplar a gente enferma, familias que sufren o en conocer patologías de toda clase. Más allá del morbo y del atractivo de muchos de estos médicos de ficción, se encuentra una solución más simple a la pregunta: La mayor parte de nosotros volvemos a casa procedentes de trabajos estresantes, agotadores, poco productivos, poco inspiradores o frustrantes. Otras veces, la situación en nuestro hogares o en nuestra vida íntima no andan del todo bien. Sentarse en el sofá, encender la tele y contemplar los problemas ajenos, presumiblemente más graves que los que llevamos a cuestas, ejerce en nosotros un bienestar algo cuestionable moralmente hablando.

Los antiguos dicen que todo tiene remedio menos la muerte. Quizás sea ésta la máxima en la que se basan este tipo de seriales.
Supongo que ocurre lo mismo con "Callejeros". Nos hacen sentir agradecidos con la vida, afortunados con nuestra existencia. Sin embargo, lo que vemos cada noche de viernes en Cuatro, no es una ficción edulcorada y dramatizada. Somos testigos de una realidad latente, de unas vidas dolientes y sangrantes, de un mundo paralelo al nuestro que parece que se desarrolla en otro tempo. Nuestras vidas frenéticas, avocadas al trabajo, a los horarios cuadriculados y a las horas de sueño, se contraponen con las de los que habitan en esos mundos subterráneos que palpitan al ritmo de las drogas, el sexo más oscuro o la máxima desesperación.

Decidido: no volveré a verlo nunca más.

jueves, abril 19, 2007

Hospitales

Un día soñé que me moriría con 22 años. No sé realmente qué edad tenía cuando tuve tan agorero sueño, pero lo cierto es que, a los tres meses de haber cumplido la edad anunciada, me operaron de urgencia. Perdí mucha sangre durante la intervención y, desde entonces, he pensado que, cuando la muerte te sobreviene, te debes sentir tal como me sentía yo en aquellas horas de extrema anemia que siguieron a la cirugía.

Lo que más me sorprendió es el nivel de dependencia al que puedes llegar en este tipo de situaciones. Te das cuenta de que los centenares de profesionales que trabajan en un hospital son personas anónimas a las que dejas vía libre para que te laven, te saquen sangre, te alimenten, te practiquen curas y te mediquen. Estás, totalmente, a merced de ellas. La medicina es un terreno tan especializado que, si alguna vez creímos que la entendíamos por saber curar un mal resfriado, cuando la cosa se complica, nos damos cuenta de lo ignorantes que siempre hemos sido. Que la medicina, el funcionamiento del cuerpo humano y de los millones de microorganismo que nos afectan, están muy por encima de nuestras posibilidades. La sensación es parecida a cuando miras, en una noche despejada, el impresionante firmamento sobre tu cabeza. Sin lugar a dudas, sabes que ahí encima se cuece algo fascinante que posiblemente no llegues nunca a comprender en el transcurso de tu vida.

Por ello, en aquellos días, recuerdo que dedicaba la mejor sonrisa que tenía a todas aquellas personas que pasaban por mi habitación y se portaban bien conmigo o con mi cuerpo. Muchas veces no conocía ni el porqué ni el objeto de aquellas visitas, sin embargo, en mi cara, siempre estaba esa sonrisa de agradecimiento, cargada de emoción y de cariño, intercalándose, irremediablemente, con la palabra "gracias". Por aquel entonces, no se me ocurría otra expresión más inteligente y sincera.

Del mismo modo, una estancia prolongada en un hospital te muestra un aspecto desconocido del dolor. Todo lo que te rodea se concreta en dolor físico y psíquico. Los encuentros con cada uno de los médicos, enfermeros y auxiliares producían en mí un sufrimiento corporal auténtico. Hasta entonces, el máximo dolor que había experimentado en mi vida provenía de un buen tirón depilatorio, sin embargo, el martirio de aquellos días de ingreso era superior a todo lo ocurrido, anteriormente, en mi ella.

