domingo, noviembre 12, 2006

Pérdida

Pronto llegó a la orilla, hundiendo sus piececillos en la suave plenitud de la arena mojada. En su tobillo, lucía la hermosa pulsera que su madre le había regalado, coronada con un luna en la mitad de su engarce. El pequeño satélite le sonreía con destellos de luz desde abajo, en el preciso momento en que la suave espuma fresca le invadió por completo los sentidos. Sintiendo el precioso mar bajo sus pies, sus ojos infantiles solo pudieron comparar dicha imagen con un enorme huevo frito. La pose relajada de la madre hizo que la niña uniera su mirada a la suya. Y fue,entonces, cuando Lucía descubrió el mar y el color más intenso que había visto en la vida.

- Mamá, que color tan bonito. – dijo la niña.
- Es azul, Lucía. Igual que el color de tus ojos.

La niña bajó la mirada hacia las plantas de sus pies, donde el intenso caudal de agua era transparente y liviano. La pulsera en su tobillo había desaparecido.

- Mamá, la pulsera ya no está. – dijo Lucía con la mirada perdida entre las espumas. – el mar me la ha robado.
- No te preocupes Lucía. Al mar no le interesan esas cosas. Todo lo que en sus aguas se pierde, vuelve aparecer en una orilla. A lo mejor, en el otro lado del mundo, dentro de unos meses, quizás de unos años, alguna niña tan bonita como tú la encuentre. Entonces, tu pulsera no estará perdida.

La pequeña descubrió, entonces, a una bonita cocha nacarada que brillaba bajo el sol estival.

- Entonces, esta concha – dijo, agachándose para recogerla – se le perdió, alguna vez, a alguna persona. Me la llevaré a cambio. - y haciendo su propio trueque con las olas, se aventuró a correr por la orilla, sin percatarse, ni si quiera, de su propia pérdida.
Los ojos de su madre la observan con un poso de nostalgía en la mirada. Buceando en sus propios pensamientos, recordó cuando, siendo niña, había perdido la pulsera que su madre un día le regalara. Ésta, viendo el desconsuelo con que la niña miraba al mar, le había contado la misma historia que ahora ella le había relatado a su pequeña. Mucho tiempo después, pensado en el incidente, se dio cuenta de que el mar no regresa nunca aquello que quiere llevarse. Y que posiblemente, la pulsera de Lucía dormitaba ahora, en un país de tesoros, junto a su antigua pulsera, en las simas más insondables del océano.

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