sábado, noviembre 11, 2006

A Day in Life (in the morning)

Son las 7.15. Sólo quedan 15 minutos para que suene el despertador del móvil. Cerraré por un segundo los ojos, y de repente comenzará a sonar denuevo. ¿Es posible que haya pasado el tiempo tan rápido? No importa, volverá a taladrarme el tímpano dentro de 10 minutos. No obstante, coloco el móvil encima de la almohada para notarlo cuando vuelva tocar otra vez. Aunque podría escucharlo desde el otro lado de la habitación, siempre tengo el funesto presagio de que no lo oiré, y lo coloco al lado de mi cabeza, con el martilleante pensamiento absurdo de que. tenerlo tan cerca del cerebro, dentro de unos años, me pasará factura.

Las 7. 45. Solo 5 minutos para levantarme. Ya ha sonado el jodido despertador dos veces. A la tercera (dentro de 5 minutos) tendré que levantarme. Cuando escucho la hilarante musiquilla, me levanto. Me miró al espejo. Tengo el pelo fatal, y mientras me debato entre ducharme en la mañana o dejarlo para la tarde, decido que, probablemente, después del almuerzo duerma una enorme siesta (que nunca hago, por cierto).

Me meto en la ducha, mirándome antes en el espejo del baño. Es por la mañana, todo está, más o menos, en su sitio. Pero vuelvo a repetirme que tengo que adelgazar, es más, tendría que ir a un gimnasio y debería dejarme de comer tanto pan con Nocilla. Me meto en la ducha. El desagüe sigue atascado, probablemente, si no me doy prisa, rebosará el plato y perderé tiempo secando el suelo. Salgo, ya comienza a hacer frío. Es el momento del test de caída del pelo: parece que hoy ha habido suerte, no se han caído demasiados.

A continuación, la pregunta de rigor: ¿qué me pongo? No me gusta repetirme. Odio repetirme. Pero soy un desastre, tengo todos los pantalones rotos por los bajos. Necesito comprarme ropa, pero no es el mes idóneo; además siempre termino comprándome camisetas de manga corta que nunca me llegaré a poner. Al final, me cojo los pantalones de siempre, con alguna camiseta que más o menos se adapte a mi estado de ánimo (y a mi estado de curvas). Así está bien, el verde me realza los ojos. No estoy tan desastrosamente mal para tener que pintarme un poco; al fin y al cabo, nunca lo hago, cuando voy a trabajar.

Tengo hambre. Abro el mueble de la cocina y cojo un Pan de Leche de la Bella Easo. Me lo como pensando que a media mañana tendré hambre en el trabajo y que cuando llegue a casa me comeré a mi madre por los pies. Salgo de la casa. El ascensor está ocupado, para variar. Decido esperar. Menos mal que el coche está aparcado cerca. Hace relativamente poco tiempo que tenía una plaza de garaje en alquiler, justo debajo de mi edificio. Sin embargo, las cosas han cambiado. Aunque he superado lo de no atormentarme por las noches pensando en lo que le pueden estar haciendo a mi preciado coche aparcado - solo, en la calle -, cuando bajo a la calle por las mañanas, espero encontrármelo con un cristal roto. Afortunadamente no me lo he encontrado nunca así, por lo que toco el arbol más próximo.

Acto seguido, me monto en el coche, meto la llave en el contacto, bajo el cristal, quito el freno de mano, piso embrague y arranco. Meto marcha atrás. Miro por el retrovisor. Ahí está el capullo del vecino del quinto, en su moto, con su estúpido casco futurista, está justo en el punto de mira. Doy marcha atrás y le doy. Por fin, una alegría por las mañanas.

(Continuará)

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