El dolor físico se agudizaba debido al sufrimiento psíquico. Irónicamente, me habían destinado a una habitación en la planta de maternidad. Era relativamente fácil oír, desde mi cubil, los llantos de cientos de recién nacidos acompañados por las expresiones de alegría de las familias. Quizás, el saber que había gente que sufría por las inclemencias propias de un parto pero que, a la vez, se veían recompensadas con el regalo de tener a un bebé en sus regazos, me sumía, irremediablemente, en la tristeza. Lo mío, a diferencia, era un sufrimiento sin recompensa; un dolor injustificado.

Las experiencias que vives en los hospitales te acompañan de por vida. ¿Es posible que existiera un antes y un después tras dicha situación? Es probable. De aquellos días conservo importantes nociones que cambiaron mi carácter y que me hicieron comenzar una nueva etapa. Fue como una prueba de madurez. Cuando salí de aquel hospital, ya no era la misma. En algunos momentos, la luz al final del tunel era tan estrecha como la pupila de una serpiente. A veces, ni siquiera era visible. De todo se sale. Lo importante, supongo, es no soñar, de nuevo, con este tipo de cosas.

lunes, abril 16, 2007

La Golden Highway en Vespino

Hace algunas noches, en uno de esos zappeos para escapar de una buena tanda de anuncios, di, por casualidad, con Bienaventurados, un programa de Canal Sur -un tanto bizarro a mi entender- que vino a sustituir a los Ratones Coloraos de Jesús Quintero. Presentado por la inestable María Jiménez y su nutrido séquito de infrahumanos, el programa consiste en entrevistar íntimamente a personajes famosos de diversa índole. Para que nos entendamos: es uno de estos shows televisivos, donde la cámara es bastante propensa a los planos cortos. Tanta vela, oscuridad e intimidad sumergen al espectador en tal experiencia hipnótica que hasta los planteamientos de los famosetes más borderline, llegan a suscitar un cierto interés.

Como os decía, aquella noche, cuando por casualidad di con él, estaba siendo entrevistado Don Bertín Osborne, eterno galán español y paradigma del señorito andaluz allá donde los halla. Me resultó interesante que, con 19 años y mil pesetas en el bolsillo, el cantante dejara su casa para dedicarse, presumiblemente, al mundo del artisteo. Según cuenta, buscó trabajo, ahorró y, al cabo de un par de años, decidió hacerle una visita a cierta zagala natural de Los Ángeles (y no de los de San Rafael). El joven Bertín, ni corto ni perezoso, modesto donde los haya y un poco bruto -para qué negarlo- cogió su vespino, se recorrió toda la piel de toro, cruzó en un ferry el Canal de la Mancha y se embarcó, finalmente, en un barco rumbo a Nueva York. Lo realmente curioso reside en que, durante todo el trayecto, el cantante no se separó ni un minuto de su vespino, y una vez en territorio yankee, se cruzó el país de cabo a rabo montado en ella, recorriendo la mítica ruta 40, conocida, también, como The Golden Highway.

Particularmente, siempre me ha caído mal Bertín Osborne. Más allá de que el hombre tenga tanto dinero que no le hubiera hecho falta trabajar para vivir como un marajá, más allá de que siga llevando por bandera la asquerosa pose de señoritingo andaluz que tanto nos ofende a algunos, más allá de que sus discos y programas televisivos apesten, lo que realmente me desconcierta es esa falsa moral que lleva por bandera. Osborne, para muchos, siempre ha representado a el chico rebelde (tipo Miguel Bosé) que reniega de su familia y su posición para dedicarse a la farándula. Sin embargo, aunque esa rebeldía se traduce en su vida pública y profesional, a fin de cuentas, no deja de ser un pavo que no deja de beneficiarse de su altísima posición, de sus maravillosos caballos, sus bodegas, sus perros, sus tierras, etc. etc. etc.

