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Si habéis tenido la oportunidad de enteraros que la PrinZesa LetiZia estaba en cinta, os interesará saber que, tal como se esperaba, la susodicha ha dado a luz a su segunda hija. Alegraos porque tenemos, por tanto, a una nueva gorroncilla, carne de cañón de la prensa rosa, que vivirá a expensas de nuestro dinero sudorosamente trabajado. No sé en qué programa de televisión se sorprendían de lo económico que nos resultaba a los españoles mantener con vida a una Casa Real que proporcione glamour, polvo y caspa a nuestro país. Unos 21 céntimos al año le cuesta a cada español mantener el yate del rey, pagar los modelitos de la reina, proporcionarle unos buenos patucos a la Infanta Leonor y suministrar a LetiZia la poca comida que parece que engulle.
Esa cantidad mínima, casi irrisoria, bastante por debajo de lo que le cuesta a Zapatero un café, multiplicada por las cerca de 40 millones almas que pululan por este trozo de la piel de toro, se transforma -casi por arte de magia- en unos atractivos 8,4 millones de euros, que regalamos, por la cara, a esta singular familia. Este modesto sueldo, deja en pañales a los 9.000 euros mensuales que se lleva calentito, cada mes, el señor Rajoy, deja muy en segundo plano lo que se gasta el presidente en cafés y eclipsa, por completo, a aquellos 21 céntimos que cada español pone de su bolsillo.
Me pregunto cuántos millones de vidas se podrían salvar con esos 8,4 millones de euros; cuántas escuelas se podrían inaugurar, cuántos pozos de agua potable se podrían construir con tanto dinero. Sinceramente, me planteo cuántos niños sobreviven gracias a las recepciones del rey en la Zarzuela, cuántos hospitales inaugura la reina cuando se marcha de viaje solidario a África o cuántas enfermedades se curan gracias al precioso vestido, de aquel diseñador tan prestigioso y selecto, que lucía LetiZia el mes pasado.
Existe un apartado en los impresos de la declaración de la renta donde te dan elegir destinar un porcentaje de tus impuestos a la Iglesia Católica y su obra o a otras entidades benéficas. Como ciudadana española poco afín a la monarquía, exijo el derecho -mi derecho- a otorgar o no mis 21 céntimos a este arcaico legado. Me niego a mantener y alimentar a esta pandilla de aprovechados, a sus mujeres con complejo de conejas y a sus hombres con aspiraciones regatistas. Yo elijo dar mis 21 céntimos a una organización benéfica aún exponiéndome a que mi dinero se desvíe, aunque sea calderilla. Mis 21 céntimos sumados a los tuyos, que opinas como yo, se pueden convertir en una cantidad generosa y magnífica que ayude a la gente.
Sin embargo, nada cambiará. Algunos, incomprensiblemente, siguen valorando como positiva la existencia de la figura de un rey. Existe, todavía, un tácito vasallaje, un estúpido agradecimiento por el voto que el monarca dio a la democracia cuando murió el-que-no-debe-ser-nombrado. Muchos critican la buena vida que se gastan los borbones, aunque, por otro lado, compren a granel revistas en papel cuché donde sus yates aparecen retratados y estén en primera fila, banderita en ristre, cuando al príncipe le da por visitar su pueblo. Tenemos monarquía para rato en este país y, tristemente, poco trabajo para seguir manteníendolos.
Nunca quise ser reina, pero, sin duda, lo dejaría todo por ser princesa.