jueves, abril 19, 2007

Hospitales

Un día soñé que me moriría con 22 años. No sé realmente qué edad tenía cuando tuve tan agorero sueño, pero lo cierto es que, a los tres meses de haber cumplido la edad anunciada, me operaron de urgencia. Perdí mucha sangre durante la intervención y, desde entonces, he pensado que, cuando la muerte te sobreviene, te debes sentir tal como me sentía yo en aquellas horas de extrema anemia que siguieron a la cirugía.

Lo que más me sorprendió es el nivel de dependencia al que puedes llegar en este tipo de situaciones. Te das cuenta de que los centenares de profesionales que trabajan en un hospital son personas anónimas a las que dejas vía libre para que te laven, te saquen sangre, te alimenten, te practiquen curas y te mediquen. Estás, totalmente, a merced de ellas. La medicina es un terreno tan especializado que, si alguna vez creímos que la entendíamos por saber curar un mal resfriado, cuando la cosa se complica, nos damos cuenta de lo ignorantes que siempre hemos sido. Que la medicina, el funcionamiento del cuerpo humano y de los millones de microorganismo que nos afectan, están muy por encima de nuestras posibilidades. La sensación es parecida a cuando miras, en una noche despejada, el impresionante firmamento sobre tu cabeza. Sin lugar a dudas, sabes que ahí encima se cuece algo fascinante que posiblemente no llegues nunca a comprender en el transcurso de tu vida.

Por ello, en aquellos días, recuerdo que dedicaba la mejor sonrisa que tenía a todas aquellas personas que pasaban por mi habitación y se portaban bien conmigo o con mi cuerpo. Muchas veces no conocía ni el porqué ni el objeto de aquellas visitas, sin embargo, en mi cara, siempre estaba esa sonrisa de agradecimiento, cargada de emoción y de cariño, intercalándose, irremediablemente, con la palabra "gracias". Por aquel entonces, no se me ocurría otra expresión más inteligente y sincera.

Del mismo modo, una estancia prolongada en un hospital te muestra un aspecto desconocido del dolor. Todo lo que te rodea se concreta en dolor físico y psíquico. Los encuentros con cada uno de los médicos, enfermeros y auxiliares producían en mí un sufrimiento corporal auténtico. Hasta entonces, el máximo dolor que había experimentado en mi vida provenía de un buen tirón depilatorio, sin embargo, el martirio de aquellos días de ingreso era superior a todo lo ocurrido, anteriormente, en mi ella.

El dolor físico se agudizaba debido al sufrimiento psíquico. Irónicamente, me habían destinado a una habitación en la planta de maternidad. Era relativamente fácil oír, desde mi cubil, los llantos de cientos de recién nacidos acompañados por las expresiones de alegría de las familias. Quizás, el saber que había gente que sufría por las inclemencias propias de un parto pero que, a la vez, se veían recompensadas con el regalo de tener a un bebé en sus regazos, me sumía, irremediablemente, en la tristeza. Lo mío, a diferencia, era un sufrimiento sin recompensa; un dolor injustificado.

Las experiencias que vives en los hospitales te acompañan de por vida. ¿Es posible que existiera un antes y un después tras dicha situación? Es probable. De aquellos días conservo importantes nociones que cambiaron mi carácter y que me hicieron comenzar una nueva etapa. Fue como una prueba de madurez. Cuando salí de aquel hospital, ya no era la misma. En algunos momentos, la luz al final del tunel era tan estrecha como la pupila de una serpiente. A veces, ni siquiera era visible. De todo se sale. Lo importante, supongo, es no soñar, de nuevo, con este tipo de cosas.

4 comentarios:

Tony Astonish dijo...

Muy buena tu comparación entre estar dentro del quirófano y el firmamento... Con esas miles de estrellas pululando a tu alrededor...

En cuanto a tu sueño, quien más o quien menos creo que siempre ha soñado con su propia muerte... Yo seguramente tambien lo haya soñado pero afortunadamente no lo recuerdo...

Un besazo.

joerace dijo...

No era un sufrimiento sin recompensa, ni un dolor injustificado. Lo que ocurre es que en ese momento no le podemos ver la razón de ser ni la recompensa. Pero tú misma la encuentras un párrafo más abajo.
"De aquellos días conservo importantes nociones que cambiaron mi carácter y que me hicieron comenzar una nueva etapa. Fue como una prueba de madurez".
Si eso no es una recompensa.....Probablemente, ni siquiera este blog sería igual si no hubiera ocurrido lo que ocurrió. O quizás ni existiría.
Así que...
un beso :)

Anónimo dijo...

Lo mejor de todo es que cierto gilipollas que andaba por alli ni siquiera se merece una triste mención

Bruja_In_Love dijo...

Woooww
Yo soy enfermera... espero que te hayan dejado una buena impresión. Los hospitales son feos. Pero una sonrisa los hacen mejores.

Definitivamente cuando tenemos esas experiencias fuertes. la vida nos cambia a veces n siquiera lo notamos.
besos