No obstante, contemplando como hablaba, a la luz de las velas, sobre esa juventud pasada, a lomos de aquella vespino, no pude evitar pensar en cuanto me gustaría llevar a cabo su hazaña. Tener el suficiente valor como para coger carretera y manta y plantarme, un amanecer, en las puertas de Los Ángeles. No pude evitar pensar cuanto tiene que enriquecer el espíritu una experiencia semejante, como debe de calmar un viaje como este tus inquietudes por vivir la vida, por soñar, por disfrutar tu juventud. Sin embargo, a pesar de sus ideas rebeldes, yo no soy Bertín Osborne. No tengo un padre rico, ni una carrera que dejar de lado porque tengo el suficiente dinero como para no necesitarla... Siempre he envidiado a todos aquellos que escogen por voluntad propia pasar un año sabático, disfrutar, levantarse tarde y coger fuerzas para una eterna e intensa vida laboral. Sin embargo, esos años sabáticos solo los disfrutan los ricos, los que no tienen coche que pagar, ni un Macbook financiado, ni proyectos de independizarse... pero... ¿no sería estupendo poder salir corriendo?

viernes, abril 13, 2007

Cadenas

Creo que fue en un libro de Jostein Gaarder donde leí que, en la mayoría de los casos, no somos conscientes de la suerte que tenemos de haber nacido. Tenemos un miedo innato a la muerte, a desaparecer, a no llegar a ser trascendentes para nuestra prole, a caer en el olvido. Tenemos miedo a morir in media res. Desde pequeños, nos enseñan que la función sólo termina en el último acto; al fin y al cabo, somos protagonistas de nuestras vidas. Además, todo el mundo sabe que los protagonistas no mueren y, si lo hacen, sólo dejan de existir al final, escasos segundos antes de que acabe la película. Sin embargo, no siempre eso es así. La muerte es algo con lo que convivimos cada día. Es, sin duda, nuestra única certeza. Y aunque no podemos saber cuando falleceremos, ya que peor sería conocer fecha y hora de nuestra defunción, no deja de estigmatizarnos el ser tan poco dueños de dicha certidumbre.

En cambio, no somos conscientes de que nuestra vida actual no depende más de su f
in seguro que de las infinitas condiciones previas que se han debido dar para poder llegar a nacer. Estoy vivo porque mi madre me engendró, porque mi abuela sobrevivió a la guerra y pudo tenerla, porque mi bisabuela no se murió de hambre y pudo dar de mamar a su hija... y, así, a lo largo de una eterna línea generacional. Sin saber de heráldica, puedo gritar a los cuatro vientos que mis antepasados sobrevivieron a las miles de enfermedades e infecciones acontecidas a lo largo de los siglos, que superaron las guerras, las hambrunas, la inquisición... Todos los que caminamos por la faz de la Tierra, somos fruto de una tácita selección natural: somos los más fuertes, los más listos y, sobre todo, los más afortunados.

Sinceramente, creo que nos debería provocar más vértigo la alta probabilidad que tuvimos de no nacer, que la única certeza que tenemos en esta vida. Somos la élite y no menos responsables que nuestros antepasados en la conservación de la eterna cadena generacional. Si muero aquí y ahora, truncaré la esperanza de miles de personas que esperan, en la oscuridad de los tiempos futuros, que yo viva. Por ello, en el momento en que nacemos nos convertimos en héroes, somos trascendencia y colaboramos en esa ancestral tarea que propicia que unos vivan y que otros no lleguen a ver la luz del sol.

Hay que agarrarse a la vida. Coger el toro por los cuernos, seguir en la brecha el tiempo que nos dejen, no perderle el pulso a la existencia. No pensar en el final, basarnos en nuestro increible principio: en la suerte que tuvimos en nacer, en la buena estrella de nuestros seres queridos por existir y estar junto a nosotros. Porque quizás algún día, mientras pasemos nuestras horas más felices, en nuestras mejores vacaciones o mientras hacemos el amor junto a nuestra pareja, pueda nuestra vida hacer ese funesto "click". Esa temible inflexión que será el principio de nuestra muerte, el final de nuestra función. A veces, ese "click" puede aparecer en nuestra niñez, en nuestra adolescencia,... una exposición demasiado prolongada al sol, por ejemplo, que deja en nuestras células el primer vestigio de una fiera enfermedad que nos amargará la vida dentro de treinta años o más. Otras veces, el chasquido se produce al final y en pocos meses nos consume. Mi "click" ha podido producirse ya, ¿quién sabe?...

miércoles, abril 11, 2007

Me equivoqué

Creo que lo he hecho mal.

