miércoles, junio 18, 2008

La peor película del año

No me hacen falta 6 meses más (los que quedan para terminar el año) para proclamar a los cuatro vientos que "El Incidente" (o "The happening") es la peor película de 2008. No voy a incluir ningún tipo de spoiler ni nada por el estilo: quien tenga curiosidad, que vaya a verla y juzgue. Sólo os diré que es un gasto innecesario y de esos que, después, cabrean haber realizado.

Creo que "El Incidente" es una de las película que legitima la filosofía del pirateo. Es decir, que da sentido a que la gente se descargue cosas desde sus casas e incluso al top manta. Como bien he leído en algunos foros sobre la misma, es el tipo de filme que debería castigarse con una descarga masiva vía internet. Un artículo en mal estado que no debería ser comprado. Una especie de droga estúpida, que sólo debiera obtenerse mediante vías ilegales.


Ante todo, es una situación tremendamente injusta para el público. Por un lado, la SGAE se vuelve una leona en celo porque, supuestamente, robamos a sus autores hasta en las orquestas de bodas y comuniones, pero, por otro lado, nosotros, los consumidores de media en masa, no tenemos ninguna protección ante ciertos contenidos de baja calidad (de muy baja calidad). ¿Qué podemos hacer ante eso? Porque, aunque suene realmente mal, no todos los tipos de mierda son comestibles.


La pregunta inicial es: ¿Hay películas que merecen lo que cuesta un dvd o una entrada de cine? (Respuesta) Posiblemente sí, algunas cuantas merecerán semejante esfuerzo por nuestra parte. Sin embargo, la gran mayoría de ellas son de tan mala calidad que, sin lugar a duda, no lo valen y, en ello, recae la injusticia de este mercado.

Pongamos por ejemplo la película que hoy nos ocupa. Respaldada por la larga (y desigual, también hay que decirlo) trayectoria de su director, M. Night Shyamalan, y por un no menos que llamativo teaser, decides, realmente convencido, ver la película. Cuando entras en la sala, no sabes si te has equivocado de película o es que los encargados de la proyección están reproduciendo el último espécimen del sábado a las 4 de la tarde en Antena 3.

Es sin duda, una estafa. Una gran estafa. Pero como animales de costumbres, como borregos que somos, en último término, nos contentamos con poner en nuestra cabeza pensamientos en la línea de: "a mi no me ha gustado, eso no quiere decir que sea mala", "te expones a que te guste o no", "al fin y al cabo son solo unos euretes"...Y pasas, sin remedio, por el aro.

Pero luego llegan películas como "El incidente" y toda tu paciencia de borrego sucumbe ante la cara infumable de Mark Wahlber. Por momentos, t
e vuelves antisistema total. Y aunque no puedes hacer nada más que aconsejar a tus pocos lectores de tu desconocido blog que no la vean bajo ningún concepto, da coraje eso de tener que aguantar a los cuatros pelagatos de siempre acusando, a medio país, de ladrones, por adquirir un DVD virgen o un disco duro externo. Que me devuelvan el dinero ¡joder!

viernes, junio 13, 2008

Estrellas

Recuerdo que de pequeña leía poco (o, por lo menos, no le daba la importancia a la lectura que actualmente le doy). Leer estaba guay -también estaba bien ver la televisión- pero tenía muy pocos libros. Con 7 años ya había leído todos los que había en mi casa y no había mucho que hacer al respecto.

Mis padres no leen. No es que no sepan o sean personas-anodinas-no-adecuadas-para este tipo de placer. Supongo que, a medida que creces y te endosas millones de responsabilidades, no se cuenta con mucho tiempo libre, y, el poco que tienes, muchas veces, no lo dedicas a leer; algo, por otra parte, totalmente loable.

Cuando era pequeña, teníamos una pequeña casa en el campo, donde íbamos a pasar los fines de semana y las vacaciones. Recuerdo que estaba llena de bichos (propios de la zona, no de la falta de higiene, cuidado) y que las sábanas siempre olían a humedad. Tampoco había allí ningún libro que leer. Muchas veces, cuando mi madre comenta con las amigas mi capacidad enfermiza devorando libros, cuenta que, en aquellos días en el campo, me dedicaba a leer la guía telefónica y, desgraciadamente, es cierto. Recuerdo que me pilló, un par de veces, leyéndola en el váter y eso nos marcó a ambas para siempre. Ella tuvo una anécdota chispeante, para vestir de inteligencia a su hija delante de sus amistades, y yo adquirí un espantoso trauma que hace que me gaste gran parte de mi sueldo en libros. Antes, estos preciosos contenedores de historias sólo llegaban a casa en cumpleaños, reyes o santos. Ahora, mi habitación está llena de ellos, cosa que, particularmente, me encanta.

Leyendo y releyendo, me he dado cuenta que todos los libros, o por lo menos los buenos, tienen un momento-click donde pasan a generar interés, donde comienzan a engancharnos. No ocurre muy a menudo. Por lo general, la mayor parte de los libros son más de lo mismo. Historias que comienzan, a la vez que empiezas a pasar sus páginas, y que siempre terminan más o menos bien. Pero cuando sientes el click del que os hablo, por nada del mundo quieres que acabe la historia y cuando lo hace, nada vuelve a ser lo mismo. Es como cuando te enamoras. Hace escasos segundos era una persona más en el mundo, ahora él (o ella) es el mundo.

Hace pocos días he comenzado a leer “El curioso incidente del perro a medianoche” de Mark Haddon. Uno de esos libros que pintan bien en un principio pero que, cuando los compras, no sabes si llegarán a algo o se quedarán nada. Ya ha sonado el click. Justamente cuando leí esto:

"Hay gente que cree que la Vía Láctea es una larga línea de estrellas, pero no lo es. Nuestra galaxia es un disco gigantesco de estrellas de millones de años luz de diámetro y el sistema solar está cerca del borde exterior del disco.

