sábado, octubre 21, 2006

Animales muertos

No hay nada más triste que ver a un perro muerto y nada más atroz que matar a uno. Últimamente, en una conocida autovía que circunda Sevilla no hacen más que aparecer cadáveres de perros muertos en los arcenes. Es, sobre todo, apreciable si circulas por el carril izquierdo; es fácil, poder ver cuerpos de animalitos que aparentemente nadie recoge.

Es alarmante, sobre todo de aquí a un mes, la cantidad de animales muertos que se diseminan a lo largo de la calzada. El conductor medio, que normalmente no es un hijo de puta anti-animales, sólo puede hacer dos cosas: volver la cara ante tan desagradable incidente o rezar porque no sea su coche el que, en un momento determinado, sin querer, se tope en una de las curvas de la vía con tan funestas mascotas.

Y es que no es normal ver tanto perro muerto y, sobre todo, en zonas tan aisladas en las que difícilmente puede acceder un animal. Si te das cuenta de este hecho, es cuando empiezas a pensar que puede ser cierto que unos sinverguenzas sin escrúpulos ni corazón, por puro divertimiento, lanzan a chuchitos abandonados a una calzada llena de furiosos vehículos que circulan a velocidades que hacen totalmente imposible la salvación del pobre animal. Muy poca alma hay que tener para hacer eso y, encima, encontrarlo divertido.

Otra ocurrencia muy "bukowskiana" que me he planteado es que, es posible que el "estigmatizado" gremio de los recogedores de animales muertos se encuentre en huelga y estén, por tanto, en servicios mínimos; ya que, lo que está claro, es que los cuerpos desaparecen, tarde, pero lo hacen.

En fín, esperemos que sea lo segundo. Pobres animalitos muertos. La ocasión se merece un estremecedor poema de Ch. Bukowski:

Almas de animales muertos.

Después del rastro
doblando la esquina, estaba
una cantina
donde me sentaba y veía caer el sol
a través de la ventana,
una ventana que daba a un lote
lleno de hierbas altas y secas.

Nunca me di un regaderazo con los muchachos
en la fábrica
después de trabajar
así que olía a sudor y
sangre
el olor a sudor disminuía después
de un rato
pero el olor-sangre empezaba a fulminar
y ganar fuerza.

Fumé cigarrillos y tomé cerveza
hasta que me sentí lo suficientemente bien
como para subirme al camión
con las almas de todos esos animales muertos
que viajaban conmigo
las cabezas volteaban discretamente
las mujeres se levantaron y se alejaron
de mí.

Cuando me bajé del camión
sólo tenía que bajar una cuadra
y subir una escalera para llegar,
a mi cuarto donde prendería el radio
y encendería un cigarro
y que nadie se molestara conmigo.

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