A día de hoy, puedo expresar sin tapujos que, definitivamente, me equivoqué de carrera, de profesión y de vida. Odio a la gente que, cuando me escuchan decir que soy publicista, que trabajo como diseñadora en una agencia ideando anuncios, creando gigantescas vallas y un largo etcétera, alaba mi trabajo y lo clasifica de interesante, maravilloso y creativo. No saben lo que es. No se imaginan qué se esconde detrás de una profesión aparentemente tan golosa como los productos que publicita.

Me equivoqué. Escogí la opción errónea. Estudié la carrera que no debía y, ahora, pago las consecuencias. Igual es algo personal. Quizás, muchos diseñadores y publicistas sean felices con sus vidas y sus trabajos. Sin embargo, por lo que a mí respecta, dudo que pueda comer de esto durante toda mi vida y no acabar colgada de la lámpara del salón. El sentimiento de equivocación y fracaso se hace más intenso e insoportable, al creer, decididamente, que la culpa no es enteramente mía. Ni mía ni de nadie. Con 18 años era imposible saber las consecuencias que me podía traer la profesión que acababa de elegir. Hoy, con 24, siento tal pesadumbre existencial y tengo una consciencia tan obcecada en mi error y mi fracaso que creo que, laboralmente, no hay solución para mí.

Muy pocos saben que, desde hace algo más de un año, no duermo bien. Constantemente tengo pesadillas, muchísimos sobresaltos nocturnos que no me permiten descansar bien. Supongo que es algo que me viene de casta. Mi madre se enorgullece al narrar cómo, a menudo, es capaz de encontrar el error de un balance desde la cama, durante la madrugada. Según parece, empieza a darle vueltas al coco, buscando algún error que le imposibilita continuar su labor... y lo encuentra. Así de fácil. A la mañana siguiente, en el trabajo, busca allí donde, la noche anterior, encontró el error y voilà!... Allí está.

A mi me pasa algo parecido. Por las noches empiezo a repasar mi trabajo: números de télefono, colores, tintas, frases, tildes... Me ofusco tratando de buscar errores en mi labor y los veo hasta donde sé racionalmente que no existen. Chequeo mil veces mis trabajos en la agencia y, aunque sepa que todo está correcto, me autoflagelo, en esas eternas madrugadas, pensando irracionalmente que no es así. Es algo muy extraño, directamente ligado a mi neurosis.

A diferencia de mi madre, normalmente, no puedo llegar por la mañana y subsanar el error. Si descubro que, efectivamente, me he equivocado, en el mejor de los casos, mi error presupone varios miles de euros tirados a la basura. Enormes cantidades de dinero que, muchas veces, llegan a quintuplicar mi sueldo.

Es mucha presión para mí. Son muchas las noches que acabo llorando, totalmente vencida. Lloro de rabia porque pienso que, al fin y al cabo, soy una neurótica y que este tipo de crisis son tan irracionales y demenciales que, sinceramente, pienso que algún día me harán enfermar. También, lloro de impotencia porque, en cambio, ¡es tan fácil equivocarse!. Lamentablemente, durante estos últimos meses, solo vivo para trabajar estando, mi cuestionable calidad de vida, estrechamente unida a mis posibles errores laborales.

En esas interminables madrugadas, pienso en mi potencial y en la esperanza que siempre he tenido en él, a lo largo de mi vida. Imagino diversos universos paralelos donde, quizás, soy un buen médico, un prestigioso arquitecto o un brillante ingeniero; que salvo a personas, que levanto edificios y puentes, en vez de poner mi vida y mi integridad psíquica en un estúpido faldón de viviendas para clase media, que estarán negadas a mi bolsillo de por vida. En vez de hacer cosas importantes y cumplir las espectativas de mis padres, mis profesores,... me encuentro atada a esta estúpida y frívola profesión que nunca me sacará de pobre y que, probablemente, me consiga volverme loca (si es que no lo estoy ya).