Cuando miramos en dirección A, a 90º hacia el disco, no vemos muchas estrellas. Pero al mirar en la dirección B, veremos muchas más estrellas porque miramos hacia la masa central de la galaxia. Y como la galaxia es un disco, lo que veremos es una franja de estrella.

Entonces pensé en que durante mucho tiempo a los científicos los había desconcertado que el cielo sea oscuro por las noches pese a haber billones de estrellas en el universo, pues hay estrellas en todas direcciones en que uno mire, así que el cielo debería estar lleno de luz estelar porque hay muy poca cosa que impida que la luz llegue a la Tierra.

Entonces descubrieron que el universo está en expansión, que las estrellas se alejan rápidamente unas de otras desde el Big Bang, y que cuanto más lejos están las estrellas de nosotros más rápido se mueven, algunas de ellas casi a la velocidad de la luz, y eso explica por qué su luz nunca nos llega.

Me gusta este dato. Es algo que podemos comprender al mirar el cielo por la noche pensando, sin tener que preguntárselo a nadie. Cuando el universo haya acabado de explotar, las estrellas disminuirán su velocidad, como una pelota lanzada al aire, hasta detenerse y volver a caer hacia el centro del universo. Entonces nada nos impedirá ver todas las estrellas del mundo porque todas vendrán hacia nosotros, cada vez más rápido, y sabremos que pronto llegará el fin del mundo porque al azar la mirada hacia el cielo por las noches no habrá oscuridad, sino la luz resplandeciente de billones de estrellas que se acercan.

Sólo que nadie verá eso porque ya no quedarán personas en la Tierra para verlo. Para entonces seguramente ya se habrán extinguido. Y en el caso de que queden algunas no lo verán, porque la luz será tan brillante y ardiente que todas morirán abrasadas, aunque vivan en túneles."


Ya veremos cómo termina...

lunes, junio 02, 2008

La historia de un dibujo

Es cuanto menos curioso como este dibujo, en un contexto apropiado, podría pasar totalmente desapercibido. Intemporal, junto a otros muchos, podría perderse, camuflarse, formar parte de cualquier enorme mural multicolor, de cualquier pared, de un colegio cualquiera en un país al azar de este universo. Es simplemente el dibujo de un niño. La imprimación de una mente infantil en plena efervescencia. Si os digo que el autor de este cuadro se llamaba Julian y que tenía sólo 5 años cuando lo llevó a cabo, ni sorprenderá ni llamará la atención de ninguno.

Pero este dibujo es importante. Por ello, hoy le rendimos homenaje.

Si es cierto lo que dicen los psicólogos y, realmente, en los dibujos infantiles pueden leerse trocitos del alma de cada niño, podríamos concluir que, en la de Julian, tenía un lugar bastante destacado su compañera de colegio, Lucy. En el dibujo, la niña, de una manera un tanto abstracta, a modo de Mazinger Z, aparece flotando en un cielo preñado de notas musicales y prismas geométricos de diversa intensidad.

No hay momento que lo observe en el que no me sorprenda de la capacidad de cada ser humano para expresar sus universos más creativos, tan dispares y mágicos a la vez. Si me hubieran pedido a mí que dibujara a la pequeña Lucy, todo sería de un azul añil muy intenso. Ella llevaría un vestido plateado, a juego con las estrellas, y sonreiría, reflejándose en cada prisma, dado volteretas en la onírica ingravidez.

Supongo que, cada persona, imagina a Lucy de maneras muy distintas y, presumiblemente, de una forma totalmente diferente a la de Julian y a la mía la tuvo que pensarla John, el padre del chico. Tras llegar a casa y observar con detenimiento el talento del muchacho, preguntó el significado de toda esa amalgama de colores estelares. Entonces, como un mantra, como una sílaba mágica y arcana, totalmente nueva pero más vieja que el propio mundo, Julian pronunció una de las frases más conocidas y reconocidas del mundo occidental.

El tiempo pasó. Julian, en una de esas horribles sacudidas que te da el destino cuando mides menos de un metro y medio, dejó pronto de ver a Lucy. Su padre, desgraciadamente, murió joven. Siguiendo el ejemplo paterno, el chico se dedicó a la música de manera un tanto tímida, y a pesar de que muchos no hayan escuchado ninguna de sus canciones y sólo vean en su nombre el apellido y el perfil afilado de su padre, sus universos centrífugos forman parte de la vida de miles de personas. Están en la mente de millones de individuos que crecieron recreándose en el escenario que un día sus ojos vieron. Porque todas quisimos ser aquella Lucy y volar meteóricas por un cielo cuajado de diamantes, y porque todos desearon ser Julian y poder ver sus ojos caleidoscópicos.

Gracias a la inocente iniciativa de su hijo Julian, John Lennon escribió una de las canciones que, particularmente, más me emocionan: Lucy in the Sky with Diamonds. Uno de los éxitos universales de los Beatles, abanderada dentro de las filas del escuadrón del Sargento Pimienta, ha sido versionada, con mayor o menor acierto, por cientos de personas a lo largo y ancho del planeta. Relacionada de por vida con una droga psicodélica, experimento de Lennon y su regresión a la infancia, Lucy in the Sky with Diamonds, es una canción diferente.

Dicen que el revoloteo de una mariposa en Pekín puede provocar un huracán en Nueva York… La historia de hoy es una muestra palpable de que el dibujo de un niño puede inspirar no sólo canciones, sino películas, libros, hacen… incluso revoluciones. Hacen historia. ¿Y quién puede competir con eso?

Así sonaba, y sonará para siempre...