
Lo creáis o no, para este fenómeno existe una explicación publicitaria. El precio segmenta, de alguna forma, al público al que se dirige inicialmente el producto. A este conjunto de usuarios se le denomina pioneros y se caracterizan porque están totalmente predispuestos a adoptar nuevas innovaciones y no les resulta un inconveniente gastar elevadas cantidades de dinero para ello. Gracias a las compras de los pioneros, al sobreprecio y a la consiguiente difusión de la innovación, la demanda crecerá, bajará el precio, se reducirán costes de producción, por lo que, probablemente, si retrasamos la compra un tiempo, podremos adquirir la famosa consola, mejorada y libre de los posibles errores de las primeras versiones, por un precio más económico.Recuerdo que, cuando era una enana, le regalaron a mis primos una maravillosa NES (Nintendo Entertaiment System) con el mejor título de la historia: Super Mario Bros 3. Confieso que me moría -literalmente- por tener mi propia consola y jugar las horas que quisiera con el simpático fontanero vestido de mapachito. Al final, conseguí una videoconsola... una Atari horrible, repleta de juegos inservibles. Muchos de mis traumas actuales tienen su origen en aquel funesto día de Reyes en el que, al destrozar el envoltorio del paquete más ansiado, me encontré con aquella cosa cuadrada y negruzca. Por ahí sigue; criando polvo.
¿Soy la única que piensa que ya no existen videojuegos como los de antes? Supongo que todas las generaciones miran a su pasado con cierto orgullo, añoranza y cariño, pero... ¿realmente eran mejores los arcaicos "supermarios", el legendario Golden Axe, Príncipe de Persia y compañía, que lo que circula, actualmente, por el mercado? No lo sé. Quizás, lo que antaño se resolvía con ciertas dosis de magistral ingenio, se arregla hoy con impresionantes efectos especiales, grandes gráficos y un holgado presupuesto. Tengo un hermano a las puertas de la adolescencia. Es difícil para mí no hacer comparaciones. Mientras que él, a su edad, disfruta ejerciendo de ruin mafioso o sicario sin excrúpulos, yo, con sus mismas primaveras, flipaba en colores con ese entrañable primer juego, de esa inolvidable saga, que inspira el artículo de hoy. Hablamos de Monkey Island.
"Qué apropiado, tú peleas como una vaca", ¡¿quién, con una infancia medianamente ilustrada, no ha escuchado (o leído) esta inconfundible sentencia!? La primera parte de la saga ocupaba, escasamente, cuatro diskettes de 3,5. En sus gráficos EGA (16 colores) predominaban, básicamente, el azul y el negro. En fin, se veía algo así:
El tipejo que no parece un pirata (sí, el de la izquierda) es Guybrush Threepwood el flamante protagonista de la famosa saga bucanera. De pasado ignoto, su única habilidad consiste en aguantar 10 minutos sin respirar (que no es moco de pavo). Su sueño es convertirse en un terrible pirata temido en todo el Caribe. Con una acusada torpeza que lo caracteriza, es, no obstante, ingenioso y locuaz. En el mundo de Guybrush, los piratas no se baten en duelo simplemente cruzando sus espadas, los insultos, como dardos afilados, que se escapan de sus pestilentes alientos, despeñan un papel muy importante en una buena trifulca.
Después del primer juego de la saga ("El Secreto de Monkey Island"), vinieron tres secuelas repletas de desternillantes situaciones y aventuras a granel. Inolvidable el concurso de escupitajos de "La Venganza de Lechuck", los fascinantes gráficos de "La Maldición de Monkey Island" y las extravagancias de "La Fuga de Monkey Island", la última producción (que no le agradó demasiado a la humilde autora de este blog).
Actualmente, millones de fans sueñan con una quinta entrega donde se desvele, finalmente, cuál es el dichoso secreto de Monkey Island. Desde Lucas Arts (los padres de la criatura) ni afirman ni desmienten; aunque el género de la aventura gráfica está más que olvidado (algo que aún no termino de comprender), entienden que Monkey Island sigue siendo una franquicia harto popular que no debe subestimarse. En fín, seguiremos a la espera.
(Auténtico ritmo criollo)