martes, abril 10, 2007

El retrato de una dama

Para hoy, un post ligerito. Poniéndome al día con el VideoDub, he conseguido colgar en Youtube el inicio de la película "Retrato de una dama", protagonizada por Nicole Kidman y John Malkovich. Aunque, particularmente, el filme no me llamó la atención demasiado, he de reconocer que su comienzo siempre me sobrecogió. No sé si será la magnífica banda sonora de Wojciech Kilar, las sugerentes voces en off o el mensaje que transmite. En fin, es un misterio. Me quedo con esto: " Creo en el destino. De modo que creo que esa persona me encontrará. De algún modo, nos encontraremos. Es como encontrar un espejo, el más cristalino de todos y, también, el más leal. De modo que, cuando ame a esa persona, sé que me devolverá su resplandor".

domingo, abril 08, 2007

Un ángel desnudo

Hace ya muchos años, en un número cualquiera de una revista de Canal+, descubrí un artículo que me llamó muchísimo la atención. Si habéis tenido la oportunidad de hojear algún ejemplar de dicho magazine, sabréis que, a algunos estrenos del mes, se le dedicaba un artículo, a modo de pequeño editorial, en el que cierta figura de renombre en el mundo del cine disertaba sobre sus aspectos más llamativos.

En su día, "Striptease" fue una película bastante polémica. Cinematográficamente hablando, es probable que no valga un duro (no en balde, se hizo con todos los razzie's de su año). Sin embargo, Striptease causó furor entre el público y se hizo mundialmente conocida por el famoso y solvente desnudo de su protagonista: Demi Moore. La película es, sin duda, un ejemplo claro de la época en la que el thriller sexual estaba de moda en Hollywood. Parecía que todas las actrices norteamericanas debían actuar en un proyecto donde su cuerpo y su belleza fueran el eje sobre el que girase la trama.

De este modo, y por medio del mágico bisturí, Demi Moore cambio su fisionomía. Se desprendió del dulce aspecto que nos enamoró a todos en su película "Ghost", y pasó a tener un cuerpo escultural diseñado, específicamente, para hablarle de tú a tú al pecado. De la misma manera que Tom Hanks tuvo que desprenderse de algunos kilos para interpretar su papel en "Naúfrago", la Moore, para encarnar a una stripper en ciernes, se calzó unas buenas lolas que, a día de hoy (miren como está el mundo), vuelven loco a su joven marido Ashton Kutcher.

Por como resultó la película, -que no llegó a más que a auténtico globo mediático alimentado por un desnudo anunciado-, me imagino el apuro por el que tuvo que pasar Guillermo Fesser cuando le encargaron, desde el Plus, un artículo sobre ella. El resultado fue un conmovedor y pequeño relato, lleno de emoción, con poca conexión con el malogrado filme. En este artículo, la película sirve de mera excusa para enlazarnos con una historia que, a diferencia del filme, sí tiene sentido. Desde luego, Guillermo no le hizo un flaco favor a la película. Es posible que todo lo contrario. Ahí va lo que escribió:

"
La Demi Moore de mi vida tenía 14 años y se llamaba Angelita. Aquella tarde todos nos saltamos el cole para concentrarnos con cigarrillos prematuros y una botella de licor de café en la piscina de Rafita "el facha". Su padre se había construido un chalé en Mirasierra a base de distribuir perfumes de marca y el chico utilizó la porción de fortuna que le iban filtrando poara comprarse un Vespino y una cadena de acero con la que disolver manifestaciones desde la moto.

Sonaron baladas italianas hasta caer la noche y entonces decidimos calmar en el agua el rojo que anunciaba en los ojos la inocente borrachera de nuestra juventud. Angelita se despojó del bañador y se paseó por el bordillo disfrutando de cada una de las miradas atónitas que íbamos clavando en sus carnes blancas. La desnudez era suya y, sin embargo, el pudor sólo albergaba en nosotros.

Angelita se fue para siempre agarrada a la cintura de Rafita una mañana que este intentó impresionarla haciendo el loco en su ciclomotor en la entrada de una curva. Mi alma permaneció apagada muchos años hasta que observé en la pantalla a aquella mujer quitándose la ropa con la naturalidad del que se atusa un poco el pelo. Supe que mi amiga había encontrado cobijo en otro cuerpo y me sorprendí esbozando una sonrisa de alivio en la butaca"

