domingo, marzo 18, 2007

Cisne de primavera

Recuerdo que, hace muchísimos años, cuando todavía andaba traduciendo las Catilinarias de Cicerón y era una muchacha gris y retraída, me enamoré de un chico que conocí por internet. Con 16 años, lo poco que sabía yo de hombres, se traducía en bombitas de peste y en faltas de respeto, por lo que Ismael, que así se llamaba el chico, se alzaba, ante ellos, como un príncipe recién salido de un fantástico cuento de hadas. Todavía conservo los emails que nos escribíamos cada tarde, donde él me narraba sus andanzas en su instituto de curas y yo le redactaba, fielmente, las horas que había pasado sumergida en inteligibles poemas de Machado; probablemente, pensando en él.

Por aquel entonces, Internet no era el universo multimedia que hoy se nos antoja. Nunca llegué a ver su foto; sólo hablé con él un par de veces por teléfono. Sin embargo, nos pasábamos horas enteras chateando desde nuestros arcaicos ordenadores, cuando el tiempo de conexión se traducía en una amplia factura de teléfono. Jamás accedí a verle. Era una chica llena de complejos estúpidos y de carencias físicas que pensé que él nunca entendería. No sé si alguna vez le llegué a confesar que pensaba en él durante todas las horas del día. Hace tanto tiempo, que todo se confunde en mi mente. Tampoco recuerdo en qué momento dejó de buscarme, sin duda, cansado de mis negativas a conocerlo. Sólo sé que, finalmente, se echó una novieta bailarina, que seguramente era más afín a sus gustos que yo.

El destino quiso que, uno de los días más nefastos de mi existencia, lo viera entrar por la puerta de mi facultad. Fue una aparición fugaz. Llegó a mí igual que la mariposilla que se posa en la flor justo antes de que comience la feroz tormenta. No lo saludé, todo fue muy rápido. Aunque nunca lo había visto en persona, algo en mi interior me dijo que era él. La persona a la que había dedicado tantas horas de mi vida, por la que rellené de letras miles de pantallas de chats y que nunca me digné a conocer. Aquel día, de alguna forma, por fin nos encontramos y, tan rápido como apareció en mi vida, se esfumó, dejándome sola a merced de la tempestad que se aproximaba.

Gracias a Ismael, descubrí a Bukowski. Supe, en el mismo instante en que me transcribió uno de sus poemas, que aquellos versos siempre irían atados a su recuerdo. Hoy que me he acordado de él. Ahí van tus versos:

Cisne de Primavera

También en primavera mueren los cisnes
y ahí flotaba
muerto un domingo
girando de lado
en la corriente
y fui hasta la rotonda
y distinguí
dioses en carros,
perros, mujeres
que giraban,
y la muerte
se me precipitó garganta abajo
como un ratón,
y oí llegar a la gente
con sus canastos de camping
y sus risas
y me sentí culpable
por el cisne
como si la muerte
fuese algo vergonzoso
y me alejé
como un idiota
y les dejé
mi hermoso cisne.

(Ch. Bukowski)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

"como si la muerte
fuese algo vergonzoso"

Me han dejado un tanto pensativo estos versos.

Y gracias por tu historia, un buen post.

trabancos dijo...

Qué bonito sería haber vivido algo así... o puede que no...

Caminante 2.10 dijo...

Yo vivi en su dia cosas parecidas y es lo que tiene... bonitas en el recuerdo, sufridas en el presente.

Tony Astonish dijo...

Creo que siempre debes recordarlo como algo bonito que sucedió...

Quizás si hubiese ocurrido finalmente el encuentro, no lo vivirías con tanta intensidad, o no te hubiesen ocurrido tantas cosas buenas como te sucedieron después...

¡¡Arriba ese ánimo escapista!!...

Unknown dijo...

Coincido con los anteriores, buen trasfondo para darnos a conocer esos versos, y quizás haya sido mejor no conoceros, las cosas han ido bien :)

Anónimo dijo...

A mí me pasó algo parecido, supongo que a muchos nos habrá pasado. Yo llegué a conocerlo y al final la magia desapareció... así que a veces es más bonito vivir del recuerdo que de una realidad machacante... pero bueno, es sólo mi opinión.
El poema me encanta!