El poema de Pedro Salinas, que rescaté para uno de mis últimos artículos, me ha servido de aliciente para bucear por mis -casi- olvidados libros de poesía. Aquella pequeña colección de libros míticos de los mejores poetas de la generación del 27, que tanto me enseñaron en una época trascendental de mi vida. Entre ellos, como no, estaba el número 66 de las Letras Hispánicas de la editorial Cátedra, que comparte dos grandes títulos de uno de mis autores fetiches: Federico García Lorca.
Como digo, el tomo 66 recoge dos grandes obras del granadino: Poema del Cante Jondo y el Romancero Gitano, este último, a mi entender, quizás uno de los mejores poemarios jamás escritos. No es necesario entender de poesía, basta con saber de sentimientos. Siempre que leo los romances que componen este libro, tengo la sensación de encontrarme en un mundo cósmico, de lunas y estrellas. Es como colarse dentro de la Noche Estrellada de Van Gogh... Son poemas, que, cuando recurro a ellos, poco importa si desde la última vez que los leí han pasado años o segundos: siempre me sobrecogen. Me ponen la piel de gallina.
Cuando esto sucede, siempre me pregunto cómo una persona con tal sensibilidad pudo morir de una forma tan injusta y despiadada, no llego a comprender cómo un hombre de ideas tan hermosas pudo considerarse, en algún momento, una amenaza para algo o para alguien. Me descubro imaginando a ese funesto pelotón de fusilamiento, a aquellos abanderados de España, que fueron partícipes de los últimos pensamientos del poeta, en aquella cálida noche del 16 de agosto de 1936. Me pregunto si, en algún momento de sus vidas, fueron conscientes de la injusticia cometida a esa humanidad por la que luchaban, a su prole, a su propia capacidad de soñar. No lo comprenderé nunca.
Los poemas del Romancero Gitano tienen que leerse en voz alta, poniendo gran atención a su carácter trágico y su sentido universal . Así se aprecian mejor: eres más partícipe de sus aliteraciones, de las filigranas del lenguaje... El sentimiento cala más hondo. Son, sin duda, los versos que mejor se adaptan a mi voz, a mi acento andaluz. Este se convierte en un complemento más para la magia del poema, coronando los trascendentales temas del universo lorquiano que, a su vez, son tan actuales y tan nuestros como nuestro propio sentir. Aquí os dejo uno de mis poemas favoritos: Preciosa y el aire.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
*
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
*
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
*
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.