miércoles, abril 04, 2007

Dos años con la gaviota

Hoy hace dos años que empecé a trabajar en mi actual empresa. Supongo que, para muchos, no será un dato muy revelador e interesante. No obstante, contando con que mi vida laboral consta de tan solo dos años y medio, no es tan mal argumento. Salí de la facultad, me coloqué... y ahí sigo, al pie del cañón. Durante estos días he estado reflexionando sobre estos dos años que me han ido uniendo, diariamente, a gente totalmente desconocida. No eliges a tus padres, ni a tu familia, y, tal como están las cosas en el mercado laboral, no tienes elección en cuanto a los compañeros de trabajo con los que te toca lidiar. Un entorno laboral distendido y cordial es, sin lugar a dudas, una de las mejores cosas que puedes encontrar a lo largo de tu vida. Por mi parte, aunque mi situación tampoco es para tirar cohetes, bien es cierto, que no puedo quejare. Sin embargo, últimamente, en un aspecto concreto, me encuentro entre la espada y la pared; sola ante el peligro.

Sin lugar a dudas, los excesos derechistas me provocan la más feroz urticaria. Por eso, desde muy joven no sólo he tenido bastante claras mis ideas políticas, sino que nunca he tenido miedo a expresarlas en público. Al fin y al cabo, yo nací en el año 82. Por aquel entonces, la televisión era en color y Franco sólo se dejaba ver en los duros (afortunadamente). Siempre he estado rodeada por gentes de izquierdas, por lo que, realmente, nunca me he encontrado en la tesitura de esconder mis opiniones.

Ahora, todo ha cambiado.

Últimamente, me callo demasiado. En lo laboral, me muevo en un ambiente muy próximo a la derechona más extrema; entre descendientes de militares franquistas que combatieron contra el comunismo en las grandes guerras del siglo XX. ¿Qué puedo hacer? En circunstancias más igualitarias, con un poco de apoyo, quizás discutiría, argumentaría, intentaría replicar... no obstante, cuando tu jefe es alcaldable por el Partido Popular en un remoto pueblecito de la España profunda, lo más inteligente que puedes hacer por tu vida (y, en definitiva, por tu bolsillo) es callarte la boca y declararte apolítica.

Desde que accedí a mi actual puesto de trabajo, he tenido que negar mi interés por la vida política de este país más de una vez. Hacer oídos sordos cuando escuchaba expresiones como "la canalla marxista" o el siempre socorrido "rojos de mierda", aún cuando, en mi día a día, me relacionaba con personas muy afines a la extrema izquierda. En este tipo de tesituras, compruebas cómo de horrible es el pensamiento de un facha. Me indigna cómo se han rechazado presupuestos de empresas de las denominadas "comunidades históricas", aún siendo bastante ventajosos, por los estúpidos rencores de siempre. Me indigna cómo se critica al empleo del emigrante, argumentando que este es menos eficiente que el nativo de este país. Me indigna cómo se humilla al homosexual o se intuye la lástima en los ojos de algunos por hablar de algún tipo de opción sexual que no tiene cabida en sus cuadriculadas mentes.

¿Y qué hago yo? Agachar la cabeza.

Muchas veces pienso que se comportan así por , porque, aunque me callo, conocen mis ideas, porque, a pesar de todo, mis ojos son sinceros y no pueden dejar de expresar la repulsa, la indignación y su rechazo. Me imagino que, como lobos feroces, están al acecho, pendientes a que salte, a que estalle, quizás, para tener una excusa más legal que la discrepancia ideológica, para que mi despido no resulte improcedente.

Y, sin embargo, agacho la cabeza y trago saliva. (¡Qué horror! ¿En qué me he convertido?)

domingo, abril 01, 2007

Domingo de Ramos

Siempre he pensado que las tradiciones son totalmente irracionales. Por eso, a la hora de intentar comprenderlas, no hay que analizarlas desde un punto de vista racional y objetivo, sino desde la emoción y el hondo sentir que despiertan en el pueblo. Del mismo modo, los que llevamos en el corazón las tradiciones de nuestra tierra debemos ser conscientes de la incomprensión que estas prácticas pueden despertar en un público "lego" y, si somos respetados, respetar. Es fundamental explicar, intentar conseguir que las tradiciones sean accesibles a todos, independientemente de la edad, la religión o el estatus del que mira.

