
- ¿Y qué me dices de Ghandi? -dijo pensativa la chica- No olvides que hizo mucho por La India. Las manifestaciones pacíficas, la gran mancha de sal...
- Un hipócrita -contestó Juan, arrojando al suelo un guijarro color plata - No sólo apoyó a Hitler, sino que legitimó el Holocausto. ¿Sabias que pegaba a su mujer?
No. Inés no lo sabía. Juan ya lo estaba haciendo otra vez. Le gustaba llevar la razón y, para ello, no escatimaba en mentiras, insultos o fantasías. No caería en su juego. No cedería, de nuevo, ante sus tretas. Le demostraría que existían personas buenas en el mundo. Gente con reputación intachable, con un escudo de honor infranqueable, en el que las artimañas de Juan se estrellaran sin remedio.
- ¿Y que me dices de Teresa de Calcuta? ¡No puedes decir nada malo sobre ella y su labor humanitaria! No tendrás suficiente valor...
Juan no la dejó terminar.
- Inés, no es oro todo lo que reluce. Teresa de Calcuta no llevó a cabo ninguna labor humanitaria. Se dedicó a impartir caridad, sin reaccionar ante las verdaderas causas que producían las enfermedades que ella no curaba. Era una mujer de ideología ultra conservadora. Su labor no consistía en combatir una sociedad que comprendía, no se basó en luchar contra una pobreza que ella asumía. Está demostrado que su iniciativa solidaria estaba encaminada a ayudar al enfermo a "morir", ya que era eso todo lo que podía ofrecer a sus pacientes. ¿Qué se puede decir de alguien cuyo lema era que "el sufrimiento era agradable a Dios"? Se dice que amasó cantidades ingentes de dinero, que aceptó cheques multimillonarios de manos poco "limpias". Sin embargo sus hospitales seguían siempre viviendo en el tercermundismo; operando sin anestesia... Pero pidiendo más pasta, ¡Eso sí!
Inés se quedó helada.
- ¿Y el Dalai Lama? - dijo, por fin. Sentía cierta morbosa curiosidad, aunque sabía que no le gustaría lo que iba a escuchar de labios de su amigo.
- Ese es el peor de todos. Recorre el mundo predicando sobre los derechos humanos, la ecología, el feminismo y la democracia, cuando su creencia religiosa (de la que es máximo exponente) no abandera, ni mucho menos, ninguno de estos conceptos.
- Pero bueno, Juan. ¿Es que tu no crees en nada ni nadie? - explotó Inés.
- No es cuestión de creer ni que me creas -contestó este- Estas son las consecuencias de las famosa Espiral del Silencio. Los medios de comunicación nos hacen creer en una verdad mediada, muchas veces distinta a la realidad. Nos imponen sus opiniones, tácitamente. Las personas que opinan igual que los medios se crecen, ven sus opiniones apoyadas y se convierten, irremediablemente, en "los que tienen la razón". Los que pensamos diferente, los que vemos más allá de lo que nos cuenta Matias Prats en el telediario, callamos. Para nosotros sólo existe el silencio, no existen orejas que quieran (o puedan) escucharnos. ¿Entiendes Inés?
Inés le miró fijamente.
- La Espiral del Silencio... Bonito nombre para una teoría. - y sonrió.