Hoy es Domingo de Ramos. Un día grande para mi ciudad. Desde muy pequeñita, este día despierta en mí sentimientos encontrados. Aunque soy una agnóstica convencida, sinceramente, siempre me han despertado cierta envidia (sana) las personas que creen en algo y ven, en la religión, el sentido a su existencia. Los respeto profundamente, aunque no pueda comprender lo que ellos comprenden, aunque no pueda ver lo que ellos siguen sin ver... Muchos sevillanos son capaces de ver algo en las procesiones que inundan las calles del centro de la ciudad, durante estos días. Son los que, fieles a su tradición, se santifican delante de determinadas imágenes o andan descalzos su promesa en la fila interminable de capirotes que antecede a un paso. Otros muchos acuden a la llamada, sin santiguarse, sin observar, en aquellas tallas de madera, otra cosa que la maestría de un imaginero o el arte de la seguidilla.

Ya pertenezcan a un bando u otro, son muchísimos los ciudadanos que se congregan en las calles, se hacinan, alrededor de sus santos, contemplándolos con estricto respeto, en la lejanía. Siempre he pensando que en todas esas miradas, en todo ese sentir, en todo ese calor que se desprende de esas personas que allí se citan con su fe, con su admiración o con su añoranza, debe existir algo. Un sentimiento común, de hermandad, de respeto, de unión que nunca debería extinguirse.


Siempre me he preguntado qué hubiera ocurrido si mis padres no me hubieran inculcado, desde muy pequeña, esta ancestral tradición; si mis tíos no me hubieran enseñado la diferencia entre el paso de "costero a costero" o el significado de la palabra "bambalina". Quizás, en días como hoy, cuando contemplara, de pasada, cualquier procesión (de la que probablemente desconocería su nombre) no me emocionaría y no me rodaría una lagrimilla desde el ojo a la mejilla. Y es que son muchos años esperando la llegada de una hermandad, son muchos años deseando que no lloviera, muchos años contemplando cierta procesión en un lugar determinado, de la mano de alguien tan especial que su recuerdo te durará de por vida. Sé que muchos me calificarán de carca, poco moderna.... En mi ciudad está mal visto declararte demasiado seguidor de la Semana Santa. Conocer detalles más específicos, tener datos más amplios que los que tiene el ciudadano medio, es sinónimo de freakismo. En Sevilla, es mejor y más lícito elogiar a su Feria que a su otra semana grande.

¿Y por qué? Me lo he preguntado siempre. Durante mis años de experiencia y de reflexión acerca del tema, he llegado a la conclusión de que la Semana Santa, desde hace mucho tiempo, se ha convertido en algo más; que ha trascendido. Aunque para muchos conserva su significado religioso, otros -quizás un grupo más extenso de ciudadanos- la llevan en su corazones como vestigio de una entrañable infancia, como identidad de su querida ciudad o como exponente del patrimonio histórico y cultural sevillano. Muchos, entre los que me incluyo, disfrutamos acudiendo a la cita de todos los años, emocionándonos con el sentir, con la música, con el olor del incienso y de la cera quemada, y aplaudiendo, sin duda, a todo el arte que se encuentra en esas cuadrillas de costaleros. Sin duda, la Semana Santa aporta mucha intranquilidad y confusión en muchos corazones.

A continuación, os dejo un vídeo -por si tenéis curiosidad- de uno de los pasos que mejor anda en Sevilla. Se trata de la Hermandad de San Gonzalo, trianera de pura cepa y estandarte de lo que se conoce como el paso trianero que es muy diferente al de las cofradías de Sevilla. Si os fijáis, es un paso de misterio (es decir, representa una instante específico del Nuevo Testamento) que nos muestra la comparecencia de Jesús ante Anás. Es totalmente perceptible en el vídeo cómo se adapta el paso de los costaleros a la música. Seguro que pensaréis que es poco consecuente con la ocasión que un paso "baile" al son de la música pero, viéndolo desde el punto de vista profano, ¿os haceis una idea de lo dificil que es llevar a cabo ese nivel de compaginación, las horas de ensayo, lo que tiene que pesar? Mucho arte hay en Sevilla. En este caso, en Triana.



Y, ahora, ¡den rienda suelta a sus críticas!